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viernes, 12 de abril de 2019

Utøya, reseña

“Utøya: July 22”, una película sobre el más grave atentado terrorista sucedido en Noruega, es parte recreación, parte película de terror, parte película de aventuras. No creo que esté libre de controversia, pero ese debate quizá solo sea sopesable para un noruego. Los eventos referidos son del 2011 y están aún frescos en la memoria de todo el país.

Recordaba el ataque ultraderechista —la noticia dio la vuelta al mundo— pero no recordaba los detalles. Fueron dos los atentados: la detonación de unos explosivos en instalaciones gubernamentales y la matanza de decenas de adolescentes en un campamento de verano. Ambos fueron realizados por el mismo sujeto, considerado al mismo tiempo un loco y alguien suficientemente sano para ser juzgado. Actualmente, el asesino purga condena.

“Utøya” cuenta esencialmente la historia de la matanza en la isla Utøya. Lo hace en una sola toma continua —o la ilusión de una sola toma continua— siguiendo la angustia de Kaja, una de las adolescentes del campamento. Muy rápido al inicio de la película se escuchan balas a lo lejos y a grupos de chicos huyendo despavoridos. Kaja, sin saber exactamente qué esta sucediendo, pasa de estudiante a soldado en su pelea por sobrevivir. La cámara la sigue solo a ella, muy pegadita a ella, con primerísimos planos de su rostro, sus gestos, su cara de horror o de llanto. Es una gran actuación. El personaje de Kaja no existió en la realidad. Es un personaje ficcional armado con los testimonios reales de los sobrevivientes.

El director Erik Poppe, de prestigio en su país, no muestra al asesino en ningún momento. Solo hace que se lo intuya en algunas escenas. Esta decisión emparenta “Utøya” con algunas películas de terror, sobre todo las de “found footage”, en las que la amenaza o el monstruo no suelen mostrarse. Se me vienen a la cabeza “Cloverfield” o “The Blair Witch Project”. 

Respecto de ésta última, hay una escena que parece un claro paralelo. Kaja llama a su madre con su celular y llora culposamente al no poder encontrar a su hermana. La escena más emblemática en “The Blair Witch Project” muestra a la protagonista en lágrimas también hablándole a su familia, solo que mirando hacia la cámara. Los terrores en ambas películas quedan inexplicados. Se podría argumentar que son variantes de lo gótico. Si las “brujas” son el contrapeso sobrenatural a las arrogancias de unos chicos citadinos y acomodados del primer mundo, el ultraderechismo en “Utoya” es representado como una fuerza diabólica, una que literalmente sacrifica niños.

La película hace un estupendo trabajo en mostrar la geografía de la isla. El espectador logra ubicarse bien. Hay una explanada sobre la que se levantan las decenas de carpas de los chicos. Hacia la derecha, un bosque. Y, atravesando el bosque, están los acantilados, un mar de agua muy fría y la posibilidad de un escape. Kaja se mueve con soltura en esta geografía a plena luz del día, como si la conociera muy bien. Por momentos, una película de aventuras se desarrolla. Me vino a la mente “First Blood” (o “Rambo”). Kaja ayuda a otros compañeros, busca mantener la calma, hace torniquetes. Mientras sus compañeros se doblan los tobillos o quedan ensangrentados, el cuerpo de Kaja parece inmune a los rigores de la naturaleza.

La fotografía de “Utøya” está deliberadamente lavada o desaturada. No hay embellecimiento alguno. Es un recato que intenta restringir la película del entretenimiento que también es. Políticamente tiene dos mensajes, más o menos explícitos. Uno tiene que ver con el género: la protagonista es una joven mujer. Kaja se empodera mientras va sobreviviendo. El segundo mensaje sugiere las motivaciones del asesino. A lo largo de la película, el director se ha preocupado en mostrar la diversidad racial de los rostros de los chicos noruegos en el campamento: una convivencia en armonía que la ferocidad de los balazos busca destruir.


3.5/5

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