Hice esta lectura por un nicho particular de interés. Trata sobre una de mis obsesiones en la teoría literaria: las relaciones entre la literatura y la realidad. O, en otras palabras, entre la ficción y la verdad. Entiendo que esto puede resultar aburrido o poco interesante para el lector ocasional, pero incluso el lector más ocasional se ha preguntado en algún momento lo siguiente: ¿dicen las novelas la verdad?
La respuesta parece obvia: claro que no Sin embargo, aunque sea difícil de creer, muchas personas, incluso las muy cultas y leídas, piensan que sí. En La novela como historia, Eduardo Posada Carbó, periodista colombiano e historiador de Oxford, aborda este tema con absoluta transparencia. Este volumen reúne una serie de ensayos que discuten la relación entre la ficción y la historia. Para ello, Posada Carbó coloca en el quirófano analítico el tesoro cumbre de la literatura colombiana: Cien años de soledad de Gabriel García Márquez. Posada Carbó ve un serio problema en cómo los historiadores han usado la célebre novela "como una fuente fidedigna para la reconstrucción y el entendimiento del pasado". En esta disección, Gabo —quien se vanagloriaba de inventar maravillas ahí donde nada había pasado— tampoco queda bien parado, pero el autor intenta ser lo más justo posible, tanto con la literatura como con la historia.
Es necesario proporcionar algo de contexto. El evento histórico que analiza Posada Carbó es central en la historia de Colombia: la matanza de las bananeras de 1928 en Magdalena, al norte del país. Este evento no solo es crucial debido al horror de la respuesta represiva del gobierno conservador de la época, sino porque puso fin a la hegemonía conservadora que había durado varias décadas. Después de la matanza, surgió en el escenario político el populista Jorge Eliécer Gaitán, cuyo asesinato años después desencadenó el llamado "Bogotazo". Como se recordará, el evento de la matanza de las bananeras aparece ficcionalizado en Cien años de soledad. La controversia que Posada Carbó intenta resolver es el número real de muertos que hubo en aquella huelga contra la United Fruit Company. No es un tema menor para un historiador. Y aquí está lo curioso: en la novela son tres mil los muertos después de la matanza, pero años después García Márquez confesó que infló el número porque necesitaba un desenlace espectacular para su relato. Para el escritor, no hubo en realidad más de tres o cinco fallecidos.
El impacto cultural de Cien años de soledad fue tan grande que la cifra de tres mil muertos quedó grabada en el imaginario colectivo colombiano y, desde entonces, se ha repetido constantemente, incluso por historiadores. Sin embargo, no solo nos enfrentamos al problema específico de un dato ficticio que se presenta como real, sino también al problema más amplio de reclamar la superioridad de la literatura sobre la historia para entender el pasado. Según Posada Carbó, esta idea es muy frecuente entre los escritores colombianos. De hecho, algunos de ellos creen que la verdad de Latinoamérica se encuentra en las novelas que se han escrito sobre ella.
Por cierto, en ningún momento el autor busca refutar la literatura. Posada Carbó entiende, como todos deberíamos entender, que una novela no tiene por qué guardar fidelidad a los hechos históricos. En ese sentido, Gabo es completamente inocente de haber hecho lo que era necesario para su novela. Pero al mismo tiempo, Gabo el intelectual, Gabo el influyente, Gabo el periodista, fue un duro crítico de la historia como profesión. No le reconocía ningún avance. El escritor desconfiaba de las "historias oficiales", creía que los colombianos sabían muy poco de su historia, que no conocían su identidad y que vivían anclados en la época colonial. Según él, la historia oral era "mejor que la escrita". Al parecer, y según Posada Carbó, García Márquez no tenía una gran vocación por retratar fielmente el pasado. De hecho, en su autobiografía Vivir para contarla, al narrar nuevamente cómo elaboró el pasaje de las matanzas en Cien años de soledad, el Nobel afirma que, después de realizar una extensa investigación, llegó a la conclusión de que "la verdad no estaba en ningún lado”.
En uno de sus ensayos, Posada Carbó se propone averiguar la verdad e intenta reconstruir factualmente los trágicos sucesos de 1928. Para descubrir lo que realmente ocurrió, tendrán que leer el libro. Una gran conclusión de La novela como historia es que novela e historia son dos géneros distintos, cada uno con sus propias reglas (a pesar de la popularidad de aquellos intentos posmodernos por borrar los límites entre la historia y la literatura, como los de Hayden White). Una novela no es refutable. La historia, en cambio, sí lo es, pues intenta ser fiel a los hechos. “Toda historia requiere perpetuamente ser corregida por más historia", escribe Posada Carbó, citando al historiador británico Herbert Butterfield. Eso no significa, por supuesto, que debamos descartar las novelas. Para un historiador, las novelas son insumos importantes para una investigación, ya que, como sucede con Cien años de soledad, a veces una comunidad de lectores construye realidades sobre sí misma a partir de ellas, algunas muy poderosas y duraderas.
La novela como historia es un libro muy breve, y es un excelente punto de partida para lecturas más profundas sobre el tema. En el caso de los peruanos, quienes no somos inmunes a romper los límites entre ficción y verdad, sería valioso revisitar, por ejemplo, la discusión de aquella mesa redonda de 1965 entre José María Arguedas y un grupo de sociólogos sobre lo verdadero y lo ficticio en Todas las sangres. En ese debate, el narrador aseguraba que su novela decía solo la verdad. Asimismo, sería provechoso releer Conversación en La Catedral de Mario Vargas Llosa, una de las novelas más usadas y citadas para explicar las estructuras profundas —¡las verdaderas, no las ficticias!— de la peruanidad criolla. ¿Qué estamos leyendo cuando leemos una novela?
4/5
LA NOVELA COMO HISTORIA
Eduardo Posada Carbó
124p.
Taurus, 2017.