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jueves, 27 de noviembre de 2008

Etiqueta blogger


Justo ahora que muchos piensan que escribir en periódicos ya fue y que no queda más que Blogger (hasta que Blogger cierre o nos cierre o decida qué hacer con tanta libertad de expresión), justo ahora, digo, me parece pertinente darle vueltas a la idea de qué significa publicar en internet. Haré una rápida y personal mesa redonda conmigo mismo. 

Me inspira el último post de Esther Vargas, en el que se pregunta a dónde se fue lo escrito por un periodista de Etiqueta Negra sobre el caso de Peru21 (meditación filosófica sobre la cual también se comentó en este blog). La Vargas pide que alguien le ayude a ubicar el texto en cuestión y al toque me dije: "hey, ¡yo lo tengo!" (1), pero acto seguido un tic de pudor seudoético me hizo esconder el mouse que hubiera abierto el archivo. Me puse a pensar mientras me rascaba el cogote y miraba al techo, que es como suelo pensar, y me dije: ¿no estaré violando algún tipo de regla o derecho de autor? ¿No será poco etiquetoso -léase, "mala leche"- republicar lo que se despublicó quién sabe por qué razones?

El caso no es nuevo. Me parece que antes sucedió con un texto sobre el que Iván Thays pidió expresamente -porque él era el autor- no sea circulado por otros blogs. Fue un texto que publicó y luego despublicó en uno de esos debates que el tiempo se encarga de calmar. Pero un precedente se estableció: es posible solicitar que no se republique, rebote, o se haga copy-paste lo que se publicó. Retroceder el tiempo, al parecer, es posible en internet.

No estoy muy de acuerdo (y a partir de aquí dejo de hablar del ejemplo del párrafo anterior y me referiré a mí mismo). Es verdad que metemos la pata una y mil veces con lo que escribimos. Es verdad que con la cabeza caliente salen posts de esos medio desquiciados y eléctricos que, luego de releídos, nos producen un profundo dolor en la boca del estómago. Pero creo que -aunque es nuestro derecho despublicarlos, borrarlos o hacer como si nunca hubiesen existido- algo se rompe dentro de la etiqueta -el código de conducta, no la revista- blogger. Hay algo que contradice mi sentido común si por la facilidad de las herramientas de la web 2.0 puedo yo deshacer mi propia mazamorra que salió más ácida, aguada o espesa de lo acostumbrado. Mi sentido común me dice: alguien ya lo leyó y me debo a ese alguien para cualquier discusión futura.

¿He querido borrar posts? Pues claro, como a todos nos ha pasado. A veces corrijo errores ortográficos o aclaro líneas que en la relectura tienen la fluidez de estilo de un chiquillo de quinto grado. A veces he querido reescribir todo o simplemente olvidarlo. Es normal: es el problema de la rapidez. Pero también es el problema del rollo web 2.0: no tenemos editor: the gatekeeper, diría Keen, is gone.

Tengo un truco sencillo para evadir los roches mayores en el posteo: envío los textos medio polémicos -si es que alguna polémica suscita este blog- a alguien de confianza (que no es mi madre). Digamos que es un lector con cierta experiencia al que sobre todo se le pide que detecte vacíos, arbitrariedades, lagunas, afirmaciones sin sustentar, oscuridades, chistes que no se entienden, etc. No se le pide que polemice conmigo: simplemente que me diga si lo que digo se sostiene. Todo comentario es bienvenido y casi siempre el texto mejora.

El proceso dura unos minutos (vamos, que tampoco es una tesis) y hago click en "publicar" con la confianza de la tarea hecha. El resto es materia y comidilla de los lectores.

Creo que a muchos politibloggers les vendría bien ese proceso en dos sencillos pasos. Es como cruzar la pista: primero mira a derecha e izquierda y luego cruza. Porque leyendo algunos posts sobre la candente actualidad peruana uno ve terribles accidentes, carreras felices hacia la muerte por atropello, ticos humanos en zig-zag envanecidos con su ansias medio suicidas de usar la opinión como una pistola en la sien (en la propia). Digo, releer no cuesta nada. Menos cuesta pedirle a otro que te lea, sobre todo si pides la cabeza de un ministro o la del Presidente del Mundo. 

A Esther Vargas le respondería: lástima, no puedo pasarle el texto que solicita. Es cierto que despublicar algo por internet es como si mandara una columna para un cierre de edición pero que, al descubrir horas después y en la noche que dije una gran estupidez, me despertara tempranito al día siguiente con la plena convicción de que podré evitar que los ejemplares se distribuyan, se compren o se miren. Sería absurdo por imposible. Pero en internet sí que se puede.

Es cierto: el caché de google está ahí. Pero usarlo es como fisgonear. Concluyo: aquí no se republicará nada por el momento, aunque tampoco se despublicará. Y seguiré feliz en mi mesa redonda pasando al siguiente tema: ¿por qué diablos me salen estos posts tan largos?


(1) Lo guardé hace unos días -extraído del caché- después de percatarme también que desapareció.

miércoles, 26 de noviembre de 2008

Audiófilo en problemas


Me harté de los mp3s. Un breve retorno a los vinilos me hizo comprender lo que me estaba perdiendo. Pero ese mismo retorno al pasado y al tornamesa me hizo también abrir los ojos: el supuesto sonido superior del vinilo frente al CD es solo un mito. Hay dos maneras de sustentar esta afirmación: la científica y la del testimonio personal. Esto último es lo que escribo ahora en un post kilométrico ayudándome con citas de lo primero, engordando de paso la gran cantidad de palabras que ya se han dicho al respecto, pero que vale la pena repetir porque los vendedores de sebo de culebra insisten en el tema. Mientras tanto, ayer empecé nuevamente a comprar CDs (y, si hay suerte, SACDs) luego de haber estado secuestrado en ese reino oscuro y legañoso del mp3. Pero me choqué contra la pared de los precios: carísimos. Compré tentativamente dos, en versiones remasterizadas y con ánimo investigativo: Nada personal de Soda Stéreo y L.A. Woman de The Doors, que no solo está remasterizado, sino también remezclado por Bruce Botnick -el ingeniero de sonido y productor original del grupo- y los integrantes que sobreviven. Para los que no saben exactamente cómo se graba un disco, la palabra "remix" puede sonar a herejía o pista de baile de discoteca, pero tal temor es solo una pequeña trampa de la costumbre. 

Veredicto: el Nada personal (1985) suena increíblemente bien. Nunca lo escuché mejor. La versión anterior en CD era espantosa, delgada, sin fuerza y medio intrascendente. Esta edición podría convencer a los incrédulos de que Soda era después de todo un buen grupo.

L.A. Woman (1971) es hipnotizante. Como se sabe, este disco se grabó en una pequeña sala de ensayos y en muy pocos días, con un Morrison sobrio y colaborador. Tengo la impresión de que la nueva mezcla intentó recrear ese ambiente. Es posible imaginar el espacio y el lugar donde están el vocalista y los instrumentistas. Los paneos "hard left" y "hard right" -escucho siempre con audífonos- tienen esa misión (antes molestaban). El sonido parece de otro mundo porque se parece demasiado al mundo real.

Pero entre los dos CDs gasté 100 soles, lo que a pesar del placer recibido, me parece una barbaridad. Porque mi renovada adicción audiófila -no me gusta la palabra, pero sigo la convención- podría llevarme a la bancarrota. Puedo entender los reclamos de los que no pueden o quieren pagar y prefieren por eso el formato comprimido, pero si estas mismas personas reclaman la muerte del CD están pidiendo algo tan terrible como convocar a la quema de libros. Es probable que la maravilla de la tecnología digital en relación a la calidad del sonido aún no sea manejable para muchos. Pero en esta era del reinado del mp3 nunca se puede pelear poco: el CD, el SACD o el DVD-A, no pueden morir. No deben.

Esto no tiene nada que ver con la pelea entre un "original" y un "pirata". Es otra cosa: es pelear por la experiencia transformadora de la música y el sonido. Me sucede con los libros, me sucede con las películas y anoche, después de mucho tiempo, me sucedió con la música. Después de The Doors apenas si pude dormir. 

Lo del vinilo como mito es una provocación. Aunque hay circunstancias excepcionales en las que un vinilo suena "mejor" que un CD, por lo general nunca es así. La "calidez" o la "naturalidad" relacionadas con el vinilo son la mayor parte de las veces impresiones tan esotéricas como creer ver a la Virgen en la caprichosa formación de un zapallo cualquiera. Pero eso vendrá en un post que espero terminar. Es un tema interesantísimo porque va al fondo mismo de nuestra percepción de la música. Porque de todos modos ayer, paseándome por las tiendas, no pude evitar coger un LP impecable de los Stones, ver su maravilloso arte gigante y, de pronto, escuchar una voz que me compelía a gastar 80 soles extra. "Se escucha mejor", insistía.

martes, 25 de noviembre de 2008

De nunca refundados a refundidos


Lanzaré una hipótesis arriesgada: la gran razón por la que el Perú ha sido suspendido de toda competencia internacional FIFA es su gran incapacidad para cumplir reglas. También, ciertamente, por creer que la "nación peruana" o "la peruanidad" son valores superiores al hecho concreto de pertenecer a una asociación que tiene reglas específicas. Pero un poco de gotitas en el brebaje de la confusión le pertenece a la propia FIFA y a la naturaleza del fútbol de competencia internacional: su insistencia en promover nacionalidades, orgullos patrios y pasiones medio irracionales deja a los aficionados desorientados sobre si un país debe o no controlar a los que dirigen su selección.

Más aún si la prensa no ayuda: Peru21 -que antes y después de AAR siempre ha sido igual con respecto al fútbol (1)- le echa la culpa a Manuel Burga en titular de portada. Y en la nota dice: "se hace la víctima". Claro, nada de esto sucedería si estuviéramos primeros en la tabla rumbo al mundial. Pero como dijo Toño Vargas, la hora es la hora. A ver si se resuelve esto para que los hinchas tengan una buena Navidad. El objetivo ahora ya no es ganar ni refundar el fútbol peruano, sino tener la posibilidad de competir. Qué extraño.

(1) Véase esta portada digna del humalismo más belicoso de hace un año. De la refundación a estar refundidos. En la foto: souvenir de nostalgia pelotera.

domingo, 23 de noviembre de 2008

Amadeus


¿Es posible que Bruno Odar esté espectacular como Salieri, el némesis de Mozart, dentro de una obra regular y, por momentos, fatigosamente desesperante? Sí, es posible. Lamentablemente para quien vio la cuasi perfecta Amadeus de Milos Forman (1984) -que he visto y revisto hasta la saciedad porque es simplemente maravillosa- el texto de Peter Schaffer muestra demasiado las costuras: momentos intrascendentes, escenas que se alargan sin necesidad, y pequeñas tramas que jamás se resuelven. Teniendo en cuenta que Shaffer ha reescrito hasta seis veces su propia obra, me pregunto cuál de todas ellas presencié ayer. Lo único claro para mí es que siempre queremos ver a Odar y es una lástima que las distracciones nos hagan perder de vista todo lo blasfemo que tiene Amadeus: esta no es una pieza sobre la envidia o el genio musical; es una pieza sobre el descreimiento: Salieri muestra su puño vengativo a Dios por una justicia divina inexplicable y descubre que toda su vida estuvo adorando una ficción. Esta verdad lo enloquece.

Lo que sigue no es una crítica, solo un borrador de impresiones. Los que no la han ido a ver -y tienen hasta el 20 de diciembre para hacerlo en el Teatro Británico- dejen de leer aquí, más aun si nunca vieron la película. Amadeus, dirigida por Jorge Chiarella, dura tres largas horas con un intermedio de quince minutos. Su puesta en escena es hiper minimalista: cubos plomos multifuncionales, un escritorio y un piano, también plomos y geométricos. Al fondo y dominando el escenario, un gran triángulo: Dios. Verdades sean dichas, este triángulo -que en un gran momento de desafío salieriano se ilumina y lanza humo como si fuese una puerta al infierno- es el segundo mejor personaje de Amadeus, aunque su aparición esté muy dosificada. Lo normal es observar un escenario inmóvil, áridamente blanco y medio aburrido, que contrasta mucho con una Viena que suponíamos en ebullición creativa, abigarrada y fastuosa. El texto no ayuda mucho para que la imaginación coloque lo que falta: sus digresiones y su terquedad en hacer que todos los demás personajes -incluido Mozart- tengan la profundidad de entes secundarios de cartón desespera. Salieri desequilibra aparatosamente el conjunto: es el único ser humano, el único que piensa, el único que emociona. Pero es imposible que lo haga durante tres horas.

La historia -que, no hay que angustiarse, está lejos de la verdad histórica, incluida la "mediocridad" de Salieri- es sencilla: un compositor de la corte venerado y reconocido ve su dominio amenazado por la aparición de un juvenil geniecillo de carácter juguetón y desaliñado, cuya música celestial no guarda relación alguna con sus maneras procaces y lujuriosas, su arrogancia adolescente y una risita de payaso que perfora el oído. Salieri no puede comprender que Dios le haya dado talento a esa "criatura" llamada Mozart -actuado por Gian Piero Díaz, quien no puede zafarse de su personaje de Polizontes- y no a él. Pero esta controversia está solo en su cabeza: para el público de Viena el italiano es talentoso y profundo en tanto que Wolfgang, a pesar de sus habilidades, no pasa de ser un virtuoso exhibicionista hambriento de aplauso fácil. Cuando el Emperador José II -estupendo, pero breve Leonardo Torres- menciona que lo de Mozart tiene "demasiadas notas" resume, sin querer, una pequeña poética musical: el compositor no debe mostrar su esfuerzo, debe desaparecer en la obra. Pero el ego de Mozart -que adelanta en parte al héroe romántico por venir- es demasiado expansivo como para vivir encorsetado en esas directrices cortesanas: detesta la tradición, detesta las etiquetas y hasta los libretos que escoge para sus óperas son extravagancias que bordean el mal gusto. Es solo el perturbado Salieri quien ve, debajo de esa vanidad desencaminada de pavo real, las joyas que guarda un talento semejante e intuye que la mediocridad quizás no esté en él, sino en quienes escuchan (1) . Su gran desafío a Dios, entonces, es destruir a la "criatura", tal como si se buscara extinguir un error de la naturaleza. Para Salieri, Mozart -el "amado de Dios", el "amadeus"- es un monstruo.

Esto se desprende del texto, pero no necesariamente de lo que vemos. Gian Piero Diaz es demasiado ligero y ordinario como para ver en él a un genio musical incomprendido (2) . Aunque es cierto que su personaje no es lo central, es justamente por eso que sus apariciones interrumpen y hasta resultan impertinentes. Las exasperantes escenas con Natalia Parodi -que hace de la frágil esposa de Mozart, Constanze- a veces solo terminan en un intercambio de gritos placeros francamente inconducentes. Pero el principal problema no es actoral: es estructural. Hay tres vacíos en la historia que hacen de Amadeus un enredo que la dirección no puede resolver. 

Parte del plan perverso de Salieri es pagar con la misma moneda el desenfreno de Mozart. Y lo hace doblando sus propios votos de castidad: seduce -aunque más precisamente sería decir, chantajea sexualmente- a Constanze, que busca desesperadamente trabajo bien remunerado para su esposo. La escena es intensa y dura, con una Constanze mostrando los pechos y abriéndose de piernas para que el italiano la humille penetrándola con las propias obras de su esposo. Pero este momento que parece importante no tiene ninguna consecuencia en la vida conyugal de la pareja juvenil. Constanze sigue siendo la mujer boba de un músico empobrecido que nunca cuenta ni sufre mayor remordimiento por lo sucedido. 

Aunque una cosa no tendría por qué ver con la otra, me parece importante señalar que en la película -cuyo guión fue adaptado, recordemos, por el propio Shaffer- esto jamás sucede: Milos Forman decide eliminar ese episodio, sin duda corrigiendo la lógica de la historia para evitar tener que dar explicaciones más adelante sobre lo que hubiese sido un increíble giro en los acontecimientos. Constanze permanece una esposa fiel y dedicada, el único cable a tierra de un artista bohemio obsesionado con la composición y olvidadizo con sus obligaciones domésticas.

El segundo vacío tiene que ver con el padre de Mozart. La mención al padre es tan tangencial que es inverosímil que de pronto Wolfgang caiga en un hoyo depresivo por su muerte. Un instante lo desprecia -lo tuvo todo el tiempo ignorado- y al siguiente minuto llora y se derrumba por él con tal efecto que su obra se vuelve oscura al escribir Don Giovanni. Inexpicable. En la película, recordemos, el padre tiene una presencia ominosa e importante.

El último vacío es el misterioso personaje que solicita un Requiem al austríaco. Y aquí es donde mi cabeza sufrió el enredo mayor.  Según tenía entendido (3), era Salieri quien estaba disfrazado como esta especie de emisario de la muerte. Es más, en el texto original, Salieri se desenmascara frente a Mozart y, además, le confiesa que lo estaba envenenando. Esto no sucede en la película -que reemplaza el final trágico por uno sublime en que enemigo y víctima trabajan cooperativamente en el Requiem-, pero tampoco en la versión que vi ayer. El personaje gris parece que solo existiera en la mente de Mozart y es solo después que Salieri explica que se trataba de un tipo cualquiera que quería obtener una pieza del prodigio para hacerla pasar como propia. ¿O entendí mal?

Pero los enredos se liman y olvidan embrujados por la actuación de Bruno Odar. La noche de ayer fue triunfal, e imagino que así es en todas las presentaciones: aplausos de pie por verlo transformarse de un joven y entusiasta compositor a un viejo contrahecho que escupe invectivas contra Dios y su destino. En la medida que todo sucede en la mente delirante de un anciano senil atormentado por el talento ajeno, me pregunto si no hubiese sido realmente perfecto un monólogo de hora y media observando solo a Salieri-Odar volviéndose un deicida. Es todo un espectáculo.


Link extra: la crítica de César de María en Caretas, que prefirió la lectura del genio vs. la mediocridad.

(1) Al final se autoproclama, en una línea muy irónica y dirigiéndose al público, "Santo Patrono de los Mediocres".

(2) Incluso, va vestido por lo general de camisa blanca y un pantalón azul que parece un blue jean.

(3) Ver en este link la descripción de la escena de la muerte en la obra de teatro.

jueves, 20 de noviembre de 2008

Amor al TLC

Linkeo una simpática columna de Patricia Castro en su blog de El Comercio. Hay todo un rollo con Alan García y los besos (recordar el de Cipriani):

Beso a la española que por un momento imaginé francés. 

Pensé que eran los efectos del sueño que me persigue. Acabo de llegar a Lima después de tres aviones, veintitantas horas de vuelo y un drástico cambio de 13 horas. Pero la fotografía de los reporteros gráficos de este diario me lo ha confirmado. Alan besó a Hu, y para estos instantes ya puede llamarlo Jintao.

(...)

Alan acabó con 4.000 o 5.000 años de tradición china. 

miércoles, 19 de noviembre de 2008

Queremos rock



Una noticia que me acaba de llegar al correo: Paul McCartney acaba de lanzar un nuevo álbum como parte de la mínima agrupación The Fireman (a dúo con Youth, bajista y productor a la izquierda de la foto). Electric Arguments es el tercer trabajo de la banda -monobanda: el ex-beatle toca todos los instrumentos- y por lo que he podido escuchar es otro baño de buena onda espiritual y experimental para los fans. ¿Vendrá algún día Macca al Perú?

En este link de NPR se puede escuchar todo el disco como stream. 

Al día siguiente


Inspirado por algunos bloggers que prefieren ver el otro lado de las cosas -Silvio Rendón, el Jorobado que se fue y regresó y el Morsa que usa la caja de cambios a discreción (1)-, este espacio también se pondrá algo antipático con "este mundo sin Peru21" como algunos/as lo vienen sufriendo. Pronto veremos camisetas con la efigie de Augusto Álvarez Ródrich, pins y hasta una canción-homenaje seguramente cantada por esas chicas que hicieron la canción de Magaly, miembros de un grupo cuyo nombre no recuerdo. Las manifestaciones culturales de coyuntura también sirven para envolver pescado.

  • Peru21 no ha sido "cancelado". Sigue en los kioskos y aún está por verse quién lo dirigirá. Como proyecto nació de El Comercio. 

  • Como se sabe el Grupo El Comercio agrupa varias otras publicaciones: Peru21, El Trome, El Comercio propiamente dicho, Gestión, Somos, todas regidas por los famosos "Principios rectores" ¿Qué Comercio eres tú?

  • Un principio rector interesante es aquel que orgullosamente reza: "El Grupo El Comercio propugna difundir informaciones que entretengan y eleven el horizonte cultural y espiritual de sus lectores." Eso incluye a La Malcriada del Trome y titulares de importante necesidad como "Lo masacran por no pagar caldo de gallina" o "Masacra mujer porque no le sirvió la comida: Borracho le clavó verduguillo en cara y la arrojó en basural”, entendiéndose que los espíritus a elevarse se distinguen por las monedas que se tengan en el bolsillo.

  • Aunque el clon de Ocram (2), el usualmente lacrimoso José Alejandro Godoy, lo subraye, no es tan cierto que se hayan violentado los principios rectores que AAR citó en algún comentario del pasado. La Constitución de El Comercio también está sujeta a interpretaciones auténticas en líneas como: "las decisiones de los directores periodísticos se deben enmarcar en estos principios rectores" (3). Dicho sea de paso, aunque no está de más decirlo: los que no pertenecemos al grupo no estamos obligados a obedecer los principios rectores.

  • ¿Me parece o solo a mí me ha parecido demasiado escueta, gris y displicente la explicación de AAR sobre su salida? Otros quizás la llamen comprensible. Lo único evidente -dado el silencio- es que el lector es el que menos importa. La próxima vez que lea un pedido de "transparencia" en las páginas de El Comercio no haré caso. O quizás valga la pena corregir: en ciertos casos los principios rectores siguen rigiendo aun cuando ya no pertenezcas al grupo. Pero eso quizás tenga otro nombre.
  • Con todo, aunque el tema sea legítimamente un asunto de debate público, hay que comprender que las decisiones de una empresa privada jamás le pertenecen al público. Ponerse ahora la camiseta de Peru21 es similar a cuando algunos se pusieron la de Wong en señal de protesta cuando pasó a manos de capitales chilenos. La diferencia es que el traspaso se hizo muy planificadamente en el último caso. 

  • Marco Avilés de Etiqueta Negra tuvo la ilusión de que todos los periodistas renuncien. Delirante. Aunque Avilés escriba su elegía en términos de "cuentas por pagar", empleabilidad, dignidad, etc. una renuncia general implicaría que todos en Peru21 piensan como AAR. Y yo que creía que era un diario plural. Los columnistas que partieron tuvieron una razón de peso: fueron invitados por el director. Y si cae el premier, cae el gabinete. Hay algo de pésimo gusto en eso de sacar la plata públicamente en cara para sopesar decisiones laborales personales.

  • No todo en la vida es política. Peru21 no me convencía como diario en general. Buenos colaboradores, sí, pero demasiado fútbol, nalgas, espectáculos, chismes y muy poco debate de ideas fuera de la política. Aunque los politibloggers se desvivan por la menudencia de la cosa pública, la calidad de vida de un ser humano no está definida por su permanente atención a ella. Felizmente. 

  • El gran éxito de Peru21 más allá de los colaboradores -la mayoría algo aburridos de estilo- fue su forma de comunicar. Para mí esta es la gran lección y el gran hallazgo. Hay un público lector joven ávido por enterarse de cosas, de aprender, de husmear, de tener puntos de vista distintos. Esperemos que alguien se anime en el futuro a lanzar algo con contenido más nutritivo y sin vivir bajo el influjo de los líricos "principios rectores". Alguien con dinero, claro.

Actualización: Buenas sugerencias en Puente Aéreo.

(1) El Morsa pasó de cabeza caliente a fría en dos posts, o sea, de indignación a indignación ma non troppo.

(2) Compárese posts sobre el estrenado blog de los ex-columnistas de Peru21 en sus espacios respectivos.

(3) Me gusta esta otra línea: ii. No todo lo que el periodista debe cumplir está escrito en estos principios. Por tanto, para lo no enunciado priman el criterio, el profesionalismo y la ética. No se arguya pues, como disculpa fácil para incumplir una obligación, que esta no se encuentra explícitamente señalada en los Principios Rectores o en los consecuentes libros de estilo.


lunes, 17 de noviembre de 2008

Para decir adiós solo tienes que decirlo

En un tema bastante menor recuerdo que en este blog se contó la historia de una blogger de Peru21 que desapareció del mapa luego de escribir un post algo agresivo -aunque justo- contra sus comentadores. "No me quiero casar" -¿anuncio de la crisis por venir?- de Alejandra Costa se fue sin decir adiós, lo que a mí me dejó pensando: ¿se fue porque no soportó la presión o porque le dijeron basta? El silencio dio pie a cualquier especulación, hasta ahora irresuelta.

En otro caso más serio, el humorista Alfredo Marcos también se vio forzado a decir chau de La República por un no muy claro -para mí- tema de conflicto de intereses. Una rápida viñeta -imagino que arcana para los que ni se enteraron del lío- terminó con sus años de colaborador, en tanto que la posición oficial del diario fue la nada. Rebusqué en su archivo virtual y no hallé ni una sola nota que fungiera siquiera de agradecimiento por los servicios prestados. Nuevamente, el silencio. Hoy Alfredo está en Caretas.

El último caso del año es el de Augusto Álvarez Rodrich en Peru21. Esta vez la salida ha sido una amputación. Pero no ha habido nada que aligere el trauma: solo una nota más fría que un iceberg notificando el adiós, hoy ampliada por las declaraciones del ex director temprano en la mañana. 

Los tres casos me dejan la agria sensación de que el lector es lo que menos importa. Que los medios, aunque exigen nuestra atención, nuestro interés y nuestro dinero, cuando deben explicarse un poco sobre sus pequeños o grandes escándalos prefieren voltear la cara y silbar por un costado con la trompa fruncida. Para mí estos casos son similares a esos romances que también se quedan en el aire, sin réplica, sin respuesta, sin consideración: solo un silencio más espeso que el barro metiéndose por tus narices y dejándote con esa pregunta que a veces no te deja dormir: ¿qué diablos pasó?

El título del post es una cita abierta a una de mis debilidades inconfesables: el cancionero de éxitos de la balada latina. Vaya como homenaje a esa cualidad -¿peruana?- más actual que nunca: hacerse el loco. La versión original es de Danny Rivera a dúo con Eydie Gorme (1977). Pero aquí se conoció por la de José Feliciano con Anne Kelly, número 8 del ránking La Más Más de 1982. Escúchenlas mientras hojean sus Peru21 de antaño.




Black Jack


Ya mucho se ha escrito sobre los extraños sucesos ocurridos después del despido de Augusto Alvarez Rodrich de Peru21. En un efecto dominó fulminante casi ningún colaborador está dispuesto a continuar. Hoy por hoy, Peru21 es un diario sin cabeza, moviéndose al garete como una especie de blog-repetidora: sin columnistas la personalidad de un diario es similar a la de un zombi. 

Lo que más me intriga es saber quién finalmente asumirá la dirección después del sismo. También si es que Peru21 tiene en efecto una lectoría fiel, o sea, atenta al ruido político. Es decir, ¿se le ha asestado un golpe mortal al eslógan publicitario con el que se le identificó al diario, aquél de "no se casa con nadie"? Si el cambio forzado tiene todas las señas del compromiso, ¿el desagrado se volverá masivo o solo terminará encerrado en los pequeños límites de los blogs? Que cada quien haga su apuesta. 

Pero si Magaly TV ha podido sobrevivir gracias al teflón de los anunciantes por años -siempre y cuando obviara las incomodidades políticas según relato de Fernando Vivas-, ¿por qué no habría hacerlo un Peru21 extirpado de casi todos sus órganos pensantes? El tiempo lo cura todo, dice un refrán de ambigua moral.


I am a mac, you are a pc

Una semana sin postear y aquí retorno brevemente solo para dejar constancia de que ya pertenezco a la familia de Steve Jobs. No diré exactamente qué modelo he adquirido para no despertar las envidias malsanas que, según programa de TV de cable local que pude visionar, hay que desterrar por siempre de la Tierra, muy a contracorriente de lo que en este desatinado blog se ha sustentado.

El vendedor me aseguró que la Mac hace de todo y eso incluye terminar de rematar mis poemas, avanzar con los diez inicios de novela que tengo -todos de quince líneas-, entretenerme en las noches solitarias con los solitarios más rápidos de los que tenga memoria y mejorar mi autoestima. Hasta el momento solo lo último ha podido ser comprobado. Una nueva etapa comienza. Lo presiento.


lunes, 10 de noviembre de 2008

Quiero ofender

Leyendo a Christopher Hitchens uno se percata de la necesidad política de ser ateo. Leyendo a Richard Dawkins, de que el ateísmo es una consecuencia lógica de lo que el ser humano ha podido comprender sobre el mundo hasta ahora. Y leyendo la polémica sobre la muestra de Cristina Planas que, dicen, recibió una censura por presiones religiosas no puedo sino recordar otras polémicas de gran interés para los católicos: ¿se debe comer carne en Semana Santa? ¿Se puede celebrar Halloween? ¿Fue la Virgen virgen de verdad?

El que esto escribe habla con conocimiento de causa. Fue criado de niño en una familia católica lo suficientemente razonable para que el daño psicológico no haya sido total. Ataque preventivo para las voces reclamonas: el ateísmo no es una "conversión" ni un "fundamentalismo". No es un sistema homogéneo de ideas. Los ateos solo viven sin la idea de Dios, aunque eso tenga alucinantes consecuencias éticas. Es entender que, por ejemplo, la moralidad no proviene de un ente imaginario. Que ningún Dios inspiró la Biblia ni ningún otro libro sagrado. Que nadie envió un diluvio, que no hubo zarza ardiente alguna, que no nacemos polutos, víctimas del pecado original. Y que Jesús, por más que rebusquemos en los Evangelios, no opinó sobre arte, ni galerías de arte, ni censuras a trabajos artísticos. A Dios eso no le importa. En realidad, no le importa nada: ni lo que pase con nuestras vidas, si nacemos o morimos, si nos enfermamos, si sufrimos o si somos felices, o si nos torturan. Pero a los hombres todo eso sí nos importa, lo que está muy bien.

Realmente tengo ganas de ser ofensivo. Porque la discusión viene ofendiendo mi sentido lógico de las cosas, la única arma que los ateos cuidan como si fuera su propia vida. Es más, debe ser el único sentido de su existencia. ¿Que si Cristina Planas ofendió o no a los católicos?

Déjenme contarles una fábula, una en la que no habrá panes que se multiplican ni vinos interminables: es la historia de un chico de ciudad que se muda a un pueblo lleno de fervor religioso. Este chico, como es lógico, tiene otras costumbres, siendo la más sobresaliente de todas una que le causa un placer infinito. No, no es masturbarse. Es bailar. Al chico le encanta bailar. Pero en este pueblo lleno de fervor religioso bailar causa sospecha. Podría ser la entrada hacia otro tipo de actividades menos sanas como las inconductas sexuales. La autoridad religiosa del pueblo persigue al chico e intenta botarlo. Aquellas ganas de contagiar el baile a las almas jóvenes de las que él se considera a cargo es ofensivo a su fe. Pero el bailarín, inteligente como pocos, demuestra que bailar no es ofensivo. Es más, bailar es respaldado por la Biblia y hasta por Jesús. El chico bailarín - a quien llamaremos Kevin- demuestra con la Biblia en la mano y en un discurso muy emotivo que bailar no es malo. Que sintoniza con la fe. Que Dios se alegra cuando nos ve bailar. La lógica del bailarín es impecable y hacia el final recibe el aplauso de todos. Es en ese momento cuando la música de Kenny Loggins hace su aparición.

Acertaron. Es, grosso modo, el argumento de Footloose. Que es más o menos el tipo de discusión que he estado leyendo sobre si la Planas fue ofensiva o no a Dios, ese ente imaginario al que mucha gente teme porque cree que tiene la capacidad de meter almas después de la muerte en una especie de horno gigante a millones de grados de calor. O su equivalente espiritual, que quién sabe cuál será. Pero lo paja de esta religión es que si te confiesas con vivo arrepentimiento cinco minutos antes de morir vas al cielo -ok, Purgatorio-, de frente, aunque hayas sido un hijo de puta toda tu vida. Mostro, ¿dónde firmo?

Ayer me he reído mucho, víctima del bicho de la ofensa. Más me he reído de las declaraciones de la artista cuando se defendió diciendo que su obra tenía una lectura teológica. Es la versión local de Kevin Bacon: Artloose. You're playing so cool. Obeying every rule.

Lo lamento, este es un post ofensivo. Aún no tengo los suficientes elementos de juicio para saber si lo de Vértice fue una censura o no. Pero sí tengo los suficientes elementos para comprender que sería más interesante que los artistas se animaran -a la luz de estas expresiones últimas de, según se dice, intolerancia o ignorancia estética de los mal llamados "fanáticos religiosos"- no a decir que la religión es importante para el "pueblo peruano" o a admirarse del fervor de esta nación "católica", sino a alertar y pensar sobre todo lo chueco y malsano que una religión es capaz de producir. O sea, es hora de ofender a la religión.

Hay un comentario que leí por ahí que me pareció muy lógico. Dice lo siguiente, parafraseo: "¿cómo así me piden respetar el arte cuando los artistas no respetan mis creencias?". Muy cierto. Súper cierto. 100 bonus points. La respuesta es así: no, nadie pide que respetes el arte. Es más, nadie pide que respetes nada. Tu irrespeto es ilimitado, sin fronteras y puede contener toda la ira y el desprecio de lo que tu cerebro es capaz. Solo hay una restricción: cumplir la ley, escritas, aunque te parezca increíble, por los hombres, que pensaron cosas muy diferentes a Dios. Por lo tanto, no puedes ir a una galería de arte y quemar aquello que te parece ofensivo y que no respetas. Serías detenido por eso. Pero sí puedes decir y escribir sobre el arte todo lo que tú quieras. O, mejor, podrías ser un artista religioso y dedicar tus obras al Señor, obras que, claro, lo respeten. Dudo mucho que le importe, pero bueno, eres libre. ¿Y sabes qué? Esa libertad de expresarte no te la dio Dios: te la dieron los hombres. Te la han dado todos los hombres inteligentes que ha habido en el mundo y que comprendieron que hay que tolerar la existencia hasta de las ideas más estúpidas, aunque eso no signifique que haya que tolerar que pasen piola sin que digamos algo sobre ellas. Porque si por Dios fuera Vértice hubiese sido quemada al igual que quemó Sodoma porque algunos hombres usaban su pene para satisfacer por el ano a otros. Muerte para los sodomitas, o sea, para los que ofenden. Tú no respetas cierto arte. Yo no respeto la religión. Y nos vemos en el ring de las ideas.

Pero no quiero terminar esto con un tono acre. Si algo puedo admirar de la gente de fe que, como he leído en algunos comentarios, entiende que hay cosas que atentan contra la razón dentro de sus iglesias es que justamente pueden suspender sus creencias -las creencias no necesitan ser argumentadas- para actuar y decidir pensando. En serio, es admirable. Yo no podrìa vivir con ese lastre de contradicciones, intelectualizando al máximo para saber si es que acaso estoy obedeciendo o no a Dios. Hay gente valiosa dentro de la religion no por ella, pero a pesar de ella.

miércoles, 5 de noviembre de 2008

130

Me uno al calmo beneplácito -creo que generalizado en el mundo- por la elección de Barack Obama como presidente de los Estados Unidos. Anoche, viendo CNN, me restregué los ojos varias veces: no era un holograma, era la realidad. Aquí linkeo una columna de Thomas Friedman del NYT. Extractos:


And so it came to pass that on Nov. 4, 2008, shortly after 11 p.m. Eastern time, the American Civil War ended, as a black man — Barack Hussein Obama — won enough electoral votes to become president of the United States.

(...)

How did Obama pull it off? To be sure, it probably took a once-in-a-century economic crisis to get enough white people to vote for a black man. And to be sure, Obama’s better organization, calm manner, mellifluous speaking style and unthreatening message of “change” all served him well.

(...)

It was white conservatives telling the guys in the men’s grill at the country club that they were voting for John McCain, but then quietly going into the booth and voting for Obama, even though they knew it would mean higher taxes. Why? Some did it because they sensed how inspired and hopeful their kids were about an Obama presidency, and they not only didn’t want to dash those hopes, they secretly wanted to share them.

(...)

Bush & Co. did not believe that government could be an instrument of the common good. (...) For them, pursuit of the common good was all about pursuit of individual self-interest. Voters rebelled against that. But there was also a rebellion against a traditional Democratic version of the common good — that it is simply the sum of all interest groups clamoring for their share.

(...)

None of this will be easy. But my gut tells me that of all the changes that will be ushered in by an Obama presidency, breaking with our racial past may turn out to be the least of them. There is just so much work to be done. The Civil War is over. Let reconstruction begin.


ACTUALIZACIÓN: Pero mientras Friedman habla de que con la elección de Obama acabó la Guerra Civil norteamericana, aquí vamos para atrás. Un casi alucinógeno post del Utero de Marita me recuerda que algunos peruanos son inexplicables. ¿Pero el antecedente no lo puso Caretas? Me bajo en la esquina.

ACTUALIZACIÓN 2: A veces el discurso de los derrotados puede ser igual de inspirador que el de los victoriosos. McCain -a pesar de una campaña que removió sentimientos no muy sanos- lo hizo bien anoche y creo que me impactó más que Obama:



domingo, 2 de noviembre de 2008

129

Al lado de la a veces borrosa línea que separa la opinión de la difamación, están las otras líneas más borrosas aún que separan el humor de buen gusto y el humor de pésimo gusto, el humor "inteligente" -palabra que no me gusta para este caso- y el humor ramplón. ¿Quién decide dónde están los límites de las cosquillas? ¿Quién pone a raya la ofensa? Al ser el humor generalmente un rollo que exagera y distorsiona el mundo -y que se presenta a sí mismo como una distorsión-, ¿no entra el humor acaso en el terreno de la ficción? ¿Será el debate sobre el humor entonces un debate sobre ficciones aceptables versus ficciones inaceptables? ¿De quién sí nos podemos burlar? ¿De quién no? ¿Es un asunto generacional?

Es una discusión de nunca acabar. Mis rabietas contra "Los Chistosos" muy probablemente sean solo mías y se estrellan contra decenas de miles de felicidades personales que se ríen muy sueltas de huesos con cada burla racial y homofóbica que realizan. ¿Tendrá RPP unos principios rectores sobre el humor difundido en sus ondas? No lo sé. De existir imagino que serían algo así como: "Está permitido burlarse de los demás en relación a su raza y sus conductas sexuales. Nos ampara la libertad de expresión". También los ampara la democracia numérica: mucha gente se identifica con Los Chistosos; conmigo quizás solo yo.

Pero, como es obvio, el rollo no es contra el humor. Yo mismo no escapo a la gran tentación de la broma y el sarcasmo. Al contrario: mi personalidad es básicamente sarcástica y es un síntoma de mi intolerancia frente a ciertas cosas. No es un mal ejercicio preguntarse, entonces, por los movedizos márgenes de lo que a través del tiempo hemos considerado gracioso. Un ejemplo muy simple: he sido uno de los muchos que se ha reído de niño con los coscorrones de Don Ramón al Chavo en la serie mexicana. Hoy ya no me dan tan risa. Es más, hoy los eliminaría casi convencido de que son de mal gusto. No es conservadurismo ni falsa corrección política. Es solo que mis ideas han cambiado. De niño podía aceptar los golpes como una forma de comunicación y convencimiento. De grande me es imposible.

Igual me ha pasado con la tan cacareada genialidad de Pataclaún años más tarde. Pero en este caso mis reflejos éticos -el humor es esencialmente un debate ético- estuvieron algo más afilados. ¿Cómo podía un hombre pegarle a una mujer y ser eso motivo de risa? ¿Cómo era posible que el abuso doméstico fuese vuelto comedia no para denunciarla, sino para celebrarla? Recuerdo que trabajando de periodista se lo pregunté a un humorista profesional en estos términos: ¿no es Pataclaún un refinamiento del humor de la patada, de la lisura, del golpe, de la criollada y de la chapa? En ese entonces mis preguntas estaban en minoría: el humorista profesional no pensaba como yo. Pero si consideramos el racismo verbal de hoy de Johanna San Miguel, ex Pataclaún, como una señal, quizás no estaba tan desubicado.

Las ideas y el humor están asociados (aunque otros consideren que el humor es básicamente anarquía). Cuando vi Tropic Thunder en el cine no percibí que mucha gente se riera. Yo no pude parar durante hora y media. Imagino que el metahumor no es tan popular: en Tropic Thunder la parodia sobre una comedia cuyo humor se basó en los pedos -humor al cuadrado- era graciosísima por una buena razón: llevaba al límite la estúpida idea del pedo como único material de risa (pasará algún tiempo, creo, hasta que Eddie Murphy vuelva a hacerlo). El blackface de Robert Downey Jr. no era ofensivo porque la misma película problematizaba su uso. La burla era contra la práctica -ya no hecha con maquillaje, sino mediante un procedimiento clínico-, pero sobre todo, y esto fue creo lo genial, contra un actor australiano que no tenía idea de que estaba siendo racista. El racismo involuntario -o el paternalista- fue sometido a una batería de burlas durante toda la película. Moraleja: es necesario mirar más allá de las narices. El personaje de Downey Jr. llega a decir como justificación: "estoy realmente confundido".

Pero claro, estas son ideas de distinto calibre al de la simple burla porque alguien es gay o negro. Tropic Thunder es metahumor: se pregunta a sí misma hasta dónde puede llegar y qué estupideces se han normalizado en Hollywood. Mi risa y mi justificación van por ese lado: no puedo evitar reírme si alguien se burla de las ideas estúpidas. También considero importante burlarse de uno mismo. Quizás otros consideren necesario burlarse solo de los diferentes.

Este rollo viene por una noticia. Hubo un gran lío por una broma de mal gusto emitida en un programa de la BBC:

LONDON (Reuters) – The BBC apologized on Monday to "Fawlty Towers" actor Andrew Sachs after well-known personalities Russell Brand and Jonathan Ross left a series of crude messages on his answerphone during a radio show.

The Radio 2 presenters joked on-air that Brand had slept with Sachs' grand-daughter and that he may kill himself after hearing their message earlier this month.

¿Hay chistes que cruzan la línea o un chiste debe siempre cruzar la línea?

sábado, 1 de noviembre de 2008

128

Leí Rebelión en la granja o Granja Animal o Animal Farm por primera vez en el colegio. Ayer la volví a leer creo que por tercera o cuarta vez, más o menos convencido de la vigencia de la fábula de George Orwell sobre una revolución que dio una curva de 360 grados para terminar exactamente donde comenzó. 

Mi edición trae un prólogo donde el propio autor explica que el referente directo de su pequeña novela es el totalirismo ruso, del cual apenas si se podía comentar con acritud en los años de la segunda gran guerra: la alianza anglorrusa, según Orwell, estaba obligando a los intelectuales ingleses a la autocensura. Su libro quería ser incómodo adrede. 

Pero más allá de la alusión directa -el cerdo Napoleon es Stalin y su contrincante, Snowball, Trotsky- mejor es leer el libro eliminando los guiños. O quizás comprender que en toda noticia alharacosa sobre una "revolución" siempre hay un Stalin y un Trotsky, un Napoleon y un Snowball. 

La historia es sencilla: los animales de la Granja Manor están hartos de los maltratos de los humanos y de pronto, casi sin siquiera pensarlo, dan un golpe liderados por los cerdos, los animales intelectualmente más solventes del grupo. Los seres humanos son espantados del lugar y desde ese entonces el animalismo se propone como doctrina, una que les promete a los animales gran libertad, mejores condiciones de vida y, sobre todo, trabajar solo para ellos en una autarquía económica donde todos serán iguales, con iguales derechos y obligaciones. 

Pero pronto empiezan los problemas. Si bien al inicio se intenta practicar una democracia incipiente con elecciones, Napoleón -un personaje sin ideas, pero con muchas ansias de poder- expulsa a su contrincante Snowball -el cerdo bienintencionado y utópico- de la granja con la ayuda de unos feroces perros entrenados especialmente por él. Desde ese instante, toda la granja funcionará al servicio del único líder, quien ser aprovechará de la ignorancia de los otros animales -que apenas si podían leer- y del atemorizante uso de su fuerza policial: los perros. 

Sin embargo, la pata más importante de la mesa dictatorial de la Granja Animal es la propaganda. Los animales son convencidos de propuestas que desafían toda lógica y empiezan a dudar, incluso, de lo que ven con sus propios ojos. Con el transcurrir del tiempo, Snowball pasa de ser un héroe al enemigo número uno y el principal culpable de todos los contratiempos del sistema y hasta de los fenómenos meteorológicos adversos. Los animales son obligados a vivir en un estado de constante paranoia, intoxicados de fábulas conspiracionales en las que Snowball busca siempre recuperar el liderazgo perdido. Pero Snowball es solo un fantasma, porque jamás se sabrá de él por el resto de la novela. 

En esta fábula, es el uso de la propaganda lo que más me llamó la atención. Campañas de desprestigio, loas desmesuradas al líder, animalismo patriótico exacerbado y amenazas de ser acusado de traición por pensar distinto, son las armas de la maquinaria de las palabras usada para mantener a los animales aturdidos y controlados. La lección parece sencilla, pero no lo es: el entusiasmo que enceguece y corta todo pensamiento escéptico es el caldo de cultivo perfecto para la aparición de las dictaduras, de los vendedores de sebo de culebra, de los que dicen combatir la injusticia solo para establecer un régimen más injusto aún. 

Esa sección final donde los cerdos, que ya caminan en dos patas, se vuelven de pronto indistinguibles de los humanos (en una especie de ruptura de las propias reglas de verosimilitud de la novela) es una de las cosas más impactantes que recuerde haber leído. Una lección más: hay que desconfiar de toda revolución y de los que gustan permanecer en el poder, cualquiera que sea, por mucho tiempo.

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