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sábado, 1 de marzo de 2008

Los artistas salen a la calle


¿El arte en los espacios públicos y el público están condenados a no entenderse en el Perú? Esa es la impresion que da a la vista de algunos casos. Los ánimos caldeados entre los promotores del Museo de Arte Contemporáneo (MAC) y las autoridades del distrito de Barranco empezaron en términos estrictamente legales, pero derivaron en una discusión ideológico-estética sobre lo verdaderamente artístico o con qué tipo de espacio público los vecinos y la comunidad podrían interactuar mejor. Algunos piensan que lo highbrow no es inalcanzable (y lo sintetizan en la dicotomía "obra de arte vs. botecitos"). Pero otros, como Alfredo Vanini, la pulga en la oreja de lo highbrow local en el blog de Henry Spencer, piensan que lo del MAC es una fiesta privada a la que no están invitados los que pagan la fiesta, es decir, el gran público.

La columna del pintor Ramiro Llona aparecida hoy en Peru21 apunta algunas ideas sobre lo mismo que, releídas o repensadas, no parecen hacerle un gran favor a la causa del MAC. Dice, como artista de élite, que el alcalde de Barranco "no está preparado para comprender por qué un museo es necesario". También confiesa que "es posible que en algún momento no se buscó el diálogo con la comunidad", pero que ahora sí "se ha abierto el MAC a la ciudadanía". Por último define un museo como "un lugar donde la cultura baja al llano y se hace asequible". No es difícil entrever la pirámide cultural con la que el MAC, en palabras de Llona, parece haber empezado. El piteo general enrumbó el barco del arte -muy distinto al botecito de lo recreacional- hacia una dirección más participativa.

Antes del lío del MAC, la comunidad y el espacio público tocado por los artistas tuvieron otros roces. Por ejemplo, muchos reclamos se escribieron por la remodelación del Ovalo Gutiérrez en San Isidro, en lo que parecía ser una hornilla gigante coronada por un arcángel inflado por esteroides. En Miraflores, el Parque del Amor aún es tema de discusión por la escultura de una pareja besándose creada por Víctor Delfín, aunque el parque se haya convertido en punto de visita obligada para los turistas y sea uno de los espacios más funcionales que existen en Lima por la gran cantidad de parejas que convoca y de actos públicos a los que sirve de escenario. En otros casos, la controversia estética es celebrada casi unánimemente: el Parque de la Identidad Huanca en Huancayo -un espacio que es un verdadero trip de color, formas y divertida extravagancia- se exhibe y señala siempre con mucho orgullo por los locales.

Pero el caso más dramático de la tensa relación entre arte público y público es el de la escultura "El ojo que llora", obra de la holandesa afincada en el Perú Lika Mutal. Inaugurada al inicio sin mayores problemas con la intención de preservar la memoria de las miles de personas que perdieron la vida o vieron vulnerados sus derechos durante los años de la violencia entre 1980-2000, la coyuntura política posterior la convirtió en blanco de críticas y agresiones por incluir entre sus piedras también nombres de terroristas y por ser una obra que no era resultado del consenso, sino de una iniciativa privada cuya cabeza más visible fue el presidente de la Comisión de la Verdad y Reconciliación Salomón Lerner (1). La discusión ideológica copó las emociones que provocó la escultura y en muy contados casos se escucharon o leyeron voces que indagaban en su propuesta estética.

Todo lo anterior sirve para una hacer una sola pregunta: ¿se pudo haber evitado este roce en particular, quizás el más importante del que se tenga memoria entre el arte y el público?

Una respuesta podría hallarse en el largo proceso de construcción del Freedom Tower. Los diseños de la primera competencia convocada para la reconstrucción del ground zero luego del ataque del 9-11 en Nueva York tuvieron el rechazo de la opinión pública, por lo que se tuvo que realizar una segunda convocatoria, esta vez mucho más amplia. Se recibieron 52,000 propuestas de 63 países distintos y el ganador fue el célebre Daniel Libeskind. Desde su anuncio el diseño ha sufrido múltiples modificaciones, porque el debate no se ha detenido y porque hay muchos grupos distintos a quienes tomar en cuenta. Es quizás, como el propio Lideskind dice, el proyecto más complicado que un arquitecto pueda tener entre manos, casi como caminar en un piso tapizado de huevos con la misión de no romper ninguno. Se estima que el Freedom Tower se concluirá en el 2012, once años después del atentado. Y se planea también publicar un libro con los diseños que no lograron ganar, pero que captaron la atención del jurado.

Participación pública y competencia abierta a todos. No parece una idea tan difícil, pero en el caso de la iniciativa que derivó en la creación del "Ojo que llora" se pasó completamente por alto. Por supuesto, no se critican en absoluto las buenas intenciones de todos los involucrados, pero acaso el largo proceso de una competencia, la deliberación de un jurado amplio -donde exista, por ejemplo, un representante de las FFAA-, y la presentación de un shortlist que concite la discusión de la opinión pública rumbo a la elección de un ganador, hubiese sido parte del duelo que todos los peruanos, directa o indirectamente necesitaban hacer alrededor de un memorial. Un gran duelo creativo y colectivo vinculados con el arte.

¿Es posible aún hacerlo? ¿Es necesario hacerlo? Quizás sí. Una de las objeciones estéticas más interesantes al "Ojo que llora" se pudo leer en Puente Aéreo el año pasado. Gustavo Faverón escribió:

Personalmente, mis mayores objeciones al monumento no son éticas, sino estéticas y acaso de discurso: "El ojo que llora" me resulta de un patetismo simplificador (algo influye en ello el hecho de que el monumento siga la estética estándar de otros similares levantados en otras partes del mundo) y su sentido me parece inapropiado; me da la impresión de ser el símbolo de un proceso de duelo inacabable, eterno, y no, precisamente, el de un duelo que sea proceso, es decir, que conduzca a algo.


Aún corriendo el riesgo de desvirtuar el comentario de su sentido original, es posible transformar la objeción en una salida propositiva: si en el "Ojo que llora" el duelo no acaba es porque la obra está inconclusa. Pensada en perspectiva, podría considerarse la escultura de Mutal el primer momento de un proceso mucho mayor, uno que a la larga conduzca a algo y no solamente a la "confrontación individual sobre la maldad y las consecuencias diversas que ella ocasiona a la sociedad", que es como Aprodeh la conceptualiza. (2)

Es sólo una idea. Sin embargo, al "Ojo que llora" lo acompaña el "Quipu de la memoria" con un dolor casi redundante: más de 69,000 nudos que, tal como las piedras, representan a las víctimas. Si a eso le sumamos las fotografías de Yuyanapaq, el efecto es devastador. ¿Dónde tomamos oxígeno hacia el futuro? Pero este blogger piensa en voz alta únicamente por él.

Y, finalmente, es mucho más fácil decirlo que hacerlo. Cómo canalizar una convocatoria semejante, cómo auspiciarla o cuál lugar debería ser el escogido -¿Ayacucho?-, son ya preguntas prácticas que pueden generar más de un dolor de cabeza. Aunque siempre está la esperanza de que si un lenguaje es capaz reunir en un solo espacio y momento tantas emociones contradictorias, es precisamente el de arte.

Daniel Libeskind conversa una hora sobre el Freedom Tower:







(1) En enero de 2007, en el diario La República, el Sr. Lerner dijo: "Este monumento fue hecho por la sociedad civil y forma parte de la memoria histórica del país, pues no hubo ninguna reparación simbólica ni moral por parte del Estado. Se levantó con las autorizaciones y permisos necesarios, con donaciones de empresas y particulares e incluso el aporte del gobierno del presidente Alejandro Toledo."

(2) A partir de la escultura de Mutal nació "La Alameda de la Memoria", cuyo plan maestro pertenece a Luis Longhi. El proyecto le fue ofrecido por Salomón Lerner.

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