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lunes, 19 de enero de 2009

¿Ciudad con ruido, ciudad sin lectores?

Homenaje atrasado a Lima. Me entero de que mañana se presentará un informe llamado "La Situación de la lectura en el Perú" del Centro de Documentación e Información de Literatura Infantil-IBBY Perú (Cedili). Será interesante conocer sus conclusiones. Pero me intriga saber una cosa, a propósito de la noticia: aunque a priori uno diría que Lima es una ciudad que lee poco o nada -según se desprende de las poquísimas librerías que existen-, me pregunto si es que acaso una de las variables para esa situación medio huérfana es el culto al ruido de los limeños. Bocinazos neuróticos, autos con radios a volumenes de estruendo, construcciones cada veinte metros, vecinos parranderos a toda hora, perros ladradores, home theatres conectados a TVs exhibicionistas, guachimanes que a medianoche prenden la radio para que toda la cuadra se entere, alarmas que suenan por las puras, etc. etc. Que cada quien arme su combo preferido y una sola conclusión saltará en la cara: en el ruido no se pueden cultivar lectores o, lo que sería mucho mejor, lectores atentos, unos que no entiendan Z cuando leen A. 

Yo lo he sufrido. He vivido mayormente en Miraflores y encontrar un oasis de silencio es casi imposible. En una de mis direcciones, pasé unos meses en que literalmente nadaba en el ruido. Para no ahogarme, intenté ir al Centro Cultural que, adentro, tiene una biblioteca. Inútil. En el edificio también funcionan oficinas burocráticas que no tienen nada que ver con los libros y el ruido molesta. Quizás hubiese sido posible hojear una revista, pero estudiar estaba fuera de la discusión (me di con la sorpresa, dicho sea de paso, de que la mayoría de lectores de esta biblioteca leen periódicos).

En ese trance tomé la resolución de escaparme al Malecón miraflorino con mis libros. La vista es inmejorable y, aunque las bancas no son cómodas, al menos el entorno, descubrí, sí ayudaba a la concentración, sobre todo en las mañanas donde el largo parque está casi desierto. Aunque parezca alucinante leí todo Middlemarch de George Eliot -ese libro que a MVLL le pareció insufrible; a mí maravilloso- en una banca (no en un día, claro, sino en varios). Y aunque parezca alucinante también, casi no vi a nadie en mi misma situación, o sea, sentado en una banca o, para mayor comodidad, echado sobre una manta en el pasto, con un libro abierto en las manos. Periodiquistas, sí: es lo esperable. ¿Pero libros? No. ¿Adolescentes leyendo? Naca. ¿Niños? Menos. Hoy vivo en una quintita muy apacible donde mi ritmo de lectura ha aumentado frenéticamente justamente por la paz que hay (salvo por unos vecinos extranjeros -interesante dato- muy bullangueros que pueden joder la vida con algunas fiestas o música ferozmente alta a cualquier hora; felizmente sucede muy esporádicamente). De alguna manera, me siento bendecido.

El ruido desalienta la lectura. Lo digo no solo por mi experiencia adulta -que me llevó a intentar comprar unos audífonos noise-cancelling, esos que se usan en el avión-, sino por la de niño. Siempre viví en un ambiente ruidoso, donde el silencio no era apreciado, donde la concentración no era necesariamente algo que debiese ser cultivado. Y si he vivido en una zona, digámoslo así, relativamente privilegiada, ¿qué de otras donde el ruido existe en su modo más violento, más ofensivamente incivilizado? ¿Cómo se le puede pedir a alguien que lea así? 

Por lo pronto, sería un avance increíble empezar una campaña contra los minicomponentes y las fiestitas en domicilios a decibeles de infarto. Eso es inaceptable. ¿Qué tan idiotas podemos ser los limeños contra nosotros mismos?

EXTRA: Para estar a tono con el inicio de la era Obama esta nota del New York Times. From Books, New President Found Voice

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