Yo crecí con el cuerpo de Courteney Cox. En su primera versión lo vi bailando tímidamente con Bruce Sprinsgteen en famoso vídeo ochentero: sonrisa de oreja a oreja, bracitos lánguidos, mirada divina. En la segunda, sorprendido por su reaparición en una sit-com, lo admiré cuando la actriz se animaba por el humor físico y se comprobaba que la cultura de las pesas y las dietas al milímetro modifican la masa muscular hasta el punto de querer morderla. Ayudaron en esa apreciación el gusto por los politos ceñidos, los pezones en alerta y la exhibición del ombligo.
En el nuevo milenio el cuerpo de Courteney es el de una madre cuarentona con un hijo adolescente (Cougar). La figura -observada de lejos- es casi la misma, pero los close-ups delatan lo que ahora se conoce como la trompa de "pillow lips". Los labios ya no son labios, sino algo mucho más parecido a una carnosa vulva, un eterno beso volado que se mantiene exactamente igual se viva un día triste o uno alegre. El ánimo no lo modifica. Es la insignia de las mujeres que aún desean mantenerse atractivas mientras esperan el llamado de la menopausia.
Si le hacemos caso a los ascos del Twitter el botox y los rellenos faciales son una violenta intromisión en la sacralidad del cuerpo, una negación del orden natural de las cosas. Ese orden dictamina que las arrugas deben arrugarlo todo: contorno de ojos, entrecejos, frentes. El botox es una defensa contra el tiempo, pero a costa de modificar las llamadas líneas de expresión y construirse una máscara. Muchos no entienden por qué alguien querría hacer eso con su rostro e inclinarlo peligrosamente hacia lo que consideramos fealdad. Muchas de esas personas son jóvenes cuya lozanía consideran eterna por más poemas que hayan leído alrededor del tópico del carpe diem. Es prerrogativa de la juventud no hacer caso de las advertencias.
Pero, ¿es realmente feo el rostro de botox y rellenos o es solo un nuevo elemento en el paisaje del eterno coqueteo entre los sexos? Yo mismo me sorprendí con el rostro de Courteney, no porque no fuese una atractiva cuarentona, sino porque se mostraba decididamente como parte del equipo de las mujeres con botox y eso significaba que estaba enviando un mensaje.
El mensaje más poderoso de este nuevo rostro de mujeres muy adultas cincelado por especialistas no es únicamente "estoy empezando a envejecer y quiero evitarlo". El mensaje más poderoso es: me importa mucho ser una persona sexual. Ya que difícilmente se podrá ser sexual en un sentido reproductivo, solo queda esa otra sexualidad, la de la seducción, la del abierto coqueteo, la del orgasmo. Es un mensaje muy poderoso para los hombres y por eso un rostro como el de Courteney es solo la antesala de otras modificaciones: un cuerpo que no engorda y unas tetas tan infladas que es imposible no verse distraído por ellas. El combo Courteney es toda una ráfaga al deseo masculino: labios rellenos, curvas pronunciadas, tetas que abren bocas. La Courteney de "Dancing in the dark" era una candidata a novia. La cougar de hoy es una fantasía sexual. Más aún, una fantasía porno.
No es fácil ser una amenaza porno y pasar piola entre la gente. Hay mucha competencia. Las acusaciones de fealdad se multiplican fácilmente transformándose en el camino en denuncias morales. Pero creo que ya es demasiado tarde. El rostro del botox y los rellenos -y su extraña belleza sexual- es ya un estandarte, una forma que tiene un grupo de identificarse para no dejarse llevar por la ola del tiempo y el ninguneo social.
Quizá la juventud sea muy impaciente con estas mujeres que desean seguir jugando en la misma liga y no pasar a retiro. Pero la juventud también ha tenido esos momentos en que abrazó la fealdad para mostrarse amenazante y sexual de otras maneras simplemente porque no podía o no quería jugar en los mismos términos que la mayoría. El punk, por ejemplo, invitaba a pararse los pelos, maquillarse sombríamente, tatuarse y colgarse aretes como si el cuerpo fuese un llavero. Así las cosas prefiero tocar la puerta de una cougar.