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lunes, 30 de junio de 2008

Una utopía que salió mal: The Summer of Love


Quizás alguien haga un documental de aquí a treinta años sobre el furor de la Web 2.0. Mientras tanto, las miradas al pasado pueden ayudar un poco. Aquí se linkea un documental de la serie American Experience de PBS que cuenta la historia del Summer of Love a fines de los sesenta. La historia de la utopía de un mundo lleno de paz, amor, comunión y el todo gratis que no duró mucho y que se cerró con una marcha en la que los hippies declararon ellos mismos "La muerte del hippie". La utopía del LSD. Si el Summer of Love tuvo el LSD, la Web 2.0 tiene el porno. 

Ver aquí.

domingo, 29 de junio de 2008

De cómo Harry Hoo se transformó en el inspector Harry Tsuda


En uno de los episodios de Get Smart -la serie original, no la película estrenada este año- hace su aparición un simpático inspector hawaiano llamado Harry Hoo. Ingresa sin presentarse en la escena de un crimen dando una hipótesis sobre el asesinato que acaba de cometerse. Maxwell Smart, extrañado, le pregunta a uno de los policías quién es ese nuevo personaje y el siguiente diálogo toma lugar:

Smart: Who's that?
Policía: That's Hoo.
Smart: Who's who?
Policía: He's Hoo.
Smart: [comprendiendo] Oh, he's who... [confundido] What are you talking about?

El policía entonces le explica a Smart que se trata del inspector Harry Hoo y 86 recién entiende que confundió el apellido del hawaiano por la palabra "who" o "quién". La transcripción de arriba hace evidente la broma, pero si atendemos solo a la pronunciación es muy probable que nos riamos.

Pero, claro, seguramente varios de los que leen este blog jamás entendieron este chiste en particular de la serie porque siempre vieron la versión en castellano. Y en castellano hay otra broma. Imagino que los traductores del Super Agente 86 comprendieron que era imposible recrear esta confusión entre "Hoo" y "who", así que optaron por cambiarle el nombre al inspector. En castellano, Harry se apellida Tsuda:

Smart: ¿Quién es ése?
Policía: Es Tsuda
Smart: ¿Tiene calor?
Policía: Harry Tsuda.
Smart: ¿Y por qué suda?.. Oiga, amigo, no esté bromeando.

En este caso la transcripción también hace evidente el chiste, pero la traducción de Hoo a Tsuda es una buena salida: lo importante era colocar una broma que confundiera a Smart por una homofonía. El diálogo sale bastante absurdo y nos reímos.

Siguiendo a Eco y su libro sobre la traducción -que sigo leyendo- en este caso se intentó familiarizar un texto en inglés a un público hispanohablante y se logró sin distorsionar el sentido original de la broma. Si hubieran optado por la literalidad hubiese salido todo muy mal. En otras palabras, cambiando el texto se fue más fiel.

La idea es que no se traduce necesariamente entre dos lenguas, sino entre dos culturas (si mal no recuerdo en la serie en castellano Smart tenía una "tía en Acapulco" y un compañero robot llamado "Jaime"; no sé de qué lugar era originalmente la tía, pero el robot se llamaba en inglés "Hymie"). Eco coloca infinidad de ejemplos del ingenio, la astucia filológica y los malabares lingüísticos al que los traductores -sobre todo de sus libros, que no son nada sencillos- tienen que echar mano para a) ser fieles a las intenciones de autor b) acercar el texto a un público en particular. La deontología se da en ambas orillas. Lo importante es no generar extrañamiento donde no lo hay (o generarlo donde sí lo hay). Modernizar un texto muy antiguo, por ejemplo, puede ser la mejor solución en una traducción.

Lo del "extrañamiento" - que Eco elabora de varias maneras a través de un texto de Humboldt- es una idea que me llama la atención, incluso aplicada fuera de la traducción. Con respecto a las películas sé que un niño limeño de cinco años agradecerá ver una película doblada antes que subtitulada. Porque a no ser que sea bilingüe la versión original lo dejará totalmente "extrañado" y será incapaz de entrar al juego de la ficción. Pero también me ha sorprendido hallar adolescentes que prefieren ver la versión doblada de una película -digamos, alguna de Spider Man- porque aseguran que así se divertirán mucho más: más "cerca" la sienten doblada que subtitulada. Si otros cinéfilos prefieren mil veces la versión original con subtítulos es porque sus intenciones son otras: quizás tengan competencia en el idioma extranjero y en su cultura y no sentirán extrañamiento alguno. Pero también es posible que algunos cinéfilos busquen precisamente la distancia y el goce estético de ingresar a un universo que no es el propio.

Si toda lectura es una "traducción" en sentido amplio nuestros niveles de extrañamiento con cualquier ficción dependerán mucho de los mundos culturales que tengamos en la cabeza. Y en algunos casos es muy posible que distintos grupos de receptores "traduzcan" diferente y entiendan cosas absolutamente opuestas de una ficción, por más que compartan el mismo idioma. Las traducciones en sentido estricto simplemente hacen más evidente este problema.

Leyendo a Eco pensé automáticamente en Madeinusa y la polémica que se creó entre aquellos que vieron una excelente película, la mejor de los últimos años, compleja y profunda versus otros que la tacharon de superficial, hueca y racista. Me ubico entre los del primer grupo, básicamente por que no quise ver una lectura del "ande" peruano por más que en la película apareciera un supuesto pueblo del ande peruano. ¿Era el universo de Madeinusa autónomo o hacía referencia a un mundo en particular? A partir de ahí los elogios y las quejas empezaron. Si intento explicar mi recepción de la película de Claudia Llosa a la luz de los ejemplos anteriores de traducción podría decir que me sentí lo suficientemente extrañado del "ande" para no ver antropología. Pero quizás otros experimentaron algo distinto. Otros lo sintieron incómodamente cercano y, sin duda, mal "traducido".

Más fácil de captar este "extrañamiento" es con un par de películas recientes de secreto culto entre los adictos al gore llamadadas Hostel y Hostel 2 dirigidas por Eli Roth. Ambas me parecen, a un nivel, similares a lo que superficialmente se cuenta en Madeinusa

Unos mochileros americanos se desvían de su ruta turística para ir a un supuesto oasis de preciosas mujeres en un exótico lugar de Europa del Este. Pero lo que encuentran es un mundo en el que las leyes convencionales han desaparecido y donde ellos, por ser extranjeros y americanos, solo valen por su carne que es vendida para un exclusivo club de torturadores sangrientos. Es clarísimo que la mirada al extranjero es al principio fascinada, para luego volverse sospechosa y, al final, completamente aterrada. 

En Madeinusa ese juego con las expectativas del protagonista -y con sus propias corrientes xenófobas- se hacen de manera mucho más sutil, pero con un desenlance parecido: las cosas no eran cómo las pensaba. Eli Roth fue bastante vapuleado por la cantidad de prejuicios que supuestamente exhibía. Pero probablemente para muchos -me incluyo- "americanos" y "eslovacos" eran categorías que no pretendían ninguna antropología y que solamente existían como convenciones para plantear el choque de lo familiar versus lo extranjero. En este caso el "extrañamiento" le sirve mucho a la cinefilia: en tanto que Madeinusa insinuaba la abolición de las reglas sociales por la creencia de la muerte de Dios por unos días, en Hostel es el dinero lo que está por encima del bien y del mal. ¿Andes? ¿Venganzas por el 9-11? Bueno, la verdad es que fui ciego a esas probables referencias. 

Aunque nada me niega que en otra película me vuelva Smart (o smart) y entienda "who" en vez de "Hoo" o pregunte quién es el que está sudando. Nadie está exento de traducir mal (o bien).

sábado, 28 de junio de 2008

Raconteurs como pretexto para más música


Una peculiaridad del lanzamiento del nuevo álbum de The Raconteurs este año fue que salió igual para todos: fans, público en general, medios y críticos. La explicación de los porqués de la banda, según su página en My Space:

We wanted to get this record to fans, the press, radio, etc., all at the EXACT SAME TIME so that no one has an upper hand on anyone else regarding it’s availability, reception or perception.

No sé si la estrategia tuvo necesariamente el efecto deseado. En Metacritic -la página de los ponderados reseñísticos en los medios norteamericanos- el Consolers of the lonely tuvo un discreto 76 sobre 100. Es decir, lejos de la genialidad que este blogger cree que es. La falta de consenso no es una anomalía en ninguna parte. Pero sí es creíble pensar en el apuro con que los periodistas tuvieron que escuchar el disco para cumplir con esa máxima de la profesión que no sé si es una tara o simplemente un byproduct: salir con la nota rápido y, si es posible, antes que los demás (normalmente los medios reciben un material antes del estreno para salir con el comentario el mismo día de la publicación). La calificación -el estrellaje- es un mal necesario. Pero, con respecto a la música -no así con el cine o los libros- el apuro por la calificación suele crear espejismos: según mi experiencia un buen disco casi nunca lo es a la primera escuchada. Lo que me lleva a la inútil pregunta de un sabado por la mañana: ¿cómo hay que escuchar un álbum -quedémonos en lo pop- para luego opinar sobre él? (1)

Consideremos un disco de diez tracks. ¿Es la mejor estrategia colocarlo en rotación continua por horas y en todo lugar con atención moderada y ligera de modo que la música se vaya colando en el organismo? ¿Es una sola pasada con atención de francotirador suficiente? ¿Dos? Otra de las cosas que me he percatado de mi propia percepción tiene que ver con el cansancio: diez tracks son, generalmente, diez propuestas, emociones y paisajes de sonido distintos. Y el esfuerzo se siente: mi concentración para el track 5 decae notablemente y, si sigo escuchando, es probable que el 6 sea un track fantasma del cual no recuerde mucho. Otra manera que tengo de escuchar es llegar hasta el track 5 y parar. Luego, algunas horas después, reinicio con el oído fresco desde el 6 hasta el 10. Pero seguramente esta forma de abordaje atente con la unidad que muchos art-rockers consideran imprescindible: pensemos en The Wall o The Dark Side Of The Moon. 

Lo que quiero decir en buena cuenta que el oficio de reseñador de música me parece uno de los más complicados: escuchar tres discos en un día, por ejemplo, no es como ver tres películas en un día, aun cuando, con toda probabilidad, el tiempo invertido sea menor. Cierta música requiere un nivel de atención atlética y una disposición de ánimo muy peculiar. Al menos eso creo.

Fin del floro. Siguen algunas recomendaciones de fin de semana. Después de The Raconteurs y Bon Iver he descubierto otros discos más que valen, para mi gusto, escucharlos completos. 


My Morning Jacket - Evil Urges

Rock de los setenta en el 2008. No sé si sea mejor que el Z -creo que no- pero se hace extrañar si dejas de escuchar esas guitarras esponjosas. Aquí I'm Amazed:




Daniel Lanois - Here Is What Is

El canadiense y veterano Lanois se merecía un post para él solo. Pero aquí un adelanto con la canción que da título al álbum que acompaña su documental del 2007, también del mismo nombre. Gran compañero para cualquier viaje en terminales de todo tipo.




Jim Noir - Jim Noir

Pastiche de todos los estilos y todas las épocas, aunque sobre todo la de los 60. Jim Noir -de Manchester- hace música que tiene la pátina superficial del tontipop, pero por debajo de pronto suena a Beach Boys, a Byrds, a Hendrix y hasta a los Super Furry Animals. Quizás sea un espejo donde uno mismo se ve reflejado. Aquí "All right":




(1) El crítico de cine del New York Times A. O. Scott, que es un literato, afirma que en su trabajo solo puede ver las películas una sola vez antes de escribir su reseña y que jamás, que él recuerde, ha cambiado su juicio valorativo de conjunto con el paso del tiempo. Aunque sí admite que ciertos énfasis podrían variar. 

Q. I'm curious how you collect information while you are watching a film. Do you take notes? If so, doesn't that necessarily affect your experience of the film? If not, how do you recollect factual details when you sit down to write about it? — Frank X. White, Silver Spring, Md.

A. I do take notes, though, contrary to popular belief, I do not use a lighted pen. The content of the notes varies — sometimes I jot down lines of dialogue, sometimes plot points, sometimes interesting visual or other stylistic effect — but taking them is mostly a way of keeping my attention focused. Since I rarely have the opportunity to see a movie more than once before reviewing it, I try, in effect, to watch it twice in one sitting. I need to experience the movie in the way everyone else will, but also, simultaneously, to reflect on that experience, to analyze my responses while at the same time allowing myself to have them. This is more complex than it sounds; it's more of an acquired technical skill than anything else, like learning to play left- and right-hand piano parts simultaneously.

Q. I frequently digest films over time, needing to see them at least twice to really form my opinions properly and often my attitude towards them will change. Have you ever given something a very positive review only to change to your mind as time passed and perhaps you saw it again, or indeed, have you ever felt you were unjustly critical of something which you later warmed to? — Elizabeth Nolan, New York City

A. I don't think I've ever, at least since I started reviewing, reversed myself completely on a movie. Sometimes, though, I've seen movies again and felt that the emphasis of my review wasn't quite right — either that I was too hard on minor failings or too forgiving of more significant ones. I can think of quite a few examples, none of which I'm willing to mention here.

viernes, 27 de junio de 2008

Los periodistas expertos


Los críticos de la Web 2.0 no hablan desde una nostalgia pre-tecnológica: simplemente quieren construir un mundo mejor. Verle las malas costuras al entusiasmo jipijipijay de Wikipedia, YouTube y el blogging no implica - no sé por qué algunos piensan eso- desaparecerlos, o enjuiciar anónimos, o apagar sin posibilidad de reclamo el switch de internet y establecer para siempre el tránsito obligado por las bibliotecas físicas. La herramienta en sí no es ni buena ni mala. Se puede matar hasta con un tomo grueso de las obras completas de Vallejo de un golpe en la cabeza. (1)

El periodista Gustavo Gorriti ayer en su columna en Caretas señalaba también otro fenómeno consecuencia de la Web 2.0: el desmedido crecimiento de la información y la entropía del periódico:

Hace pocos años hubiera sido difícil concebir la simultánea decadencia del diario junto con el crecimiento de la información. Ese parece ser ahora el caso en muchas naciones. Pero si resulta que buena parte de la información necesita, para lograr calidad, de su vehículo histórico: el periodista y la sala de redacción, ¿es posible el crecimiento del periodismo junto con la entropía del periódico? Si la referencia es al periódico impreso, creo que sí.

Como en todas las discusiones análogas la mirada está puesta en la calidad. Gorriti no es un apocalíptico. Su columna describe las fórmulas que buscan los periodistas expertos para hacerle frente a los nuevos tiempos. Curiosamente, mientras más cae el nivel de la información, más evidente se hace la necesidad de periodismo de calidad o de investigación.

La respuesta de los diarios en casi todos los casos es la de reducir personal periodístico. Como se trata de un proceso que tiene varios años ya, hay redacciones que son ahora apenas esqueletos funcionales de lo que fueron en sus años mejores. Y junto con la cantidad se fue el músculo y también la calidad. 

Su texto es el de un experto en la investigación que entiende que hay que acomodarse a la ciberpublicación. No el de un convencido que piensa que un millón de bloggers y sus granitos inexpertos y soliviantados de arena es una mejor forma de periodismo. (2)

Lectura opcional: Un artículo en el Wall Street Journal sobre la "ciencia amarilla", la versión experta del "periodismo amarillo". De cómo el sensacionalismo científico podría estar ocultando la verdad. Interesante, aunque debatible por su ejemplo específico.


(1) Lo que quiere decir que una mala crítica a los críticones es la siguiente: "Si tienes un blog no puedes decir nada".

(2) Habiendo dicho esto de todas formas no está mal mirar el otro lado de las cosas (o quizás regresar al punto de partida). Así que espero postear pronto algo que se titule: "Elogio del amateur".

miércoles, 25 de junio de 2008

Sobre YouTube


Sigo con Andrew Keen. Uno de sus puntos más enfáticos fue su durísima crítica de YouTube, cosa que a mí me sorprendió porque, bueno, soy un adicto a YouTube, no tanto de los vídeos virales de corte tontón, consagrados por Weezer, como de vídeos de mis intereses particulares. Aunque parte de la crítica de Keen se debe al robo de contenido -yo puedo ver vídeos sin pagar un cobre tal como si bajara por torrent un disco de estreno-, la otra parte de la crítica estaba dirigida a la publicidad: poco a poco se está dejando de distinguir entre contenido auspiciado y contenido genuinamente "inpedendiente". Keen defendía la manera que los medios tradicionales habían encontrado de separar publicidad y noticia. El publicherry -que en la prensa peruana existe en modo abierto y velado- podría, con la Web 2.0, no distinguirse nunca. Ojo, el debate se centra sobre todo en la confiabilidad, en la autoridad, y en la mecha abierta de los usuarios de la Web 2.0 contra los medios tradicionales, esas grandes corporaciones que supuestamente ocultan y distorsionan la verdad.

Pero la experiencia ambigua de YouTube como ética (traduciendo groseramente es "tú televisas", cuando este "tú" no se sabe exactamente quién es) tiene otra cara: la mejor dinámica de la televisión que se haya inventado. Es práctico, veloz y de una inabarcabilidad de contenido realmente alucinante. Quizás en un futuro ciertos canales en YouTube exijan un pago por su contenido -lo que estaría muy bien-, pero lo que más me llama la atención es cómo hemos recibido tan bien esta versiones pobrísimas y ultracomprimidas de las imágenes en el mundo de alta fidelidad del plasma. ¿Es posible ver una película (seguramente en diez o doce partes) entera por YouTube, disfrutarla e iniciar una discusión con otra persona que la vio en el cine en igualdad de condiciones? ¿Qué significa exactamente el proceso de digitalizar un producto X y comprimirlo? ¿Qué queda afuera -porque pedazos de información se pierden- y qué queda dentro? ¿Cuándo X está demasiado comprimido al punto que se hace ilegible? Si las advertencias de Keen también se trasladaran aquí, entonces no sería tan absurdo pensar que el mundo de la imagen de YouTube es también un mundo irreal o falso.

Pero en positivo, las imágenes de YouTube funcionan como una traducción de sus originales: son sus versiones mínimas indispensables. Umberto Eco -en su libro sobre la traducción del que escribí hace unos días- propone para las palabras -citándose a su vez de un libro anterior- distinciones como "contenido nuclear" y "contenido molar". Por ejemplo, en el contenido nuclear de "ratón" están sus nociones mínimas, sus requisitos elementales para poder comprender que "ratón" es un ratón: piernas cortas, cabeza que parece no está separada del cuerpo, etc. El contenido molar, en cambio, es el "conocimiento ampliado": por ejemplo, su capacidad de transmitir ciertas enfermedades. De la misma manera, intuyo, entre el original de un vídeo y su versión en YouTube la relación molar-nuclear se establece: a través de la web estamos captando lo mínimo indispensable -cuando una imagen está demasiado comprimida es normal que los usuarios reclamen que no se distingue o entiende nada-, pero alguien que sí tenga acceso al original obtendrá información ampliada: podrá apreciar, por ejemplo, la fotografía de un largometraje.

¿Es posible concluir entonces que las discusiones que tengan a YouTube como fuente sean discusiones entre versiones mínimas o resumidas que, a su vez, estén llegando a conclusiones mínimas o resumidas? ¿Es el intercambio incesante de lo mínimo y de lo elemental, que es muy bueno para la velocidad, pero no tan bueno para la profundización? ¿Es el reino de lo dummy? ¿Es lo dummy intrínsecamente malo? (1)

Similarmente también puede discutirse acerca del mp3 que, los expertos concluyen, está empeorando cada vez más el sonido. Pero, ¿qué significa exactamente la muerte de la alta fidelidad? Significa una cosa al menos: que la consagración del nuevo soporte está limitando el contenido futuro. 
 

(1) El blogging es perfectamente otro ejemplo también.

Actualización: Ejemplo de las angustias de Keen sobre los borrosos límites de la publicidad. El último viral en YouTube y a la YouTube es un comercial de Gatorade. Ha sido rebotado como "Ball Girl's Amazing Catch!", "Ball Girl Makes An Amazing Catch", "Ball Girl Makes Incredible Catch", entre otras variantes. Solo he visto a un usuario (uno de esos "you" que no sabemos quiénes son) que con toda claridad titula "Amazing Catch by Ball Girl (baseball) Gatorade commercial". 

martes, 24 de junio de 2008

Andrew Keen y las preguntas que quedan


Lo de Andrew Keen, en el post de ayer, suena sumamente razonable, salvo cuando habla del narcicismo y de la exacerbación del yo en la Web 2.0. Personalmente esto no me parece un problema: difícilmente el egotismo en la red es completamente ensimismado. Ahí están los comments que modifican o dialogan con ese yo. Es más, es casi consustancial al yo de la Web 2.0 esa búsqueda de atención de los otros. Quizás el diálogo -o la sensación de diálogo- se cree por default, pero finalmente está ahí. Por otro lado, la vanidad del yo de la Web 2.0 por imponer a toda costa su opinión -correcta o no- como verdadera no creo que relativice la verdad. Es un paso previo necesario. Lo que Keen reclama es jerarquización o autoridad: ¿quién finalmente detecta la mejor verdad entre todas las verdades? Es una buena pregunta. Pero el ego-trip -tan popularizado en la blogósfera peruana- no me parece un defecto, siempre y cuando no se olvide que lo que se busca es la mejor respuesta a algún problema.

En lo que sí Keen me hace cambiar de opinión es cuando habla de "media literacy" o alfabetización mediática. Cuando se discutía aquí lo de Puerto el Hueco mi posición era que cada uno debía ser responsable de distinguir entre fuentes de información confiables de las que no lo son. Puerto el Hueco no lo es y, por lo tanto, no se debe creer nada de lo que sale publicado ahí (es más, ni siquiera sirve como termómetro de lo que anda "pensando la gente"). Sin embargo, ¿cómo alguien puede saber si es o no es un sitio confiable? A mí se me señaló que no todos estaban al tanto de cómo funcionaba internet. Y tenían razón. La Web 2.0 aún no tiene entre sus nortes la alfabetización mediática. Es más, lo que promueven a cierto nivel es lo contrario: el analfabetismo mediático, el no poder distinguir un contenido de otro, el no saber analizar ni jerarquizar. Es un buen punto.


Los no-contactados ya habían sido contactados


Finalmente llegó la confesión: la famosa foto de la tribu no-contactada no fue tan accidental. El fotógrafo Jose Carlos Meirelles sabía lo que estaba buscando porque datos sobre la ahora célebre tribu se conocían desde 1910. Imagino que todo un debate se abrirá sobre si una foto -si una mirada- es suficiente para contactar a alguien y si eso desbarata en parte el purismo del aislamiento. 

Según The Guardian:

Survival International, the organisation that released the pictures along with Funai, conceded yesterday that Funai had known about this nomadic tribe for around two decades. It defended the disturbance of the tribe saying that, since the images had been released, it had forced neighbouring Peru to re-examine its logging policy in the border area where the tribe lives, as a result of the international media attention. 

(...)

Meirelles, one of only five or so genuine sertanistas, has no regrets, arguing that the pictures and video released to the world were powerful and indisputable evidence to those who say isolated tribes no longer exist. 'Alan García [the President of Peru] declared recently that the isolated Indians were a creation in the imagination of environmentalists and anthropologists – now we have the pictures.'





lunes, 23 de junio de 2008

El culto al amateur


Un par de videítos en la pugna por desautorizar los contenidos de la web 2.0  o entronizarla como la Buena Nueva. El primero es un documental holandés que presenta el debate en torno a Wikipedia: posturas a favor y en contra. El segundo solo presenta la postura en contra del inglés y elocuente Andrew Keen: conferencia sobre su libro The Cult Of The Amateur. Como siempre, la verdad debe estar en un punto intermedio entre los entusiastas y los aguafiestas, los libertarios irresponsables y los responsables, los apocalípticos y los integrados.

The Truth According To Wikipedia

"The questions surrounding Wikipedia lead to a bigger discussion of Web 2.0, a phenomenon in which the user determines the content." (...) " These sites would appear to provide new freedom and opportunities for undiscovered talent and unheard voices, but just where does the boundary lie between expert and amateur?"

Broadcast date: April 7, 2008
Direction: IJsbrand van Veelen
Produced by Dutch national public broadcasting corporation VPRO





Authors@Google: Andrew Keen



"If we are going to civilise the internet, if we are going to make it a place that we can enjoy going, then we need rules"

Un video más: Andrew Keen con Stephen Colbert




viernes, 20 de junio de 2008

¿Es "Viva la Vida" el mejor disco de Coldplay?


¿Merece Coldplay un post?, cabría también preguntarse. Quizás la novedad sea que el cuarto disco de los británicos, Vida la vida, ha sido producido por Brian Eno, una especie de Phil Spector arty y posmoderno, reconocidísimo por haber tocado con su halo conceptualizador a iconos como David Bowie o U2, y él mismo un excelente artista solista, sobre todo en los discos inmediatamente posteriores a su salida de Roxy Music en los setenta (Here Come The Warm Jets (1973) y Taking Tiger Mountain (By Strategy) (1974) son obligados). Coldplay contrató a Eno y el resultado es Viva la vida que, como todo disco de Coldplay, de primera impresión es rochosamente flojo, pero luego, mientras rota incansablemente en medio del trabajo pendiente, va reptando como un insecto y se vuelve culposamente adictivo. Debe ser, creo, uno de los mejores discos de este año.

No hay muchos hits en Viva la Vida o, mejor dicho, no hay hits evidentes. Hay canciones que parecen hits y que de pronto se cortan para dar paso a otra cosa, como las minisuites beatle, que es lo que Coldplay entiende como experimentación. Pero la mano de Eno -que no puede hacer milagros con el talento de compositor de Chris Martin- está en el sonido: todas las canciones comparten ese Wall of Sound del s.XXI, al mismo tiempo etéreo, planetario, cósmico y ecológico. Escuchar este disco es entrar a un pequeño universo y eso ya es bastante, aunque lo buena onda para algunos sea contrario al rock and roll. Y lo es: Coldplay, si no se sabía, hace cualquier cosa menos rock and roll.

Resumo con una fórmula: Viva la Vida = U2 + James (también producidos en algún momento por Eno). U2 por las ambiciones de estadio y James por el sentimentalismo a flor de piel, uno que puede romper en llanto por el tierno caminar de un chanchito. Es el tipo de fórmula que hace que el pop parezca más importante de lo que realmente es.

Para contestar mi propia pregunta: sigo pensando que Parachutes es el mejor disco de Coldplay. Fue el primero, el más modesto y el más genuinamente angustiado. Lo demás entra en la categoría de guilty pleasure sin mayor trámite. "Shiver" y "The Scientist" (10 millones de visitas en YouTube) son mis canciones favoritas.

Esta no es la primera vez que escribo de Coldplay. Hace unos años, abrumado por lo mal que me sentía de que las canciones de la banda de Martin se me pegaran como un chicle en el pelo, escribí una reseña en clave de diatriba sobre el X & Y para exorcisar tanto amor humanitario y quedar bien con los amantes de "mi viejo rock and roll", como diría Gerardo Manuel. Fue para la revista 69, pero fue un texto que jamás salió publicado. Aquí lo pego para compartir mi otrora complicada rabia:

X & Y

Coldplay

2005 

Con X&Y queda claro que Coldplay está aplicando la fórmula del menos a más, o de la música vista como un remedo de las Olimpiadas: aprende de tus errores, supérate a ti mismo, toma Gatorade. Chris Martin seguramente pensó que con Parachutes –el primer disco de su banda- obtuvo la medalla de bronce, y que el X&Y tendrá de largo la de oro. Se equivoca: el Parachutes era un disco chiquito, pero genuinamente melancólico, el rincón alternativo que ciertas almas en pena sintieron como propio y personal. Pero el éxito borra a futuro cualquier intento de intimidad. El A Rush of Blood to the Head confirmó a Martin en su nueva pose de súperestrella y este X&Y ya lo viene catapultando a la de un gurú cuya calvicie prematura le hace olvidar que tiene apenas 28 años, una hija llamada Apple y una esposa llamada Gwyneth (que es, en realidad, más famosa que él). 

Es por eso que los mensajes de X&Y no suenan falsos: suenan llanamente idiotas. “Sólo necesitas a alguien que escuche lo que dices”; “¿Cómo puedes saberlo si no lo intentas?”; “Cada vez que lo intentes y no lo logres… una luz te guiará”. Basta. Chris Martin dice que no tiró hasta los 22 y que jamás acepta un porro. Pregunto: ¿a qué clase de tragedia tuvo que sobreponerse para haber necesitado de una luz, de una mano salvadora, de una pepa urgente? 

Quizás sucedió en ese viaje mientras sobrevolaba el África en su tour pro Fair Trade (comercio justo) y su avioneta casi sucumbe a la turbulencia y a una imprevista tormenta de arena. Martin, en ese momento de enfrentamiento con la muerte, confesó que se dijo: “felizmente el disco está ya casi terminado”. Y eso es. Un Chopra juvenil que en una mano tiene la frase plástica exacta y en la otra el libro contable del exitismo.

Y funciona de maravillas: Coldplay es número uno indiscutible del mundo, tiene ventas envidiables y deja estadios llenos regados a su paso. Sabemos que esa ruta ya la transitó Bono y U2, pero al menos éstos tuvieron al Belfast sangrante y un catolicismo muy bien llevado -que es, al fin y al cabo, una religión afecta al impacto de lo sensual. Y Martin es desabrido, asexuado, frígido como una línea blanca de cocina o el olor softly de un pañal. ¿Es por eso que calan tanto en el gusto masivo? No me queda la menor duda. 

En todo caso, musicalmente Coldplay no intenta enmendarle la plana a sus mayores: calca a la perfección todo el arena rock de los irlandeses, esperando eso sí, que sus melodías se escuchen si es posible hasta la galaxia vecina. ¿Por qué contentarse sólo con Nueva York o Los Ángeles? “Quizás haya computadoras buscando vida en la Tierra”, dice Martin. Así que de embajador terrícola del IPRI no baja. De todos modos hay medalla al mérito, ciertos detalles que son camp y que funcionan: los “oh-oh-oh” de “Square One”; la copia de la copia de la balada triste con piano de “What If”; toda la primera guitarra de “White Shadows”, cortesía de la creatividad fagocitada de The Edge; o “X&Y” y su viaje hasta la estratósfera. 

Todo esto hace pensar que quizás la proeza New Age de Martin vaya por otro lado: la de haber convertido el power rock en unánime muzak multiuso. En ascensores, en librerías, en la sección verduras del supermercado, en la espera en el cine o en el consultorio: Coldplay jamás desentona, es un sitio conocido, a place called home. Hace poco la chica aburrida, bloqueada y rezongona con la que trabajaba al lado me dijo: “¿oye, y no tendrás Coldplay?”. Lo puse y le di toda la razón. Porque el de Coldplay es un ruido blanco que no molesta ni distrae, y que aumenta la productividad. Y quizás sea ésa la idea que tiene Martin del negocio justo. 



El primer Coldplay



El último:

lunes, 16 de junio de 2008

Traducciones 1

Intentona de diario de lectura. Ahora ando enganchado con el libro de Umberto Eco "Decir casi lo mismo. La traducción como experiencia", que acaba de salir por Lumen. Aun cuando todos somos traductores en ciertas coyunturas, el libro va dirigido sobre todo a los que alguna vez se han apasionado con verter en un lenguaje literario lo dicho o escrito originalmente en otro. Y, la verdad, está fantástico. 

En mi caso, la traducción es una especie de hobby más que una pasión literaria. Recuerdo que empecé de muy chiquillo, en tercer grado, intentando descubrir cómo sonaría en castellano algún título de la serie de los Hardy Boys. Quizás extrañaba que en castellano no hubiese -o, al menos, yo no estaba enterado de que hubiese- ese tipo de libros. La palabra literatura aún no existía: era simplemente leer, enterarse, encontrar equivalencias y regodearse en el sonido castellano de la misma historia. En ese sentido, la traducción me sobrevino como una actividad similar a la del Sudoku, o esa otra en la que me quedaba pegado por horas en las tardes intensas de aburrimiento: escribir números correlativamente y ver hasta dónde llegaba. Una mecánica antes que una filología. Un abdominal antes que la competencia en sí. En su lado más utilitarista, traducir es como un ejercicio de escritura, pero subido en los hombros de otro.

De adolescente llegué a Roald Dahl y de nuevo el bicho medio misterioso del traducir me cogió. No sé que habrá sido de esos papeles, pero sí sé que me entrenaron en la paciencia, en la relectura, en la admiración de la imperfección y en el oído para las palabras. Normalmente retocaba: lo que no sonaba bien en inglés -el único idioma que sé con cierta solvencia además del castellano- se podía ajustar. Lo que era intraducible se podía omitir. Aunque soy de aquellos que prefiere siempre remitir al original antes que claudicar a una traducción -sobre todo en poesía o en Shakespeare-, el acto de traducir, paradójicamente, se me hace irresistible. Es leer, pero con una intensidad febril y casi frisando la locura. No hay momento de concentración que haya experimentado con mayor autismo que con la traducción. Hasta ahora no sé por qué.

En la universidad las cosas se volvieron quizás más serias. Gracias a Renato Sandoval -traductor políglota- entendí que la traducción estaba mucho más allá de la simple transposición. Por traducir descubrí poetas: William Carlos Williams, Langston Hughes, Marianne Moore, e.e. cummings. También hice extraños experimentos: no tuve mucho pudor en traducir (para mí) a Czeslaw Milosz, Nobel polaco, de un libro en inglés de sus poemas reunidos. La excusa estaba en que Milosz mismo había traducido, cotraducido o supervisado esa edición. Tampoco hubo pudor cuando traduje (para mí) poemas de Paul Celan de una versión en inglés. La excusa era parecida: el traductor,  Michael Hamburger, había discutido sus versiones con el poeta. Al final, lo que había era la intención de al menos raspar con las uñas y en castellano lo que se dijo brillantemente en otro idioma. La ilusión de recrear una experiencia que no es tuya en tu propio papel con el puente del inglés. ¿Qué tanto daño le hacía este ejercicio al contenido de los poemas?

En un post anterior escribí sobre una novela de Kawabata que Emecé editó en castellano y que acababa de leer: "El sonido de la montaña". La traducción es de una versión en inglés de la novela en japonés. El caso podría llamar a suspicacias, pero Eco, en las primeras decenas de páginas de su libro, se embarca en varios ejercicios de este tipo usando un traductor automático online para ilustrar su concepto de "reversibilidad". Imaginando que un traductor japonés lea la versión en castellano y, sin conocer a Kawabata, se anime a traducirla a su idioma como si fuese el original: ¿con qué versión terminaríamos? ¿Que semejanzas y diferencias habría con el texto (realmente) original de Kawabata? ¿Qué se pierde? ¿Qué queda? Una traducción "ideal" (en este caso, del japonés al inglés, del inglés al castellano, y del castellano de nuevo al japonés) es aquella que nos permite llegar de alguna manera nuevamente al texto original. He ahí la reversibilidad, aplicable también a otro tipo de traducciones: de un libro a una película, por ejemplo.

Eco intenta en su libro darle al sentido común un empaque teórico. Si es habitual decir que la traducción literal no es traducir, el camino de Eco para llegar a esa máxima es espléndidamente lógica. Lo mismo con la deontología de la traducción: respetar lo que quiso decir el autor (1). El tono del italiano es conversacional, de conferencista. Las hojas pasan rápido, aunque sean más de quinientas. A ver qué más sopresas hay.


(1) Una prima lejana de la traducción puede ser también la reseña, pero no la crítica, sino la de resumen. Varios de los posts de este blog intentan hacer eso: condensar, resumir, sintetizar lo que dijeron otros, pero dejando de lado, en lo posible, los juicios de valor. 

domingo, 15 de junio de 2008

Antirracismo preventivo


Peru21 del 14 de junio, ayer. El caso los malditos de Larcomar.

El caso tiene dos coberturas: el editorial del director Augusto Álvarez Rodrich y la noticia propiamente dicha redactada por el periodista Miguel Sarria. El editorial arranca con la indignación en titular: "Malditos (cholos) de Larcomar". El que esto escribe esperaba encontrar finalmente la comprobación de un hecho espantoso de discriminación racial. Falsa alarma. AAR dice "es lo que parece haber ocurrido". Su prueba es la siguiente: "Blanco corriendo, atleta haciendo ejercicio; cholo corriendo: ladrón escapando de la escena del crimen". Supuestamente los capturados que portaban gadgets digitales no podían tenerlos si es que no eran blancos. Es decir, portar gadgets digitales solo podría encontrarse en poder de un cholo vía robo. Ese parece haber sido el pobrísimo y absurdo razonamiento policial según el editorial. Pero AAR no menciona las motos de los detenidos, no menciona la sucesión de los hechos, no menciona cómo así el abogado de los inocentes argumenta que fue una real discriminación racial. Y sin embargo dice "todos los indicios apuntan a que se trata de un nuevo caso de discriminación racial inaceptable". El que esto escribe se pregunta: ¿cuáles indicios? En el editorial apenas se colocó uno: el chiste popular. Quizás los indicios estén en la noticia de Sarria en el interior. Let's see.

La noticia describe básicamente un par de controversias: ¿fue la captura un operativo del Serenazgo o de la Policía? ¿Quién tuvo la responsabilidad de la convocatoria de la conferencia de prensa, el alcalde o alguna autoridad de la PNP? Ninguna mención al racismo. Ningún indicio nuevo. Ningún argumento del abogado defensor de los injustamente detenidos. ¿Cómo así llega entonces AAR a su conclusión choleadora? Vía suposición. Los inocentes fueron capturados porque en el Perú se ha internalizado un chiste. Es decir, no es necesario expresar el racismo en alguna frase como: "mira, cholito, sabemos que eres uno de los Malditos" o "los cholos como tú merecen estar en la cárcel y no paseándose en Larcomar". No. Es suficiente con el racismo telepático.

El caso del periodista Marco Avilés vs La Sede es lo que más rápido viene a la mente como analogía. Frente a una práctica habitual de no dejar pasar a algún parroquiano bajo el pretexto de la "fiesta privada" -cliché universal del mundo discotequero mundial- el periodista asumió que su impasse en la entrada de La Sede se debió a su raza, aun cuando seguramente -el que esto escribe ha ido al lugar y no es ario- dentro del mismo local bailaban personas, para decirlo de la manera más fríamente posible, fenotípicamente similares a él. ¿Se pudo haber tentado otras explicaciones? Sí: antipatía personal, malhumor del cuidapuertas, etc. Con todo, el caso es que Marco Avilés sí llegó a entrar: "¿La chica de mis pensamientos bien valía la humillación? Los hombres a veces pensamos con las pelotas. Mea culpa. No debí entrar a ese antro de mierda." Y la gerencia de La Sede consideró las acusaciones inaceptables.

Hay una nueva corriente, entonces, en la indignación cívica: el antirracismo preventivo que -como misiles lanzados frente a una amenaza percibida como inevitable- invita a los afectados al autocholeo antes de que el choleo se cometa. La denuncia como ataque (que es, a la vez, un ataque hacia uno mismo) es la mejor defensa y, al mismo tiempo, la única prueba exhibida. Está siendo muy efectiva para titulares. Dudo que sea efectiva para eliminar la lacra que dice combatir. Su efecto más inmediato: propagar un prejuicio.


OTROSí: El alcalde Masías se niega a las disculpas públicas. Poca elegancia, poco tacto político, cero compromiso con la ciudadanía. Ya sabrán los miraflorinos por quién no votar en las próximas elecciones municipales. Vayan apuntando.


Actualización 16 de junio: Una réplica a este post de Fabber en Océano de Mercurio.

Actualización 2 de julio: Alcalde Masías se disculpa públicamente. La información en el Útero.

viernes, 13 de junio de 2008

¿1984 o 2540?



A cada movimiento aparentemente autoritario o fascistoide de un gobierno -el peruano de hoy, por supuesto- un adjetivo sale rápido del cajón de sastre de la literatura: 1984ano u orwelliano. Gran hermano, crímenes del pensamiento, ministerios de la Verdad. Pero revisitando a Aldous Huxley uno se pregunta si la distopía elegida no es acaso la equivocada. ¿Por qué nos hemos olvidado de Brave New World o Un mundo feliz? Ahora, también cabría preguntarse si Un mundo feliz es realmente una distopía. No quiero enredarme con las terminologías ni sus complejidades: se convendrá que la distopía es lo opuesto a la utopía, o sea, una visión oscura de una sociedad hipotética, casi siempre futurista. Utopía = lindo; distopía = horrible. 

Spoiler alert hasta el final del post

Un mundo feliz apareció en 1932, muchos años antes que 1984 (1949), pero la última tuvo más suerte como la imagen del futuro por excelencia (es sencillo decir que Google es el Gran Hermano por venir, por ejemplo). Pero leyendo a J. G. Ballard una sospecha se confirma: Huxley fue mucho más profético que Orwell (¿no era 1984 una imagen del estalinismo, o sea, de su presente?). Es más, el mundo feliz ya lo estamos viviendo. 

Quizás tenga que ver con que fue nieto de Thomas Henry Huxley, el defensor acérrimo del darwinismo en el XIX victoriano. Los pilares de la sociedad perfecta que describe Aldous Huxley en Un mundo feliz -en el año 2540 de nuestra era- se basan en el control genético, sin usar esa palabra por cierto: la estratificación de la sociedad está milimétricamente diseñada vía la buena mezcla de óvulos y espermatozoides y, sobre todo, en la mitosis exitosa de algunos óvulos fecundados cuyo resultado es la replicación o clonación humana: el proceso Bokanovsky. No hay reproducción sexual. Todo es en laboratorio.

Esto último es lo esencial en el éxito de la sociedad del Estado Mundial. Al no haber reproducción sexual, no hay padres ni madres, y al no haber padres ni madres, las ideas de familia o pertenencia a un grupo, también desaparecen. También, claro, los celos sexuales: no hay posesividades de ningún tipo. En reemplazo, la sociedad perfecta, desde el nacimiento, le define un rol a cada uno de los seres incubados in vitro: unos serán Alpha (los mejores), otros Beta (los que siguen) y otros Epsilones (el escalón de más abajo). Como se entenderá es una pirámide, pero una pirámide sin opción de movilidad entre sus partes porque, y he aquí el truco, ninguno de los seres puede pensar otra cosa para lo cual no haya sido condicionado. No hay rebelión posible ni capacidad para el pensamiento crítico dentro de los márgenes del férreo acondicionamiento al que los habitantes del Estado Mundial son sometidos. En compensación, el Estado les provee todo y también la felicidad: sexo a raudales y el soma, una droga capaz de quitarte la depresión, la neurosis o cualquier síntoma de estrés. El soma se reparte como se reparten hoy condones. Obviamente, el soma es un protoprozac, un protozoloft. La represión toma esta forma: frente a cualquier pelea el Estado busca que los entes en conflicto al final se quieran a punta de soma. Fantástico.

Pero esta sociedad perfecta tiene un lunar: el Salvaje John. Recluido en una isla donde aún están muchos incivilizados como él -hoy diríamos los "no-contactados"-, que tienen madre y un mundo afectivo que los hace impulsivos e incontrolables, el Salvaje es traladado como curiosidad a la sociedad perfecta y en este choque cultural está toda la gracia de la novela. Vargas Llosa en un ensayo de La verdad de las mentiras habla sobre Un mundo feliz y menciona que la escena central es aquella de amor entre el Salvaje y una de las civilizadas protagonistas llamada Lenina. Mientras el Salvaje quiere un amor a lo Pandora, un amor del bueno, romántico y apasionado, la expeditiva Lenina -de medidas perfectas- solo quiere follar. El Salvaje, al no poder obtener lo que quiere, entra en crisis.

La verdad, no creo que esta sea la escena central. Un mundo feliz está construida con un lenguaje chispeante, irónico, que le va mucho mejor a las ideas que a las acciones. La escena central, en las últimas decenas de páginas, está en el encuentro entre el Salvaje y la máxima autoridad del Estado Mundial: Mustafá Mond. En este diálogo, todos los peros del Salvaje son respondidos con total elocuencia por Mustafá. En el debate Mustafá gana: no hay grietas en la sociedad perfecta. Las críticas del Salvaje parece que no provienen de la razón, sino de las emociones. Dice Mustafá:

Estar satisfecho de todo no posee el encanto que supone mantener una lucha justa contra la infelicidad, ni el pintoresquismo del combate contra la tentación o contra un pasión fatal o una duda. La felicidad nunca tiene grandeza.

Y así quizás lleguemos al contacto entre Huxley y lo que vivimos hoy: entre el pensar en grande, en ser exitosos, en no estar deprimidos, en no ser aves de mal agüero ni salvajes como un perro del hortelano, están los otros que siempre ven lo inestable, lo que anda mal, el conflicto y, quizás, los que reclaman el derecho a no cumplir con los supuestos sueños de opio de las metas grandes. A veces escucho a García y escucho a Mustafá. A veces recuerdo el lío del spot de la San Martín y me parece que entre los críticos se asoma la luz del Salvaje:

"Pues yo quiero incomodidad. Yo quiero a Dios, quiero poesía, peligro real, libertad, bondad, pecado."
"En suma -dijo Mustafá Mond- usted reclama el derecho a ser desgraciado."
"Muy bien, de acuerdo -dijo el salvaje, en tono de reto-. Reclamo el derecho a ser desgraciado."

Al final el Salvaje se cuelga.





lunes, 9 de junio de 2008

Caliente, frío


Un simpático parapost de un parablog de El Comercio habla sobre el ineludible fenómeno de las calentonas. Ignoro si la literatura psicológica o sociológica o psiquiátrica tiene un término técnico para ellas y/o ellos. Pero la sociología popular ya dio con el nombre y con algunos de sus comportamientos habituales. Cedo el paso a Chiara Roggero:

Las peligrosas son las que juegan con los sentimientos, las que hacen creer que existe una posibilidad de formar algo, cuando en realidad esa posibilidad es nula. Las que enamoran sin enamorarse.

El amor es un tema que considero central. Ya lo escribí en otro lado: en las universidades debería enseñarse algo como Amor 101, comprender sus por qués y sus mecanismos; lejos, claro, de la prosa saltimbanqui y no muy efectiva de un Renato Cisneros. Las calentonas: ¿qué hacer con ellas? Sigue la Roggero:


tengo esta imagen en la cabeza de una mujer muy guapa ilusionando a un hombre, con un pasado no tan exitoso en lo que a las mujeres respecta

Discrepo. Creo que las víctimas del calentonismo son tanto exitosos como no exitosos, duros como blandos, avispados como atontados. Y es completamente natural que sea así porque calentar es "engañar". Y caer víctima de un engaño, en el amor, es demasiado fácil. Los hay muy sutiles (miradas, roces, actitudes como la que menciona Roggero como "las trencitas o las llamadas de madrugada" -ja, buenísimo-). Pero también existen los engaños flagrantes cual cuñas de mortal suspense como cuando se escucha decir: no sé lo que siento. No hay que tomarlo a mal. Todo el juego de la seducción es un póker donde nadie sabe tus cartas ni tú las del jugador rival. Lo que se apuesta son cuotas de sinceridad. El bluffing es la única jugada posible. Por eso coloqué "engaño" entre comillas: todos lo hacemos.

¿Cuál es el fin del amor? Emparejarse. Tómese como atavismo si se quiere. Lo cierto es que los retortijones en el estómago, una vez que caemos en el engaño, son completamente reales. Cómo manejarlos, como diría mi hermano, es otro business, uno en donde la experiencia puede contar mucho. Pero el enamoramiento es y, al menos hasta que la profecía de Huxley se cumpla (c.f. Un mundo feliz), aquella donde los humanos dejan de ser menos humanos, será. ¿Qué gana entonces una calentona con enamorar a alguien con quien no va a estar? ¿Por qué se tomaría la molestia de gastar recursos en eso precisamente?

La Roggero no da respuestas o solo lo considera como una "crueldad". Pero creo que tiene que ver con el aumento del atractivo. Digamos que en el mar erótico de entes dispuestos al emparejamiento, la noticia de una víctima de la calentona llama mucho la atención. Es más, tengo la impresión de que una calentona espera que la víctima divulgue su propio dolor, no que lo oculte. En tanto haya más víctimas visibles de su engaño, entonces, más preciada se volverá a ojos de los hombres en competencia, aquéllos que piensan que sí podrán vencer el reto de la esfinge.

Pero no todo es rígido ni determinado, por supuesto. Como dije, se apuestan cuotas de sinceridad. Y uno busca emparejarse con el mejor ente disponible y posible dadas las circunstancias (en inglés es más claro: not the best, but the better).

Es probable entonces que para una calentona serial una víctima de más sean ya demasiadas. Mala estrategia de la calentona, porque a partir de ese momento, el serlo -dentro un círculo, capa, estrato- ya no se verá como un atractivo, sino todo lo contrario: será un disuasivo. Su constante blufffeo será lo que le evite finalmente tener una pareja concreta, real y satisfactoria. En un contexto así es posible que el movimiento contrario empiece y que la sinceridad total pueda ser apreciada. No mezquinar información y confesar amor rendido, por ejemplo, podría rendir frutos. Y así será hasta que el exceso de sinceridad nos regrese de nuevo a la selectividad. Visto de otra manera: el calentonismo es el paroxismo de la selectividad, quizás una mutación mórbida.

La verdad no sé si todo lo anterior tiene sentido. Pero como víctima y victimario es entretenido pensar en los porqués. Al menos, tranquilizan.



viernes, 6 de junio de 2008

'My Sharona': génesis, desarrollo y quién era Sharona


El 45 debe estar por ahí, en un rincón de la casa materna. En algún momento se rayó a mitad del solo glorioso, pero luego, no se cómo, se arregló en un esfuerzo de paranormal autoconservación y fluyó de principio a fin. "My Sharona" es la quintaesencia del hit rockandrolero. Intenté varias veces copiar la magia de Berton Averre, uno de los guitarristas más subestimados y creativos que he escuchado, pero sin mayor éxito. Mi fanatismo por The Knack no cesó ni cuando leí el eslógan "Nuke The Knack". Cómo los odiaron en su momento, pero hoy suenan casi atemporales. Para quien escuche o vea The Knack Live At The Carnegie Hall (1979) -estuvo por un tiempo brevísimo colgado entero en YouTube- se encontrará una banda casi perfecta, afiatadísima, que me gusta comparar con The Strokes, también fantásticos en vivo. Pero la inspiración es cruel -al igual que el ego tanático de Doug Fieger- y después de dos discos The Knack cayó en el olvido hasta que Winona Ryder y su comparsa de desorientados los desenterraron en Reality Bites. Desde entonces creo que se aferraron bien a la inmortalidad. Pesqué un documental casi fresquito para los estándares de YouTube sobre la canción. Va en tres partes. Bruce Gary, el baterista, murió en el 2006, pero aparece en el vídeo mostrando cierta amargura.


1



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(un post parentético)

Recién puedo postear esto. Ha sido una semana pesadísima.

Hace unos días me llegó un comment de Javier Gárvich del blog "El lápiz y el martillo" -comentario que reproduzco en el primero de los comentarios de este post- sobre un tema que no tenía nada que ver con el post anterior. Javier se disculpaba por entrar al "caballazo", pero decía que había sido censurado por Daniel Salas en el Gran Combo Club y esperaba que en mi blog -la verdad, no sé por qué aquí precisamente pues la lectoría de "Bloody Hell" es minúscula- pudiese colocar sus réplicas al debate sobre la piratería. Es un debate interesante: hay un gran grupo de personas en la blogósfera que está a favor de ella, que la aplaude y que asegura que gracias a sus mecanismos el Perú no es un páramo cultural. Otro grupo dice lo contrario (lo que yo también creo, mucho más ahora porque más convencido estoy): la piratería ayuda muy poco a la creación de nuevos conocimientos o ideas innovadoras y solo reproduce lo que otros -mayormente los de más poder y más capital- hacen. En ese sentido, si los disidentes quieren serlo de verdad, la piratería es un camino de muy corto alcance -la satisfacción inmediata de la curiosidad o el hambre cultural- , en el mejor de los casos, e ilusorio -creer que la sociedad afinará a través de ella su forma de pensar- en el peor (1). Espero que no haber traicionado el espíritu de ambas posturas, pero es más o menos como yo he percibido el intercambio de ideas. El debate en GCC es largo y fructífero, así que los que quieren más luces pueden ir allá y leer todo lo que ya se ha dicho y se sigue diciendo.

Lo que me interesa ahora es tocar un segundo punto. Javier también habla de la "pedantería" de Daniel Salas. Mejor lo cito:

Daniel Salas, con la pedantería que lo caracteriza, me ha banneado con el pretexto que lo he calumniado. Daniel se mete contigo si le place (saca arbitrariamente colación mi colaboración con terra como inconsecuencia ideológica pero, al saber que no me aprovechado pecuniariamente del asunto, me tilda de vanidoso) pero no le gusta que le busquen las costillas.

Muy bien. De esto creo que ya había escrito antes en este mismo espacio a propósito del rollo sobre Puerto el Hueco. En ciertas regiones de la blogósfera, antes de debatir, se debate mucho sobre el cómo debatir. Y, normalmente, antes del debate de fondo, el entrampamiento ocurre en las consideraciones personales -léase: pedantería, altanería, sensación de que se tiene la verdad, etc- que motivan que alguno de los interlocutores desconozca los argumentos de la parte contraria, se olvide del debate en sí y prefiera hablar de censura, controlismo, dictadura, fascismo, etc., etc., etc. 

Como veo las cosas, para efectos de una discusión donde se quiere llegar a la verdad o buscar la verdad o acercarse a la verdad, la altanería o la pedantería son características personales absolutamente superficiales. Porque si tienes un buen argumento tu tono es lo de menos. Si tienes un buen argumento, no tienes que pedir permiso, no tienes que decir siempre "yo creo que", "me parece" o "tengo la impresión". Quizás estas muletillas existan como suavizantes retóricos, pero si dices algo y lo crees, es que porque de verdad piensas que estás en lo cierto. Que alguien se anime a expresar una idea mejor solo puede ser pedante frente a aquella persona que prefiere protegerse en una ideología -por cuestiones emocionales más que racionales- y que no está dispuesta a revisarla. El ataque personal es más fácil que el reconocimiento del error.

Pero aquí viene la paradoja. Discutir o debatir está ligado a un individualismo muy poderoso, a un ego que se expande, a una actitud de avasallamiento argumental que, en efecto, tiene mucho de pedante. Pero, ¿es que puede existir otra manera de buscar la verdad? ¿Es que existe otra manera de buscar la verdad que NO sea probando el error del otro? ¿Es que es posible imaginarse un paraíso retórico donde convivan todas las opiniones con el mismo valor, un paraíso donde no sea ofensivo apuntar que estás pensando mal? A veces creo que en la blogósfera muchos sueñan con una utopía así, un lugar donde todo es relativo, donde todo da lo mismo, donde la respuesta frente a cualquier idea es "bueno, esa es tú opinión, pues". Entonces quizás sí haya algo de razón en lo de Gárvich: buscar la verdad es un acto de pedantería alucinante. Un gran canto a sí mismo del ser humano.

Pero una cosa es buscar la verdad y otra muy distinta mentir. Si dos personas se animan a discutir están implícitamente acordando que ambas pueden revisar sus posiciones, retractarse, corregir los deslices. Cuando Gárvich me pregunta: "Dime Luis si con lo dicho estoy calumniando a alguien. Dime si estoy ensuciando el debate" prefiero responder diciendo que las acusaciones de pendantería cansan y están de más. Y que si su rival en el debate no dijo lo que él afirma que dijo, y no se retracta, entonces sí, el debate se ensucia.

Como coloqué arriba, cumplo con publicar el comentario que me llegó. No hay ánimo de censura. Pero en el futuro que el intercambio de ideas se haga en el lugar que corresponde.


(1) En suma, una visión cortoplacista versus una a largo plazo, batalla conceptual bien delimitada por el título del post de Salas "¿Para qué NO sirve la piratería?" (el énfasis es mío).



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