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jueves, 26 de noviembre de 2020

"Kentukis" de Samanta Schweblin. Reseña.


La palabra "kentuki" remite por pura sonoridad al estado sureño de Estados Unidos. O quizá a alguna palabra japonesa. Pero no es lo uno ni lo otro. En la novela de Samanta Schweblin, “kentuki” es el nombre de unos muñecos de peluche de alta tecnología que pueden ser adoptados como mascotas, y cuyos ojos funcionan como videocámaras. Los kentukis se marketean y venden como iPhones, a nivel global, en todos los países. Son a la vez una monada, una moda y una adicción.

Hay aires futuristas en esta premisa, pero el universo kentuki no se aleja mucho del que vivimos hoy. Mientras leía la novela, no podía dejar de pensar en la sutil ciencia ficción de George Saunders, esa que se despega muy poco de lo contemporáneo, y a la que solo le basta modificar uno o dos elementos de lo habitual para volver lo narrado muy extraño.

Con Kentukis sucede algo similar. Al inicio no tenemos idea qué esperar. En la apertura, un kentuki merodea en el dormitorio de tres adolescentes que traman un plan para atormentar a una rival. El artefacto, pleno de autonomía, parece salido de la serie Black Mirror, pero sugiere también una suerte de demonio menor o genio de la lámpara inoportunamente liberado. Este vínculo con el terror tal vez sea influencia de mi recuerdo aterrado de la novela anterior de Schweblin, Distancia de rescate, pero hay ciertas marcas del horror en la narración: a las adolescentes se les ocurre usar una tabla ouija para comunicarse con el muñeco y éste, inesperadamente, se vuelve en contra de ellas. Es un gran inicio.

Sin embargo, la tensión del arranque no tiene resolución. La fábula de las niñas acaba ahí. Schweblin pasa luego a contar otro episodio del universo kentuki, con otros personajes que, luego veremos, nada tienen que ver con los iniciales. A este episodio le sigue otro y, después, otro. A la par que uno comienza a intuir la estructura de la novela, también uno va enterándose más sobre los muñecos. Los “kentukis” están manejados, en realidad, por otra persona, una total desconocida con conexión a internet, que acepta actuar de mascota-esclava. Quien compra el muñeco es, en cambio, un “amo”. Las interconexiones entre amo y mascota son completamente azarosas y globales. Por ejemplo, se puede ser mascota sudamericana de un amo europeo. El amo posee físicamente a la mascota, pero la mascota, con la videocámara, puede mantener oculta su identidad mientras observa el mundo de su amo. Rápidamente empiezan a surgir las preguntas: ¿quién tiene realmente el control de las cosas?

La novela, qué duda cabe, es ambiciosa. No solo se propone mostrar las tuercas y engranajes (o quizá los circuitos y los chips) de este mundo inédito, sino que en la acumulación de personajes, situaciones y ambientes, va desplegando además una sociología. Todo lo narrado se ciñe a la interacción entre amos y kentukis (que son, no hay que olvidarlo, otras personas detrás de una computadora), y a los comportamientos y emociones que esta interacción produce: fascinación, morbo, susto, decepción. Visto en perspectiva, el gran personaje es el colectivo o la humanidad. 

Es quizá por eso que no hay mayores clímax, aunque la novela posea un puñado de historias que sí tiene desarrollo y que estructuralmente lleva la lectura hacia adelante. Kentukis es, sobre todo, un oleaje narrativo que hace flotar a los personajes en eventos curiosos, insospechados, pero muchas veces ordinarios: una joven chica argentina se inquieta por la presunta infidelidad de su novio; una avejentada madre solitaria en Perú vive vicariamente la maternidad con una chica alemana; un adolescente en Antigua sueña con salir de su cuarto y conocer la nieve escandinava. Lo que parece llamar la atención de Schweblin es ese desfase entre un ingenio tecnológico que avanza a zancadas y una humanidad que sigue siendo pequeña, corriente, promedio.

No hay que forzar mucho la cabeza para entender que es la vida del internet global lo que está explorándose. Si el kentuki es una metáfora de la vida digital contemporánea, ésta pareciera tener dos caras: una lúdica y la otra siniestra. La ilusión del juego es suficiente enganche para empezar con la adopción de un muñeco, pero los humanos detrás de cada kentuki nunca se revelan completamente, mantienen sus intenciones opacas, o terminan distorsionados por una interacción limitada y de poca calidad (¿hay detrás de ellos una persona de bien o un criminal?). Por su parte, los amos no son más transparentes. Desde lo estrecho de una videocámara, sus propias vidas parecen marcadas por lo arbitrario y lo veleidoso. La novela no es una completa distopía, pero su clima grisáceo la acerca a ella. En ella, los seres humanos están sedientos de socialización. Pero, como diría el historiador Andrew Keen, uno de los más duros críticos de las redes, internet no es la respuesta.

3.5/5

jueves, 13 de agosto de 2020

Diario de pandemia

Aunque un blog es el formato ideal para llevar una especie de diario, sea de pandemia o no, nunca tuve tanta energía como para cumplir religiosamente con ese tipo de escritura cuando el coronavirus llegó al Perú. Lo que sucedió fue que usé mi cuenta de Instagram para anotar algunas de mis impresiones relacionadas al virus durante estos más de tres meses. El Instagram parece ser más rápido que el blog, posiblemente por estar más vinculado al celular. No uso ni Twitter ni Facebook. La primera entrada que le dediqué al virus fue la del 26 de febrero. Hay algunos ajustes en la redacción.

Miércoles, 26 de febrero de 2020

En un mapa elaborado por la BBC, se observa que los casos de infección del coronavirus se concentran en el hemisferio norte. Algunos piensan que esto se debe al clima y la temperatura. En el norte están en invierno, mientras que en el sur estamos en verano. Sin embargo, algunos expertos creen que esta esperanza es solamente wishful thinking. El clima es una buena barrera para cierto tipo de enfermedades, aquellas propagadas, por ejemplo, por mosquitos. El coronavirus, en cambio, se transmite de persona a persona y tosiendo. Sin embargo, sí es verdad que el frío hace que ciertos virus permanezcan activos en el ambiente por un tiempo más prolongado. Lo cierto es que aún no se sabe cómo se comportará este virus en particular. Solo queda esperar. 


Sábado, 29 de febrero de 2020

La mejor prevención contra el coronavirus es la misma que existe contra otras infecciones similares: lavarse bien las manos. Instrucciones: 1) mojarse las manos 2) enjabonarse bien por veinte segundos 3) prestar especial atención a espacio entre los dedos y uñas 4) enjuagarse 5) secarse. Aunque no sé qué ha dicho el Ministerio de Salud por aquí, probablemente no es mala idea vacunarse contra la influenza también. Esta vacuna no afecta al coronavirus, pero es un problema menos de qué preocuparse.


Viernes, 6 de marzo de 2020

He estado siguiendo atentamente las noticias sobre el coronavirus en medios respetables en las últimas dos semanas, sobre todo las elaboradas en Francia, Italia, Alemania, Inglaterra, EEUU, Australia, España, Argentina, Chile. También a través del canal oficial de la Organización Mundial de la Salud (OMS o WHO, en sus siglas en inglés). Los medios respetables, sobre todo los europeos, no suelen recurrir unicamente a un “Dr. Huerta” por información, sino a variados expertos de élite que no solo conocen de virus, sino que los descubren en sus laboratorios. Los expertos coinciden en lo grueso sobre el coronavirus, pero discrepan en los detalles. Esto causa confusión. Se suma a la confusión el hecho de que hay diferentes estrategias para contener el virus según sea el contexto local, y que no todos los países están haciendo lo mismo por presiones políticas (¿cuarentena o no?, ¿se puede ir a eventos masivos cerrados?, ¿se deben cerrar los colegios?, etc). Es por eso que la reacción ante este virus de personas muy informadas y cultas puede dividirse en dos: la excesiva preocupación y la poca preocupación. Más aún, el tema no solo es de salud (se confía que en un par de meses el virus vaya pasando), sino económico. La incertidumbre tiene un sólo origen: no saber exactamente cómo actúa este virus en particular. Hay que esperar. Por eso lo único que podemos hacer es lavarnos las manos frecuentemente y seguir con la vida. En el Perú, por supuesto, esto es más fácil de decir que hacer. La higiene no está dentro de nuestros valores principales. Hace poco en las elecciones congresales, un candidato mostró un jabón a un adversario y ese gesto se convirtió en insulto. Cierta opinión pública prefirió asociar el jabón al racismo (un problema cada vez más irrelevante), y no señalar que uno de nuestros más graves problemas es el acceso al agua tratada. El Presidente Vizcarra acaba de dar un mensaje a la nación para decirnos que estamos preparados frente a esta alerta sanitaria. Cualquier visita a los baños de un hospital nos mostrará lo contrario. Esperemos que esto sirva para dejar de lado discusiones bizantinas y dedicarnos a lo importante. A cuidarse con el lavado y a no creer cualquier cosa que leamos en redes.


Lunes, 9 de marzo de 2020

¿Qué película veré hoy? Creo que Contagion de Steven Soderbergh.

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La perspectiva que asumamos sobre el efecto del Covid-19 en el mundo es crucial para las decisiones que tomemos, como individuos y como sociedad, en los próximas días, semanas, meses, o quizá en el próximo par de años. 

La OMS ha dicho que la mayoría de personas, un 80%, se recupera satisfactoriamente una vez que es contagiada. Esto repiten, para intentar calmar a la población, nuestros periodistas y expertos en Perú. Pero de ningún modo esta cifra debe hacernos olvidar al porcentaje restante. 

Se sabe que el coronavirus es particularmente duro, incluso mortal, en personas mayores o personas mayores con condiciones médicas subyacentes. Es esta amenaza la que nos debe hacer repensar nuestros hábitos. No solo debemos cuidarnos para evitar ser contagiados, sino debemos estar atentos de no contagiar a los demás. Es posible que muchos contagiados solo sientan los efectos de un resfrío leve, o incluso ningún síntoma, pero eso no implica que esas personas —también niños— no sean un potencial peligro para otros. Como acaba de decir el director de la OMS, Tedros Adhanom: toda vida cuenta. Es indispensable proteger a los adultos mayores y otros grupos de riesgo. Si tomamos el punto de vista de los más vulnerables, estaremos mucho más aptos para frenar lo más posible la expansión del virus. El pánico no es ninguna guía. Pero sí debe serla un cambio de perspectiva que, a su vez, nos obligue a tomar acciones mucho más razonadas. Así salvaremos más vidas.



Miércoles, 11 de marzo de 2010

Además de lavarnos las manos, la otra arma que tenemos contra el coronavirus es la distancia social. Es indispensable ponerla en práctica para que nuestro sistema de salud, por más precario que ya sea, no colapse. No hay que salir innecesariamente. La cuarentena obligatoria será decretada en cuestión de días. Mejor empezar desde ya. Lo que está en juego es salvar la mayor cantidad de vidas. Se logró antes con la gripe española. Se podrá ahora. A pensar colectivamente.

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El Presidente ha tomado una decisión acertada suspendiendo las clases escolares. Son unos veinte días en los que veremos cómo se comporta el virus o, mejor dicho, cómo nos comportamos nosotros. Si las cifras se mantienen bajas, habremos hecho lo adecuado. Si suben, hemos de redoblar medidas, mejor adaptados al control de nuestras rutinas y emociones. La palabra clave es: gradual. Recordemos: la expansión del virus es inevitable. Estamos buscando que tenga el menor impacto posible en nuestro sistema de salud.


Viernes, 13 de marzo de 2020

El coronavirus ya está entre los peruanos. Los casos de contagio empezarán a dispararse pronto. Cerrar fronteras o suspender vuelos no es ninguna solución, por supuesto. La etapa de contención ya pasó. Solo resta la mitigación. El Perú está haciendo, sin embargo, muy pocas pruebas al día. Los privados deberían sumarse y participar en la detección de casos. También es necesario cambios de comportamiento masivos de la gente: practicar la distancia social, más higiene, permanecer lo más posible en casa, cuidar a los adultos mayores (es decir, acercándose poco a ellos), evitar las aglomeraciones. 

En Dinamarca, se pasó de 50 casos a 500 en días. Sus autoridades suspendieron las clases y, como aquí, los daneses también salieron en masa a comprar suministros y papel higiénico. En realidad, lo del papel higiénico ha pasado en todas partes del mundo. Sin embargo, para explicar el fenómeno “peruano”, nuestros intelectuales han preferido hablar de clases medias decadentes, mentes colonizadas, o de las miserias del capitalismo. Lo real es que el mundo nunca estuvo mejor preparado para un evento como el de una pandemia. La globalización no ha sido el origen del problema, pero sí lo será de la solución: tecnología, posibilidad del teletrabajo, la fuerza del mercado para cubrir necesidades sin desabastecimiento, etc. Y, claro, también los cientos de científicos que colaborativamente están trabajando ahora mismo en una vacuna o tratamiento efectivo. Esta crisis nos dirá algo al final: somos un solo planeta y una sola especie. Nuestro deber es cuidarnos a todos, sin pensar en fronteras, nacionalidades, o secretismos.


Domingo, 15 de marzo de 2020

Veo una foto de los exteriores de un supermercado Wong que hallé en una cuenta de Twitter. Las colas son larguísimas. No es el miedo a la pandemia lo que ha movido a millones de personas en todo el mundo a lanzarse en masa a las tiendas. Es el miedo a que los demás salgan en masa a comprarlo todo, lo que ha movido a la gente a salir a comprarlo todo para no quedarse en nada. En ninguna parte del mundo han cerrado supermercados, mercados, bodegas, farmacias, o bancos, etc. Pero muchos piensan que nadie más podrá salir de sus casas en un mes (o lo que sea que dure el “encierro”). La bola de la “cuarentena total” ha circulado desde anoche. Todo lo que la gente no salió estos días se está recuperando en estas sudorosas aglomeraciones de colas inmensas. El presidente dará un mensaje a la nación en cualquier momento, aunque con toda probabilidad en la noche, cuando la mayoría haya vuelto de su safari de consumo. Pero veamos el lado positivo. Solo basta que un porcentaje de la población acate la sugerencia de quedarse en casa para que haya un buen impacto en la “curva” de infecciones. Y ayer muchas personas lo hicieron. Siempre se puede hacer más, claro. Pero cualquiera que hubiese sido el impacto total del coronavirus por no hacer nada, tal impacto ya ha sido modificado. Un día a la vez y vamos con calma.


Lunes, 16 de marzo de 2020

El Presidente Vizcarra ha tenido algo claro frente a la crisis del coronavirus: hay que actuar rápido. El problema es que no sabe realmente con qué empezar. Su mensaje confuso de ayer, y que no tuvo especificaciones sino hasta la medianoche, solo tuvo como punto claro el cierre de fronteras. En lo demás, ni siquiera los constitucionalistas entrevistados tuvieron claro qué se prohibía y qué no. Al mensaje le faltó un eje. Si el virus afecta más a los adultos mayores, desde ese punto crítico se han debido plantear las medidas (siguiendo el modelo inglés o el chileno). El cierre indiscriminado del Perú es una medida mayor cuando lo que se necesita es una atencion quirúrgica y ordenada. Anoche dos ministros daban respuestas completamente distintas respecto de los alimentos y el transporte. De ningún modo deben estar restringidos los alimentos (incluido delivery) y el transporte formal. No se pueden dictar medidas que vayan en contra del flujo del funcionamiento esencial de la ciudad. ¿Por qué? Porque eso genera pánico, caos, aglomeraciones, y aumento de precios, justamente lo que querías evitar. Por ejemplo, una empresa no puede plantearse el teletrabajo si es que antes no ha tenido una coordinación física. Las medidas radicales (como la historia y la experiencia enseñan) no sirven, incluso en la desesperación, porque el remedio será peor que la enfermedad. Estas no son cosas que se me ocurran a mí, claro. La OMS no recomienda medidas radicales y disruptivas porque las sociedades suelen rechazarlas. Por lo tanto, tal costo social no generará el beneficio que esperas. El movimiento “Quédate en casa” está muy bien y calará en las personas que puedan hacerlo. Pero habrá personas que, aún sabiendo del peligro, no harán caso de la prohibición, porque realmente necesitan salir. Déjenlas salir.



Sábado, 21 de marzo de 2020

Posiblemente algunas personas estén sorprendidas de que no esté muy de acuerdo con las medidas radicales de cuarentena impuestas por el presidente Vizcarra. Aunque sospeché que una cuarentena sería posible, nunca imaginé que sería esta versión de dictadura y vigilancia militar que se ufana de su matonería y que no le permite a nadie siquiera tomar aire o pasear a su perro. Muchos dicen que es necesario ser exagerado. Pero, ¿es efectivo? Lo concreto y real es que la cuarentena de Vizcarra está aterrando a muchos adultos mayores que ahora se la tienen que ver solos, cuando ellos son precisamente los más vulnerables. Peor aún, hay rumores que indican que el encierro podría durar un mes. Es algo que no debemos permitir, por supuesto. El hecho fundamental es uno solo: el virus no desaparecerá en dos semanas, ni en un mes, ni en tres, ni en un año. Hay que convivir con él. Esto quiere decir que debemos tener alternativas a la cuarentena. En otras palabras, un plan, que es lo que ahora no tenemos, porque estar encerrados no es ningún plan. Se saben algunas cosas del nuevo ministro de salud, Víctor Zamora. Es un buen comunicador, parece ser de izquierdas hasta el tuétano y le encanta el ejercicio, al punto que se autodiagnosticó estar fuera del grupo de riesgo en esta pandemia. Esperemos que tenga el liderazgo necesario para elaborar un plan que vaya más allá de meter a la cárcel a quien no cumpla con la cuarentena. El presidente Vizcarra ha sido aplaudido por su rapidez en actuar. Han sido aplausos algo prematuros. Porque contar contagiados no es un plan de salud pública. Exijamos un plan.

Hice dos lecturas interesantes. El primero está en inglés: “Why What Does Not Kill Us Makes Us Panic” (Por qué lo que no nos mata, nos aterroriza). El segundo salió anoche por IDL-Reporteros: “Repensar estrategias y sus costos”. Es brillante, aunque algo largo. Parte del ánimo de este post se inspira en ambas lecturas.



Domingo, 5 de abril de 2020

Larguísimas colas y aglomeraciones en supermercados ayer. Haber separado por género los días de salida es una explicación. Pero más sencillo es concluir que mientras más restringes el mercado —menos horas de atención, división por género, un día libre menos a la semana, y quién sabe qué más tonterías— más aglomeraciones y colas producirás. El presidente está muy mal asesorado en este punto, quizá producto de la desesperacion por no tener un ambicioso y real plan de testeo del virus. Las buenas mascarillas deberían ser prioridad. Generar embudos en el mercado no. Esperemos que corrija y que deje de pelear contra la realidad. Dejemos de echarle la culpa a la “falta de civismo del peruano”, o a no “saber comprar para la semana”. Lo que menos hay que tocar es la compra de alimentos.


Miércoles, 8 de abril de 2020

Foto del Presidente Vizcarra con las cabezas militares y policiales el año pasado, apenas el Presidente disolvió el congreso. ¿Qué poder se sometía a cuál otro? Vizcarra como político no tenía ningún poder, así que no era muy verosímil que el apoyo de las Fuerzas Armadas se diera por convicciones democráticas. La crisis del coronavirus ha hecho más visible esa fractura del poder civil. Hoy vivimos confinados en nuestras casas no solo en cuarentena, sino bajo un régimen militar como ningún otro en nuestra historia. El simple acto de comprar alimentos no es más un acto previsible, sino uno lleno de incertidumbre. El Presidente dice que consulta sus medidas con expertos, pero la división por géneros para circular no parece un plan ideado por expertos, sino por mentes que no comprenden de democracia ni ciudadanía. Tan malo es el plan que ha provocado mayores aglomeraciones y más peligros para la población, sobre todo entre los más vulnerables. Lamentablemente, el Presidente no tiene ánimo de corregir. Pero la pregunta real es si acaso tiene el poder de corregir. Anoche, el ministro de Defensa (un militar) ya adelantó que la cuarentena seguirá, saltándose el decoro de lo que debiera ser decisión presidencial. Mientras tanto, las mascarillas de calidad no son fáciles de conseguir. Si sales a la calle sin una, te vas preso. Anoche, por primera vez a las 8pm de la noche, no escuché solo aplausos sino “cacerolazos”. Veremos qué pasa.


Miércoles, 29 de abril de 2020

LAS CRITICAS AL MANEJO DE LA CRISIS. Me alivia que periodistas realmente independientes hayan empezado a lanzar críticas al manejo de la crisis del Presidente Vizcarra. Era necesario. A una muy bien documentada nota sobre el fallido “martillo” para aplanar la curva aparecida en La Republica hace más de una semana, se le sumó ayer una potente nota de Gustavo Gorriti sobre el subregistro de fallecidos por Covid-19. Aún no se sabe si el subregistro es deliberado, o síntoma de la inoperancia del Estado. Pero si era conocido que el Estado funciona a medias, que el Presidente haya pretendido asumir con tan poco el manejo completo de la emergencia, ha sido quijotesco. Fernando Cillóniz, ex gobernador regional, lo resumió bien: “El Presidente se cree Supermán”. Nadie duda de la valentía de los que conforman el equipo del Presidente. Están en la primera línea. Las críticas van hacia medidas que parecen no tener mayor sustento científico y que, a veces, parecen ir en contra de la lógica más elemental. Tampoco parecen ir en línea con lo recomendado por la OMS, muy criticada últimamente, pero a fin de cuentas, la más confiable autoridad sanitaria en el mundo. La OMS lanzó la alerta mundial sobre el Covid-19 hacia fines de enero. Las sugerencias para enfrentar la pandemia ya estaban ahí: el tipo de pruebas necesario, los insumos, la detección, el aislamiento, no cortar la cadena de suministros y buscar el menor impacto en la vida social y económica de la gente, sobre todo en países que no son ricos. Parece que hemos ido al revés. Desde lo ideológico, también se debate qué era necesario para contener el virus en el Perú: ¿el autoritarismo o la libertad? Nuestros intelectuales de las redes nos han fallado, pues han creído que los peruanos somos niños a los que no se puede dejar de vigilar. Por eso los aplausos a la cuarentena radical y el toque de queda. El Presidente en ningún momento confió en sus ciudadanos para que asuman la responsabilidad de su salud y de los más vulnerables. Perdió la oportunidad de construir ciudadanía con un liderazgo pedagógico. Prefirió ir por el camino punitivo. Esperemos que haya un golpe de timón.



Viernes, 1 de mayo de 2020

Aplausos de la OMS para Suecia por sus políticas de salud pública. En efecto, el de Suecia siempre fue el camino: buenas políticas de salud sin cuarentena. He seguido atentamente todas las conferencias de prensa de la OMS desde el inicio de la emergencia, y el punto de partida en todas ellas fue comprender qué tipo de virus es el COVID-19. Desde ese conocimiento fundamental se diseñan las medidas. Para la OMS, salvar vidas siempre fue la prioridad número uno y, por eso mismo, más aún en países que no son ricos, cerrar fronteras o aplicar medidas radicalmente disruptivas social y económicamente nunca fueron recomendables. ¿Distancia social? Claro que sí. Pero haciendo participar a la ciudadanía. La mayoría de países optó, sin embargo, por “cuarentenas”, término equívoco para diversos encierros y restricciones de movilidad, siendo la versión peruana una de las más radicales y de más dudosos resultados. Nuestro Presidente, antes que a la razón, prefirió seguir el aplauso del Twitter. Lo bueno es que todavía se puede corregir. El virus estará con nosotros un buen tiempo más.


Jueves, 7 de mayo de 2020

EL PRESIDENTE TRAS LA CUADRATURA DEL CÍRCULO. Este lunes, en teoría, acaba la cuarentena, pero el Presidente estaría escogiendo el momento más extraño para levantarla: cuando la curva de contagios y fallecidos sigue subiendo. IDL-Reporteros informó hace un par de días sobre el número de muertes no violentas en Lima desde el 19 de marzo hasta el 3 de mayo. El exceso de muertes (número que se computa comparándolo con las muertes del año anterior) es la mejor medida para saber en qué lugar de la ola del coronavirus se encuentra un país. Los números no muestran que hayamos pasado un pico. Hay una suerte de estabilidad en los primeros días posteriores al inicio del estado de emergencia, pero dos semanas después de impuesto el toque de queda entre 6pm y 5am, las muertes empiezan a dispararse. ¿Coincidencia? Los gobiernistas insisten en que la cuarentena sí ha funcionado. Lamentablemente, no tienen un grupo de control para confirmarlo. Lo obvio es decir que la cuarentena no funcionó, pero lo difícil está en saber por qué. Para eso hay que volver al casillero uno: ¿cómo se comporta este virus en particular? Curiosamente, el doctor Elmer Huerta, nuestro médico gobiernista más conspicuo, acaba de decir que el virus no se contagia por la comida. Ergo, el delivery está ok. Esta información ya se sabía desde los días de Wuhan, pero la prohibición del delivery fue una de tantas medidas ordenadas no con un criterio científico, sino político. Ahora que el colapso económico nos respira en la nuca, el Presidente está buscando la cuadratura del círculo para equilibrar salud y economía, enfoque que debió ser prioritario desde el comienzo. Celebro el cambio. Ningún científico serio piensa solamente en términos virales. Los aspectos sociales y económicos son igual de importantes. Buscar el punto justo entre los tres, es el arte de gobernar. Sin embargo, la tragedia de la muerte tiene un reverso esperanzador. Podríamos estar en camino hacia la anhelada meseta. Pero eso no quiere decir que la economía despertará al instante. Como bien dice The Economist, los gobiernos pueden fácilmente restringir el consumo de la gente. Lo que no pueden hacer es obligar a la gente a consumir.



Martes, 12 de  mayo de 2020

No ha sido la derecha, sino la izquierda más acomodada, la que ha mostrado más desprecio por las necesidades de los que menos recursos tienen en esta pandemia. Esta izquierda se opuso a todo desde el inicio: a clases a distancia, a teletrabajo, al delivery en motos o en mototaxis. Para lo último, el argumento era que un repartidor es incapaz de cumplir con normas sanitarias. O sea, es incapaz de ponerse una mascarilla y no acercarse al cliente a menos de un metro. “El Peru no es Europa”, dijeron. El otro argumento suena a técnico, pero es floro: con el delivery, dicen, se “precariza el trabajo”. Al parecer, es preferible que no haya trabajo a que al menos exista uno. El Presidente, rodeado de extravagantes asesores, nunca pensó que recibiría un gran cachetazo de la realidad: la gente hace lo que tiene que hacer para subsistir. No es posible por decreto dejar de tener hambre. No es posible imponer normas laborales sobre quienes el sistema rechaza o ignora. El informal es, en buena cuenta, un libertario crudo, un capitalista crudo. Y, en este caso, no solo ayudó sin saberlo a que el Peru no tuviera explosiones sociales más graves, sino que también colaboró a que el virus no se expandiera más. Porque mientras la izquierda tuitera discutía la “norma”, el repartidor o taxista se colocó una mascarilla y empezó a ofrecer un servicio que se necesitaba para salir lo menos posible. El Presidente, después de dos meses de cuarentena, recién lo entendió un poco. Aleluya.


Domingo, 14 de junio de 2020

LOS EXPERTOS IDEÓLOGOS. “Desigualdad” y “brecha” son dos palabras clichés que últimamente intentan poner en entredicho las bondades de la globalización y los paquetes de medidas que fomentan el mercado abierto. Son muletillas que los más jóvenes han usado en las protestas en Chile, por ejemplo, y que por aquí también se repiten con dedo acusador y moralista. El virus no desnudó nada en el Perú. Desde hace años sabemos que la informalidad y la poca recaudación tributaria son dos de nuestros más graves problemas, no porque los ricos tengan la culpa, sino porque la burocracia tributaria es un pequeño infierno que espanta y desalienta a miles de peruanos. Y sabemos también desde hace años que el agua es otro de nuestros más serios problemas, probablemente el más serio de todos. Más de la mitad de la población peruana no cuenta con agua potable. PPK, nuestro presidente electo el 2016, tuvo al agua como su principal propuesta de cambio en el país. La politiquería de derechas y de izquierdas, a la que se sumó el caso Odebrecht, se lo tumbaron, pero también nos hicieron olvidar al elefante del agua en medio de la sala. No hay manera de que una sociedad progrese sin acceso al agua. Para ponerlo en términos más absolutos: es físicamente imposible. Siguiendo a Christian Welzel y su “Freedom Rising”: sin agua las personas no pueden ser autónomas ni subir en la escalera de su empoderamiento y libertad (en Europa, esos problemas empezaron a resolverse hace cinco siglos). Así que para las próximas elecciones, sería entonces importante que en vez de preocuparnos por la Confiep, McDonald’s, Cineplanet, el Ministerio de Cultura, o estatuas, pongamos nuestros ojos más fieros y fiscalizadores en el manejo estatal del agua y Sedapal. Empecemos por ahí.

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Hasta aquí los posts dedicados específicamente a la pandemia.

viernes, 21 de febrero de 2020

Una nota adicional a "Mandíbula"

En la reseña de Mandíbula me faltó colocar algunas ideas. Por ejemplo, la representación de las clases acomodadas. La novela no abunda en detalles sobre cómo es la vida de las clases acomodadas ecuatorianas (no es su objetivo, claro está), pero dice mucho que sean precisamente los ricos los que estén envueltos en estos contactos con lo maligno. Quizá algunos vean en esto un comentario de coyuntura, donde los acomodados del s. XXI son cada vez más vilipendiados desde todos los sectores, cultos y populares. Pero quizá la novela sea solo fiel al género gótico. En el terror gótico los nobles, las familias aristocráticas, los ricos, suelen ser las víctimas de maldiciones, profecías y fantasmas. Era una forma de representar su decadencia. Desde una perspectiva más cultural, en una novela como El retrato de Dorian Gray de fines del XIX, el joven rico criminal era además un representante del decadentismo. El decadentismo es una suerte de “espiritualización de los sentidos”. En la novela de Wilde, Gray se propone ir detrás de un nuevo hedonismo que se oponga al puritanismo victoriano de su entorno. Vive fascinado con la vida a medialuz, las sensaciones extrañas, las drogas, lo anormal. Así expresado, las aspiraciones de Gray no están muy lejos de los valores Annelise y Fernanda de Mandíbula, un “decandentismo” probablemente más punk, esencialmente bebido de internet, pero igualmente transgresor y disruptivo de la normalidad de uniforme de un colegio del Opus Dei. Al igual que Dorian Gray, ambas chicas desean escandalizar. En suma, los ricos y lo gótico siempre han combinado bien. 

domingo, 16 de febrero de 2020

"Mandíbula" de Mónica Ojeda

Mandíbula (2018) empieza con un buen shock y lo que parece el arranque de un thriller policial: una adolescente llamada Fernanda despierta amarrada boca abajo sobre el suelo de una casa en penumbras. Es un secuestro. Pero a medida que se nos suelta más información la escena empieza a ser más extraña. La secuestradora no es una vulgar delincuente, sino una de las profesoras de la adolescente. Fernanda es estudiante de un colegio de élite vinculado al Opus Dei y Carla es su profesora del curso de Lengua y Literatura. Al final de ese primer capítulo, la joven Miss, que se viste como monja y tiene una mandíbula prominente, le dirá a Fernanda en tono amenazante que hablarán sobre lo que ella hizo.

A lo largo de la novela nos iremos enterando qué tipo de relación tienen alumna y profesora. Uno es tentado a imaginar algunas truculencias, pero Mandíbula tiene varias sorpresas bajo la manga. Porque un error que el lector puede cometer con esta novela de la ecuatoriana Mónica Ojeda es leerla bajo convenciones realistas. Llegué a Mandíbula sin saber absolutamente nada de su contenido —pero sí de su buena fama— y me tomó unas páginas comprender que sus inverosimilitudes encajan mejor con el horror, lo gótico y paranoide de muchos relatos del maestro Edgar Allan Poe. La novela se ambienta en un Guayaquil contemporáneo, pero sin mayores especificidades espaciales o temporales. Mucho de lo relatado sucede en un colegio para hijas de familias acomodadas, pero no se intenta hacer mayor sociología sobre la educación de los ricos. Esto es un mérito. Cabalgando entre el realismo y el delirio, la novela deja al lector siempre perplejo sobre las motivaciones de los personajes.

La historia no es cronológicamente lineal. Empieza con el secuestro de Fernanda y de ahí irá revelando episodios del pasado. Por un lado se nos contará la vida social de Fernanda en el Colegio Bilingüe Delta, High School For Girls. Por el otro, el extravagante historial de Miss Clara, una solitaria profesora de Literatura que sufre un severo trastorno de ansiedad. No hay un solo punto de vista, sino diversos narradores: omniscientes en tercera persona, omniscientes limitados, en primera persona, o pasajes sin narrador alguno salvo la presentación de diálogos descontextualizados como si fuesen fantasmales guiones teatrales. Sin duda hay una vocación experimental, reminiscente de las técnicas de algunas novelas del boom (hay momentos que me recordaron a ese Vargas Llosa que un mismo párrafo puede saltar en el tiempo sin perder la coherencia de lo relatado). La inquietud narrativa logra que la novela sea una suerte de mosaico inestable, uno que carece de una voz autorizada que nos diga exactamente dónde está la razón y dónde la locura.  

Las protagonistas son sobre todo tres: Fernanda, la alumna secuestrada; Clara, la enferma profesora secuestradora; y Annelise van Isschoot, la mejor amiga de Fernanda, el eslabón que une los destinos de profesora y alumna y que, como una hiedra venenosa, irá copándolo todo en la novela. Annelise es fanática de las películas y cómics de terror, pero sobre todo de las “creepypastas”, aquellas historias de susto virales nacidas de la creatividad colectiva de internet. Annelise sueña con crear una historia similar a la de Slenderman, un clásico del horror originado en las redes, y usará su imaginación para, primero, asustar a sus amigas en pequeñas reuniones que organiza junto a Fernanda. Pero lo que empieza como juego deviene rápidamente culto. Annelise empezará a imponer retos en una seguidilla de ceremonias de iniciación que pone a prueba los límites de las quinceañeras: caminar sobre una baranda, caminar a cuatro patas, lamer lo que a cualquier persona le causaría repugnancia. Las amigas dudan de que la enfebrecida imaginación de Annelise sea solo ficcional. Ella habla de que desea invocar al Dios Blanco, una entidad que está más allá del bien y del mal.

Si lo narrado no queda en lo anecdótico es porque Ojeda no intenta realmente recrear con su lenguaje el mundo escolar. Las quinceañeras están muy lejos de pensar y hablar como quinceañeras. Y, para el caso, tampoco Miss Clara parece una maestra de secundaria. Los personajes funcionan mejor como arquetipos que canalizan los imaginarios que la novela construye y explora: la pubertad como metamorfosis, las relaciones caníbales entre madre e hija, la violencia entre mujeres. No son temas que estén soterrados. Trama y significaciones se enlazan en la superficie continuamente, en un estilo por momentos densamente literario, simbólico o llanamente misterioso. De la profesora Clara se dice en una parte: “Su cuerpo encarnaba un logos inmolado, un lenguaje en donde el verbo no podía erguirse”. En una de las sesiones con sus amigas, Annelise plantea que uno de los objetivos de su culto es “hacer una teología del Dios Blanco”. En la novela, entonces, no será extraño cruzarse con pasajes que poseen cierto aire bíblico, apocalíptico, donde las explicaciones solo acumulan más preguntas. Si la novela toma algo del género young adult, lo hace con ambiciones seriamente intelectuales y literarias. 

La estrategia es un arma de doble filo. El lector a veces perderá impacientemente el hilo de la racionalidad detrás de las acciones. A veces su curiosidad irá en aumento. ¿Qué es aquello que Fernanda hizo que desata la ira y el descontrol de su profesora? El valor de la respuesta no está necesariamente en cómo la novela resuelve su historia, sino en la elaboración de un universo pleno de terribles constataciones: la adolescencia femenina como una transformación que despierta apetitos malsanos, la relación mimética entre madres e hijas, la sexualidad como una zona prohibida cuya exploración termina en el horror. Y, claro está, la mandíbula —o la dentadura— como un motivo insistente que nos recuerda la tenue separación entre lo animal y lo humano.

Mandíbula no es una novela cómoda de leer, pero nunca pierde de vista su vinculación con el horror como género literario. Annelise y la profesora Clara se vuelven cómplices precisamente en la literatura y, a su desquiciada manera, son rendidas admiradoras de Poe, H.P. Lovecraft o Stephen King. Con ellas, la literatura es el horror mismo.


3.5/5




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