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viernes, 29 de agosto de 2008

La blogósfera

No sé si concurra hoy al Blogday en el Maria Angola-lo dudo mucho, la verdad, porque rehúyo las aglomeraciones-, pero la fecha es propicia para pensar sobre qué es lo que uno está haciendo y, también, ver qué y cómo lo hacen los demás en la blogósfera local. Este blog tiene ya unos ocho meses, mantiene su política de no aceptar anónimos -salvo que tengan cuenta de gmail- y con su temario variopinto y caprichoso el autor no tiene idea si es leído o no. Lo más probable es que no. En todo caso, no hay forma de saberlo: el famoso algoritmo de Google no me lo termino de tragar.

En el primer post se expuso la idea central que después se desarrolló con más calma en posts ulteriores. La gran sospecha de la sabiduría nacida del colectivo anónimo. O sea, suave con la web 2.0:

 Como lector adicto a los blogs desde hace un buen tiempo y a sus menudencias bélicas me he percatado de que la creciente marea de anónimos opinantes ha obligado a repensar la dinámica del diálogo y [he] llegado a la verdad suprema de que la mejor opinión es la que viene ligada por un tubito a tu nombre legal (con DNI) y por otro tubito a la glándula de la honestidad. No está mal como consenso.


Creo que lo demás es una consecuencia natural de ese primer principio. Me gustan las complejidades que florecen de algo simple, como los átomos de hidrógeno o como la selección natural. Cuando el discurso se enreda en el nudo de excepciones siento que algo anda mal -aunque quizás sea mi falta de talento para comprender ciertas cosas. En todo caso, nunca hay que perder de vista las preguntas simples. Las inmensas preguntas celestes son en realidad las que un niño se haría.

Y con la blogósfera hay varias cosas simples que cada día constato más. No es un mundo sin reglas ni una revolución de valores. Creo que solo hemos pasado de la carreta al avión supersónico y que aún no sabemos cómo agarrar el timón. Pero eso no quiere decir que las reglas de la física hayan cambiado, o sea, valga el paralelo, las reglas de la civilización: la protección de la privacidad -cuánto nos ha costado atesorar la privacidad y alejarla de los que nos atacarían con ella- y no mezclarla con el discurso público; o desconfiar radicalmente de los anónimos. Son dos ejemplos y dos cosas sencillas. Pero las consecuencias son grandes, sobre todo una: no darle la espalda a la ley. 

Tengo la sospecha de que mucha gente que posee un blog no tiene idea de qué es un blog. Hay una tendencia a cierto vago esencialismo: tener un blog es ser blogger y ser blogger es una categoría única y especial que te permite decir cualquier cosa: es ser una opinión tan válida como cualquiera. Válida sí, pero buena o plausible, muy probablemente no. Hagamos una analogía: ponerte un casco de moto no te hace motociclista; ponerte un Speedo no te hace Phelps. Si eso se cree, entonces no se ha superado la adolescencia. Es la mala lección -o quizás una mala lectura- de los superhéroes: el traje trae consigo los poderes. Quizás la relación entre la religión blogger y cierta cultura del cómic encuentre acá su eslabón perdido.

Es por eso entonces que con toda probabilidad el fenómeno sea distinto según sea el lugar. El bloggerismo no es un esperanto. Me explico: si un académico como Andrew Keen lanza señales de alerta del peligro que corre la vida civilizada con la web 2.0 es porque su vida en EEUU le da buenas pruebas de ello. Pero en el Perú no todo Keen es aplicable. Aquí no podemos hablar de una web 2.0 que dinamita los pilares de, por ejemplo, la discusión o la producción cultural. Porque yo abro los periódicos y lo único que veo es fútbol, dos cables "culturales", entrevistas famélicas a no ser que sean a Vargas Llosa y artículos que se han comprimido a la triste condición de gacetilla o agenda. Por el contrario: quizás los medios locales sean una aterradora prolepsis del mundo post web 2.0 a la Keen: o sea, el mundo de la inanidad, de la idiotez, de lo superfluo, de lo que no importa, de lo prejuicioso, de lo que apenas si se pone en discusión, de las leyendas urbanas. En un escenario así, una herramienta como el blog sí tiene mucho sentido y urgencia. 

Hay varias personas con blog -ya no sé si llamarlos bloggers o si quisieran ser llamados bloggers- que asumen el compromiso de llenar el hueco o forado profundo de la discusión de ideas en los medios escritos de circulación masiva. Este blog lo asume desde sus limitaciones. Porque si lo que nos define como seres humanos es el lenguaje y el lenguaje es la herramienta que nos separa de la barbarie, tiene mucho sentido discutir cada una de las cosas chuecas, absurdas, mentirosas y sospechosas que se dicen en la blogósfera. Es más, es el único camino. Algunos llaman a ese diálogo pontificar. Pero es ridículo que se llame pontificar al hecho de argumentar una idea contraria. De nuevo: parece que no es solo la falta de costumbre de discutir. Es la religión del blogging, la pica-pica anual que celebra la plataforma pero no los contenidos, lo que enceguece. 

Y en el camino de los contenidos aún hay muchísimo camino que recorrer. No he visto mi Google Reader engordar sus suscripciones. Sigo leyendo básicamente lo mismo a nivel local -léase de "asuntos peruanos"- desde hace un año: Utero de Marita, Puente Aéreo -que parece que resucita-, El Morsa, Gran Combo Club y Moleskine. Son estimulantes sobre todo cuando uno está en desacuerdo con ellos. El resto, o es un eco, o es una reiteración, o es solo ruido. Pero, curiosamente, los medios no han preferido reclutar aquella forma del blogging a sus filas. Han preferido mayormente lo último: el entretenimiento sencillo o, con una terquedad atosigante, el soliloquio tedioso de los asuntos del corazón. ¿Es ése el mejor legado de la web 2.0?

Espero que no. El engranaje que falta es cómo hacer un blog económicamene viable, cómo salir de este círculo medio dantesco de la gratuidad eterna. A seguir pensando. 

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