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lunes, 18 de enero de 2010

El mito del periodismo ciudadano

Cuento

Hacer periodismo ciudadano es cuando un ciudadano cualquiera, sin editor, sin criba, en plena libertad y acompañado solamente de su razón amateur funge de periodista utilizando las herramientas 2.0 -léase, redes sociales- lejos de las garras del periodismo tradicional.

Su noción de lo interesante a ser publicado tiene la creatividad y los límites de su propio amateurismo.

Por lo tanto él, y muchos otros como él, producirán, en conjunto, cosas buenas quizás, cosas regulares quizás, y cosas malas, con seguridad.

Por lo general producirán, en conjunto, cosas pésimas, mal hechas, mal presentadas, muchas veces infundadas o simplemente plagiadas.

Pero eso no importa. La ilusión del periodista ciudadano es poder hacer algo distinto de la prensa tradicional: llenar sus huecos, sus falencias, lo que no dice ni hace.

La prensa tradicional al inicio reaccionó mal contra estos ciudadanos entusiastas. Tenían razón: ella era mejor que esa plaga.

Pero la plaga terminó siendo demasiado grande e imposible de contraarrestar.

Entonces los medios pensaron distinto: si no puedes derrotar a tu enemigo, únetele.

Entonces comenzaron ellos mismos a sacar su propio material 2.0, no solo travistiendo a sus periodistas tradicionales de plumas henchidas de adolescencia, sinceridad e inmediatismo, sino reclutando a muchos redactores que nunca lo fueron antes en sus vidas para conectarse con este nuevo público no muy interesado en noticias, pero sí en huevadas.

La jugada salió redonda. El público 2.0 -que no ata ni desata, y que si le viene en gana puede lanzar piedras contra Chan Chan porque es un cague de risa- respondió bien, con clicks y con comentarios.

Pero ahora que ya se sabe que actuar de 2.0 es facilísimo la siguiente etapa de los medios tradicionales aparece en todo su esplendor: reclutar directamente a todos esos periodistas ciudadanos de verdad, prosumidores del montón, mediocridades colectivas que se emocionan con cada video de un minuto colgado en YouTube, con cada comentario donde se menta a la madre, con cada foto á la I Shot Myself donde le sacan la lengua al flash paseando en algún paraje de nuestro lindo Perú.

La lógica es simple: ¿para qué tener que pagar a redactores o videorreporteros si todos estos lo pueden hacer gratis?

El periodista ciudadano es feliz con migas: "¿qué? ¿pondrán mi material mediocre en tu gran medio?"

"No solo eso", dice el gran medio, "también te pediremos que hagas cosas por nosotros. Pero no seas duro contigo mismo: tú pensarás que tu chamba es mediocre, pero nosotros tenemos la capacidad de ver el diamante en la caca".

"Awesome!", exclama el prosumidor.

"¿Tenemos un trato?", pregunta el medio.

"Pos órale", responde el prosumidor.

Y así termina este lindo cuento donde hacemos un círculo perfecto volviendo al inicio: con un solo medio decidiendo él solo qué cosa es lo interesante y qué cosa no, decidiendo cuáles fuentes usar y cuáles desechar y, por supuesto, sirviendo de embudo seleccionador a toda esa marea negra de periodistas ciudadanos -¿o subcontratados? ¿ganando qué?- que alguna vez creyeron que iban a ser algo distinto, o sea, revolucionario.

El medio logra lo que siempre quiso: tener gran parte de la atención del público 2.0 para sí y silenciar a todos esos otros no adscritos a ninguna parte, a ninguna agenda, a ninguna planilla.

Porque ya se sabe que este 2010... "si te quedas hablando solo no existes".

FIN

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