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viernes, 11 de abril de 2008

La necesidad de un musical


El género musical en el cine no ha muerto, se ha vuelto elástico. Hace poco reví por cuarta vez 24 Hour Party People (2002) y disfruté nuevamente al borde la risa histérica los aforismos dispersos de Tony Wilson, el protagonista, periodista, productor, agente, exégeta de su época y gurú de Madchester. Su verbosidad incontinente es sobre la música, por la música y en homenaje a la música. ¿Musical o no? Pocos dirían que sí (1), pero la película posee ese mismo vitalismo que le pertenece al género: la sensación de que la vida en las canciones es mucho más grande y perfecta que la miseria que la rodea. El idiota Shaun Ryder, por ejemplo, puede convertirse en un émulo de W.B. Yeats a través de los Happy Mondays. Wilson es solo el anotador a pie de página de la exuberancia del rock and roll.

Musicales de visionado reciente: Across the universe y Once. El primero lo es en toda regla: los diálogos se intercalan con números musicales donde los personajes cantan, se rebelan al orden natural de las cosas, cuentan sus estados anímicos y hacen avanzar la historia. La audacia está en utilizar solamente canciones de los Beatles. De primera impresión, la película pareciera ser solo el vehículo del ego de alguien como Paul McCartney (c.f. Give my regards to Broad Street). Pero la otra audacia, que es más audaz todavía, es que la película le exige al público conocer muy bien el songbook: las canciones se reinterpretan, se acomodan al guión, se ironizan y cambian su sentido sin variaciones en las letras. Para disfrutar Across the universe -y disfrutar del discurso meta que usa "I wanna hold your hand" como imploración romántica de una lesbiana, "She's so heavy" como descripción de la libertad a la americana o el chiste de she came in through de bathroom window (2)- y considerarla un éxito es preciso ser un beatlemaníaco. Y el beatlemaníaco descubre con esta película que el grupo inglés fue uno de los grandes cronistas de su época. Para los otros, la película es un par de horas de melomanía exasperante.

Once es fantástica sin ayuda del pasado. La mayoría de canciones son inéditas y tienen el tono indistinto -para mí- del folk de cantautor. Los protagonistas son músicos y de alguna manera mágica y sin disfuerzos la música aparece en la vida anodina de Dublín no para hacerla extraordinaria -no hay nada extraordinario en Once, solo personajes sin dirección soportando la vida-, sino para inventar un romance que es imposible en la realidad. ¿Cómo te enamoras y enamoras a alguien a quien no puedes ni debes enamorar? Con una canción. "Si le cantas esa canción ella volverá", le dice la chica al chico de corazón roto (ambos sin nombre) al inicio. Lo que, bien pensado, creo, es el eterno subtexto de la música. La necesidad de un musical es la necesidad del amor, o sea, la esperanza de un milagro.



(1) Algunos prefieren hablar despectivamente de películas con "estética de videoclip". Pero cabría preguntarse si un número musical de antaño no es acaso una versión primitiva del futuro video clip.

(2) Un momento realmente maravilloso para el beatlemaníaco es comprender por fin la infinita tristeza de una canción como "If I fell" (in love with you). Qué bien dramatizada que está en el personaje de la deliciosa Evan Rachel Wood. Ver:


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