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viernes, 5 de noviembre de 2021

Critical Race Theory y elecciones en Virginia, EEUU

Este tema parece un poco alejado de la realidad peruana, pero tiene que ver con ideologías que, en la era de las redes, pueden tener alto nivel de contagio y llegar hasta aquí. 

Las elecciones para gobernador en Virginia de hace unos días se convirtieron, en el tramo final, en unas sobre educación escolar y ciertos contenidos que empezaron a preocupar a muchos padres, más precisamente aquellos relacionados con la "critical race theory" o CRT (en castellano suena espantoso: "teoría crítica de la raza"). En resumen, la CRT es una ideología furiosa que pone énfasis en las diferencias de raza en las relaciones sociales y, específicamente, en el llamado racismo sistémico norteamericano. Los más extremos exponentes de la CRT afirman que toda la idea fundacional de los EEUU es la de ser un estado racista. Esto es, un estado de supremacismo blanco. 

En Virginia, el candidato demócrata Terry McAuliffe negó que tales ideas estuvieran llegando a los salones escolares. El candidato republicano Glenn Youngkin denunció lo contrario y ganó. No ganaba un republicano desde el 2009. Este resultado, por supuesto, ha encendido las alarmas en los militantes democrátas, pues temen una reacción en cadena que los haga perder la reelección presidencial el 2024 o, peor aún, que permita el regreso de Trump. La opinología norteamericana está intentando extraer algunas lecciones del tremendo resultado en Virginia. De eso va la columna de Ross Douthat, que es una voz conservadora, y de la que traduzco algunos párrafos. 

¿Importa la CRT en Perú? Sin duda. Lo racial es un concepto potente en todas partes del mundo, pero no en todos los contextos se desarolla igual. Sin embargo, la CRT en su versión mínima y más contagiosa propone una nueva racialización de la sociedad con nuevos órdenes de jerarquía. Eso pondría en peligro nuestro más preciado concepto de resolución del conflicto racial: el mestizaje.

En Perú, hay una cierta tradición académica que ha venido denunciando la idea de lo mestizo o el mestizaje desde hace muchos años, a pesar de que el mestizaje sigue siendo, a la luz de encuestas recientes sobre auto-identificación, el concepto con el que la enorme mayoría de peruanos se vincula. Una CRT peruana trataría, sin duda, de continuar ese camino de demolición y otorgarle al mestizo una partida de defunción.


"Ahora los progresistas replicarán que la reacción que puede haber llevado a Youngkin a la victoria (siendo, sin duda, un factor entre muchos) no se trata realmente de textos e ideologías, sino de una incomodidad más generalizada con cualquier exposición de la dura verdad sobre el pasado racista de los Estados Unidos, ya sea en las novelas de Toni Morrison o en las pinturas de Norman Rockwell. Y tienen razón en decir que el movimiento anti-C.R.T. ha logrado combinar objeciones moderadas, incluso liberales, al nuevo progresismo (objeciones que aparecen tanto en la súperliberal Nueva York, como en los suburbios del condado de Loudoun, Virginia), con las viejas objeciones a hablar de esclavitud y segregación.

Pero los progresistas no pueden aislar y atacar el segundo tipo de objeciones a menos que encuentren una manera de abordar también las del primer tipo, especialmente cuando vienen de votantes (incluidos votantes de minorías) que pueden haber apoyado a Hillary Clinton o a Biden, pero que se sienten incómodos por las ideas que se vienen filtrando en las aulas de sus hijos en los últimos años. El enfoque de McAuliffe no lo resolverá: puedes decirle insistentemente a la gente que la critical race theory es solo un cuco de la derecha, pero este debate no fue instigado por padres de la derecha, sino por una transformación ideológica de la izquierda.

Por lo tanto, los políticos demócratas quizás necesiten aclarar qué piensan realmente sobre las ideas que han arrasado las instituciones culturales de élite en los últimos años. Es posible que valga la pena defender tales ideas. Es posible que valga la pena celebrar a Kendi y a DiAngelo. Quizás los superintendentes escolares que recomiendan sus libros deberían ser felicitados por ello.

Si es así, los demócratas deberían decirlo y luchar con valentía en esa línea. Pero si no es así, entonces los políticos demócratas en los estados más polarizados, que enfrentan los ataques republicanos a la política educativa y observan el infeliz ejemplo de Virginia, deberían considerar seriamente en reconocer lo que sospecho muchos de ellos (y, entre ellos, muchos opinólogos de izquierda) realmente piensan: que el futuro inmediato del Partido Demócrata depende de que sus líderes se alejen, hasta cierto punto, de la jerga académica y el fervor progresista."



De "Republicans Schooled The Left in Virginia", columna del NYT del 3-11-2021.

Traducción usando Google Translate y con correcciones posteriores.

jueves, 30 de septiembre de 2021

La política del pizarrón y la política de la realidad

Una de las cosas más importantes aprendidas durante la pandemia del coronavirus es que hay una gran diferencia entre las políticas públicas que uno puede dibujar sobre el papel y aquellas que se pueden implementar en la realidad. Las medidas de prevención para evitar el contagio quedaron muy claras desde inicios de 2020: lavado de manos y distancia social. El problema a resolver, por supuesto, era cómo llevar esa teoría mínima a una práctica masiva. Como la Organización Mundial de la Salud solo puede recomendar qué hacer y no obligar, cada país puso en marcha diferentes estrategias. No hubo ningún país igual a otro, porque cada uno tuvo que prestar mucha atención a sus propias capacidades materiales e institucionales por un lado, pero también a las variables culturales de sus propias poblaciones.

Frente a la emergencia, por ejemplo, rápidamente entró en el debate la conveniencia de las cuarentenas radicales o lockdowns. La idea era que, si todos se quedaban encerrados en sus casas, el virus no tendría dónde ir. Fácil de decir, pero complicado de realizar, y mucho más aún si el país que aplicaba la medida era pobre. El resultado fue que cada país interpretó el lockdown a su manera.

En el caso del Perú, disponer la obligatoriedad de la cuarentena (copiando lo que se había hecho en Wuhan primero y en Europa después) fue imposible de implementar con éxito en la realidad. Esto se debió al enorme número de personas que no podía quedarse en casa porque necesitaba salir a trabajar. El teletrabajo fue (y sigue siendo) un privilegio para unos pocos. Se evidenció así una gran distancia entre las teorías de pizarrón y la realidad. En este punto en particular, el gobierno peruano falló significativamente. En lugar de responder eficientemente a la emergencia sanitaria —nunca pudo contener el virus con el encierro— lo que provocó fue un cataclismo económico.

Sin embargo, los países de ingresos medios o pobres no tienen todo en contra. En Perú, una de las medidas que sí funcionó a la perfección fue el uso obligatorio de las mascarillas, debido a la gran disposición de la gente para usarlas en todo momento. A diferencia de lo que se ha visto en el primer mundo, en Perú hubo menos protestas por la obligatoriedad de la medida. Esta variable cultural —que deberá ser explicada en algún momento— resultó muy favorable en la lucha contra el virus. En resumen, un buen diseñador de políticas públicas en Perú debería tomar en cuenta el mapa cultural peruano y las variables culturales de cada región, ya sea urbana o rural, para ordenar medidas que se adecúen a la realidad sobre el terreno.

Con la pandemia, ha quedado clara la tensión existente entre la teoría y la implementación. Sin embargo, dicha tensión existe en cualquier tipo de teoría que deseemos aplicar a la realidad, incluyendo, por supuesto, grandes teorías políticas como el monarquismo, el liberalismo, el socialismo, e incluso el comunismo, entre muchas otras. Todas estas ideologías aspiran a la universalidad, y aunque pueden ser perfectamente coherentes en el papel, es en la implementación donde se enfrentan a la realidad. Como dicen los amigos norteamericanos, "one size doesn't fit all" (una talla única no se ajusta a todos).

Por ejemplo, cualquier historia del comunismo revela que no ha existido un comunismo idéntico a otro. Los diferentes comunismos siempre han tenido sus particularidades y han ejercido mayor o menor sofocación a la libertad individual. Esta variabilidad de comunismos aplicados a la realidad es el pretexto que utilizan los ideólogos actuales para argumentar que su ideología nunca se ha aplicado en ningún momento de la historia. Sin embargo, la falta de una existencia ideal del comunismo se debe más a las resistencias culturales de cada lugar donde se ha intentado imponer que a la falta de voluntad política para implementarlo. Por cierto, este argumento también va en sentido contrario: la ausencia de un comunismo ideal en la realidad no es una razón para afirmar que el comunismo "no existe", o que no representa ningún peligro, o que no se puede aplicar. Los opositores del comunismo no deberían apresurarse a descartarlo, porque la posibilidad de implementarlo sigue existiendo. El pizarrón del comunismo existe.

¿Cómo definir entonces lo cultural, esa suerte de principio de realidad en torno al cual las políticas públicas o las ideas políticas buscan trabajar? Se podría definir de manera sucinta como la mezcla de creencias, hábitos y costumbres de una población. Este entramado es tan complejo y persistente que cualquier diseñador de políticas públicas o político que desee tener éxito debería trabajar con él, en lugar de ir en su contra. Visto así, la buena política debería ser más como un viaje en velero, donde se aprovechan las corrientes y los vientos culturales, que como un viaje al centro de la tierra montado sobre una perforadora hidráulica. Por supuesto, siempre es necesario y deseable cambiar los malos hábitos o las feas características culturales (el machismo es un ejemplo que viene rápido a la cabeza), pero estos cambios deben ser propensos al sano contagio social, no completos ni "integrales" como los que ansían los totalitarismos. Cualquier llamado a la "refundación", a un "nuevo pacto social" o a "cambios estructurales" debe verse con mucha sospecha, ya que son llamados a usar la perforadora hidráulica. 

Pensemos en cualquier política pública y su relación con la realidad. No es lo mismo, por ejemplo, el problema de la migración en España, en Alemania o en Estados Unidos. Tampoco es lo mismo en Perú. En nuestro caso, hemos visto que la enorme migración venezolana, más allá de su tragedia de origen, no solo ha sido beneficiosa económicamente, sino que también ha tenido éxito en su recepción y asimilación cultural. Es obvio que la cercanía cultural que existe entre peruanos y venezolanos, los mismos orígenes hispanos, el mismo idioma y la misma mayoritaria religión, ha sido el sustento de este éxito y de los muy aislados casos de resistencia o xenofobia. Así las cosas, tomar como ejemplo políticas migratorias restrictivas de países de primer mundo no es lo más razonable. Acelerar la regularización de esos migrantes, como recientemente el presidente Duque ha confirmado que hará en Colombia con los venezolanos, lo es mucho más. Se puede ser fraterno, justo y provechoso a la vez. Para lograrlo, hay que saber leer los vientos culturales locales.

En medio de cada tormenta política, muchos politólogos explican el poco apego por la democracia que tienen los países latinoamericanos con la variable cultural. Se dice que nuestros países son democracias precarias, aún no consolidadas, y que una extraña fatalidad siempre nos empuja hacia abajo. Hay algo de verdad en eso. ¿Nos iría mejor con el autoritarismo que con una democracia liberal de altos valores cívicos? Probablemente, pero eso no significa que, por descarte, nos vaya mejor con el socialismo o el comunismo. Si las democracias desean consolidarse y tener éxito en Latinoamérica, están obligadas a achicar la distancia que existe entre el pizarrón y la realidad. Una democracia no solo es ingenua cuando no se defiende, sino también cuando se queda parapetada en su atalaya de idealismo sin ningún respeto por la realidad. El arte de gobernar es finalmente saber navegar teniendo en una mano lo universal y en la otra lo particular.






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