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martes, 1 de septiembre de 2009

El triste oficio de defender lo indefendible

Cuando un periodista es atacado sorpresivamente por la vía legal, la reacción solidaria del gremio dibuja algunos escenarios extraños. El caso Magaly polarizó opiniones, pero no pocos vieron en su sentencia un peligro para el futuro ejercicio de la libre expresión. Por lo tanto, fue necesario defender el particular filón de su oficio por más que algunos lo detestaran. La onda volteriana de "defender con la muerte el derecho que otros tienen de decir cosas con las que no estamos de acuerdo" a veces suena a exageración. Porque la verdad es que podríamos vivir mejor sin Magaly y sin la magalización. Aunque de arranque, y dada la enfermiza relatividad de los tiempos, se piense que nadie puede decidir qué cosa es mejor que otra, no estaría mal que recuperásemos la siguiente pregunta: ¿existe algún criterio objetivo para medir esa utilidad, para armar un menú menos nocivo de nuestros consumos periodísticos? Por cierto, la objetividad de hoy puede ser la arbitrariedad de mañana, pero eso no quiere decir que no tengamos algunos faros que nos indiquen qué es un buen vivir entre noticias e información, faros que van más allá de la legalidad.

El caso del periodista José Alejandro Godoy es similar. La denuncia de Jorge Mufarech también despertó una solidaridad dominó entre varios blogs locales y algunos periodistas que tienen una muy buena relación con ellos. Esta solidaridad tuvo un efecto beatífico: el denunciado se volvió un mártir e, ipso facto, su trabajo público impecable. Pero la vistosa y breve campaña "Todos con Godoy" ocultó un escenario más real: cómo varios blogs, desde hace mucho, le señalan a Godoy resbalones, conclusiones ilógicas, mentiras y una impresionante capacidad perica de repetir lo que otros dicen. Es decir, hay algunos blogs que consideran su trabajo llanamente irrelevante. La apoteosis de tal lectura llegó con César Hildebrandt en su programa de TV: "profesor Ciruela" y "niñato" fueron los adjetivos que el periodista profesional le endilgó al periodista blogger, uno que seguramente pensaba que la blogósfera ya había llegado a su mayoría de edad como generadora de buen periodismo. El escueleo no obtuvo respuesta del escueleado, pero el episodio tuvo el mérito de hacernos ver que CH, en parte, no hizo más que decir en voz alta lo que en la blogósfera se ha venido escribiendo desde meses o años atrás. Es más, CH leyó, como remate de su monólogo a Godoy, un texto salido de la blogósfera. Aunque las discusiones intrablogs rara vez lleguen al mainstream -lo de CH fue algo absolutamente excepcional- lo importante es entender que los blogs tiene sus propios mecanismos de profilaxis, de desinfección gradual de sus contenidos, de detección del grano y la paja. Al igual que Magaly, Godoy no es unánime y hubo quienes tuvieron que solidarizarse con él literalmente tapándose la nariz.

El último caso es el ya conocido de Laura Bozzo y su intempestiva salida de un canal estatal ecuatoriano por orden del presidente Correa. Aunque muchos piensen que el Sr. Correa detectó bien y a tiempo la porquería, la decisión también tiene una lectura que invita a suspicacias. Fernando Vivas sugiere que en el destemplado grito de Correa podría coexistir la tentación del poderoso de saltarse instancias estatales de regulación -que no deberían tener a un presidente como crítico de contenidos llanamente porque no es un especialista en el tema- con las ganas de difuminar los límites entre la TV estatal y la TV abierta. Nuevamente, uno percibe que el gremio ya se pone en sus marcas frente a la eventual necesidad de tener que defender a la Bozzo si es que algo le sucede en un escenario distinto. 

¿Qué enseñan los tres casos anteriores? Quizás lo más evidente es que los ejercicios fronterizos de la libertad de expresión y del periodismo (Magaly, Godoy, Bozzo) se vuelven caballos de troya que los poderosos pueden usar como excusa para cruzar la raya e invadir lugares que no les corresponde. La "solidaridad" de los colegas suena bien al inicio, pero borra los matices y las controversias, polariza a tal punto que deja a los críticos con solo un binomio como respuesta (¿a favor o en contra?), y hace olvidar todas aquellas discusiones anteriores donde ningún implicado era santo o beato.

Retomo, entonces, la pregunta del primer párrafo. Buscar criterios para armar un mejor menú de los consumos periodísticos en cualquier medio (TV, radio, diarios o blogs) no solo es una cuestión de aristocracias del buen gusto. Es importante buscarlos porque deja menos espacios de maniobrabilidad a los que usan el poder para controlar, aplastar y homogenizar. Los poderosos son cazadores de excusas para llevar agua a su molino. Por lo tanto, es necesario que los dueños de medios calibren contenidos más allá de la popularidad. Es necesario que los consumidores -donde incluyo a los críticos- exijan o piteen cuando ven que algo no les gusta. Es necesario que las oficinas de prensa de los medios expliquen los porqués de sus cambios de programación o de contenido, si los hubiera, o hagan explícitas sus políticas. 

Ciertos "prosumidores" en la blogósfera van intentando tales acciones desde hace un tiempo. Algunos piensan que es manía u ojeriza de un grupo hacia otro. Nada de eso. Es un ejercicio indispensable, aunque se realice precariamente: discriminar entre mejores o peores contenidos, y señalarlos públicamente, vuelve la blogósfera más plural, más informada y más democrática. No solo es un servicio hacia el otro -finalmente, es para el otro que se escribe- sino que también evita que por las estupideces de uno paguen pato todos. La blogósfera no es una sola y depende de los propios bloggers que se haga muy explícita esa verdad.








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