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jueves, 17 de agosto de 2023

La película "Oppenheimer", una reseña

Si prestamos atención a sus momentos culminantes, la última película de Christopher Nolan contiene en realidad dos películas. Estas dos películas suman, comprensiblemente, tres horas. Una de estas películas es mejor que la otra.

"Oppenheimer" relata la historia de cómo el físico teórico Robert Oppenheimer se convierte en el director del Proyecto Manhattan, el célebre programa militar secreto estadounidense que desarrolló la primera bomba atómica durante la Segunda Guerra Mundial.

Como se sabe, a principios de los años cuarenta y en pleno conflicto bélico, Estados Unidos temía que los científicos del Tercer Reich crearan una bomba de enorme potencia basada en los últimos descubrimientos de la física, y que con ella no solo ganaran la carrera nuclear, sino también la guerra para Alemania. El Proyecto Manhattan se organizó a contrarreloj y logró su objetivo de fabricar la bomba antes que los nazis. Esta hazaña intelectual, científica y militar, irónicamente, nunca fue empleada contra los alemanes.

Esta es la primera película que narra "Oppenheimer", y es brillante. Es conocido que la sensibilidad de Nolan es épica, y quizá sea ocioso enumerar las virtudes técnicas de esta película. Basta con decir que el espectáculo está asegurado. Pero más allá de lo virtuosamente técnico y material, "Oppenheimer" logra sobre todo mantener el interés gracias a la gran actuación del misterioso Cillian Murphy en el papel del científico. Oppenheimer no es un personaje fácil de entender. Es complejo y contradictorio, frío sentimentalmente y apasionado científicamente a la vez. Le lleva largos minutos enlazar su genialidad abstracta en la burbuja universitaria del inicio con el aterrizaje forzoso de la ciencia aplicada en la urgencia de una guerra. Esta transformación que Murphy logra con su personaje es lo mejor de la película. El "nerd" de las fórmulas se convierte verosímilmente en un soldado comprometido en el frente intelectual de la batalla. 

Es evidente que Nolan simpatiza con Oppenheimer. Narra su ascenso como una aventura que nos obliga a identificarnos con la misma emoción que sienten las luminarias científicas convocadas en el Proyecto Manhattan al concebir y crear un arma de destrucción masiva que confirme sus teorías. Evita, eso sí, dar confusas lecciones de física. Lo que hace es guiarnos a través de la complejidad logística de armar un equipo de trabajo, levantar un laboratorio en medio del desierto del tamaño de un pueblo del lejano oeste y hacerlo funcionar. En la película hay admiración por esta ambición a prueba de derrotismos (no descarto una admiración por la ética de trabajo americana). Cuando la bomba finalmente explosiona en la primera prueba exitosa en medio del desierto de Nuevo México (una escena memorable), uno no puede sino maravillarse de cómo lo que se escribió con fórmulas en un pizarrón se vuelve realidad. El momento apoteósico, una nube de llamaradas en forma de hongo tejiéndose en medio de la oscuridad, se corona con aplausos y felicitaciones mutuas entre científicos y militares. Evidentemente, Nolan nos está manipulando, ya que el éxito del Proyecto Manhattan tiene un reverso sombrío: las miles de muertes futuras en Hiroshima y Nagasaki. Hasta aquí la primera película.

La segunda película que relata Nolan es lo que ocurrió con Oppenheimer después de Hiroshima y Nagasaki. El científico que jugó a ser Prometeo, plenamente convencido de sus ideas y poder, cede paso al ser humano vulnerable y contrariado por las consecuencias mortales de la guerra. Siguiendo la historia de la película, estas dudas públicas le causan a Oppenheimer problemas con el gobierno. Se sospecha que podría ser nada menos que un espía comunista. Sin embargo, la trama aquí se vuelve abstrusa. En esta segunda parte, "Oppenheimer" deja de ser contada con imágenes y prefiere hacerlo con palabras y discursos en audiencias congresales y comisiones investigadoras de interrogatorios agresivos. No tiene mucho sentido desenredar la madeja. Además, aunque he dividido la película en dos, las dos partes de Nolan no se muestran consecutivamente; están entrelazadas y de manera a veces caprichosa (hay escenas en blanco y negro que no se refieren al pasado, como suele ser la convención en el cine, sino al futuro). Nolan exige demasiado a su espectador, quizás creyendo que, como él, ha revisado la película cientos de veces en la sala de edición. Los diálogos suelen presentarse a toda velocidad y los dilemas morales que la película va sembrando, tan complejos como una ecuación de física cuántica, deben resolverse, con los múltiples cortes y saltos en el tiempo, tan rápido como sumar dos más dos.

Pero las intenciones quedan, grosso modo, claras. Nolan desea que contrastemos al Oppenheimer que imagina una bomba teórica con el Oppenheimer después de las incineraciones reales en Japón. El científico atrevido de la primera parte se convierte en un opinólogo arrepentido en la segunda. Las opiniones públicas de Oppenheimer chocan, por supuesto, con el establishment bélico, que busca destruir su reputación. Si bien la lealtad del físico a los EEUU queda fuera de toda duda, no ocurre lo mismo con su confianza en la ciencia y la búsqueda ciega de conocimiento prohibido. La película añade así más pisos a su torta y pierde consistencia y convicción. Nolan es mucho más eficaz cuando muestra al Oppenheimer lleno de espíritu emprendedor, una mezcla de Edison con Ford, que al confundido y débil filósofo de la edad otoñal en un proceso interno difícil de representar en imágenes. Por eso, y antes que ceder al facilismo retórico, Nolan se ve en la necesidad épica de concluir su película con un big bang, un subrayado quizás demasiado moralista (o "woke"): la imagen de la Tierra envuelta en llamas como resultado de las armas nucleares.

Dicho lo anterior, "Oppenheimer" es una de las mejores películas que he visto de Nolan y logra ser entretenida hasta donde pueden ser entretenidos los interrogatorios del Congreso estadounidense. Al final, la gran pregunta que queda en el trasfondo es: ¿habríamos nosotros también creado y lanzado una bomba atómica para terminar una guerra? La película quisiera que respondiéramos que no.


8/10



miércoles, 16 de agosto de 2023

¿Es posible la existencia de un Milei peruano?

Seamos serios. Cualquiera que observe a Milei durante cinco minutos se percatará de que su lema de campaña es: "¡Viva la libertad, carajo!" No obstante, no se trata de cualquier forma de libertad. La libertad de Milei está enmarcada en un contexto: el amplio estatismo argentino del cual dependen millones y que es tan complicado de desmantelar. En Perú, por el contrario, el 75% de la población es informal, el estado "libertario" más elemental imaginable. El peruano informal no depende de nadie y hace lo que le place. La ley le importa muy poco. Un Milei peruano, si existiera, terminaría hablando en una plaza vacía porque sería incomprensible: ¿libertad para qué?

Si un Milei peruano existiera, tendría que apelar a un discurso diferente utilizando un vocabulario distinto. Debería hacer entender a sus votantes por qué esa informalidad es solo aparentemente libre. En realidad, un informal vive esclavizado por su marginalidad porque es incapaz de generar riqueza. He aquí un dato terrible: si un peruano no ha ingresado al sistema formal antes de los 30 años, no lo hará jamás. Un Milei peruano tendría que exhortar: "¡ingresa al sistema, carajo!"

Si lo pensamos bien, Perú ya tuvo a su propio Milei: se llamó Mario Vargas Llosa, quien en plenos años ochenta no era solo un liberal, sino un liberal a ultranza que emergió como un meteorito en un sistema político fuertemente estatizado. Por esta razón su partido se denominó -acertaron- Libertad. Vargas Llosa fue sumamente disruptivo en su momento, llegando incluso a proponer la privatización de toda la educación. Sus opositores de izquierda, al igual que ocurre hoy con Milei en Argentina, advertían que si Vargas Llosa ganaba, el Perú enfrentaría un apocalipsis. A fines de los ochenta se sostenía que el Perú no estaba listo para el shock liberal y que millones morirían de hambre.

La campaña del miedo surtió efecto y en las elecciones de 1990 Vargas Llosa perdió. Sin embargo, si Vargas Llosa hubiera sido tan desinhibido como Milei, si hubiera soltado varios "carajazos" en sus mítines y si hubiera mandado a los zurdos a la misma m, como hace Milei, les aseguro que habría ganado. Vargas Llosa perdió porque nunca habló en la plaza como la gente común. Se dirigió a un peruano pensante y racional que no existía.

Por lo tanto, si la existencia de un Milei peruano no tendría sentido en nuestras circunstancias actuales de asfixiante informalidad, ¿por qué nuestras derechas se han vuelto tan "guaripoleras" de Milei? Mucho me temo que no es por las ideas económicas del argentino. ¿Acaso han escuchado a Porky citar a Friedman o a Hayek alguna vez? Lo que realmente seduce a nuestras derechas es ese escuálido programa conservador de Milei, como su oposición al aborto y su plan de someterlo a plebiscito. También, las seduce su oposición a la ideología de género, a la ESI y al Ministerio de la Mujer. Nuestras derechas se conforman con la "batalla cultural", pero apenas demuestran interés por la batalla económica. Es necesario pedirles que se interesen por ambas.


sábado, 12 de agosto de 2023

Soda Stéreo + Cerati

Aquí se puede leer una extensa nota de la Rolling Stone que repasa toda la discografía de Soda y Cerati. Un repaso siempre necesario (con buena pluma) para un material clásico. Después de haber terminado de leer "El año de Artaud" de Sergio Pujol, me queda claro que el mayor aporte de Cerati fue separar el rock-pop de lo coyuntural. Al constatar lo politizados que estaban los rockeros argentinos de los setenta, se comprende que Soda Stereo fue una apuesta por buscar "el paraíso estético" lejos de la mesa de debate. Creo que esa aspiración es la que los mantiene vigentes.

Sagasti entrevistado por El Comercio

Es detestable cuando una persona que se precia de ser inteligente te toma por un estúpido. Sagasti se lava las manos en el caso Pacheco. Coloca la responsabilidad del ingreso de Pacheco a Palacio en su secretario general:




















El Comercio también pregunta al expresidente por su relación con Castillo, pues a todos quedó claro el vínculo de Sagasti con el burro a través de Mirtha Vásquez, su engreída antiminera:




















Por otro lado, Sagasti es justo con las declaraciones de Boluarte sobre la diferencia entre el "mando operativo" y ser el "jefe supremo de las FFAA":




















En esta parte atrapan a Sagasti. Señalan un cambio de opinión sobre la responsabilidad de Boluarte en las muertes ocurridas durante las protestas. La oposición caviar, al igual que hizo con Fujimori, necesita sembrar la idea de que Dina tenía control y conocimiento de todo, y que si murió gente en la represión de la violencia, fue porque ella ordenó matar. La narrativa de una "Dina dictadora" es indispensable para encarcelarla de por vida:




















Como se ha visto en los últimos años, mantener a Fujimori en la cárcel ha sido uno de los grandes activos caviares en períodos electorales o cuando se necesita inclinar la balanza política en la opinión pública. Para los caviares, existe la oportunidad de hacer lo mismo con Dina para estar vigentes durante varios años más. Dina es relativamente joven. Podría pasar hasta unas tres o cuatro décadas en prisión, siempre y cuando los caviares logren atraparla judicialmente en sus cortes.

jueves, 10 de agosto de 2023

La tragedia ecuatoriana

Habría que recordar que el asesinato del candidato presidencial ecuatoriano Fernando Villavicencio se da en el contexto de un adelanto de elecciones bajo la modalidad legal de la "muerte cruzada" (o, en peruano, "nos vamos todos", ejecutivo y legislativo) activada por el presidente Lasso en mayo pasado. Vale la pena recordarlo, porque por aquí la izquierda peruana y ese supuesto "centro", ahora liderado por Sagasti, nos quieren hacer creer que la solución a nuestros problemas se encuentra en convocar unas nuevas elecciones generales lo más pronto posible. Son tonterías, por supuesto. Recomponer nuestro país será un proceso largo y la ruta es la de siempre: sentarse a hacer política, conversar, negociar y ceder. Los apurados quieren ganar en río revuelto, pero podrían empeorar las cosas.

Si el trabajo de los políticos fuera tramitar en automático todo lo que desea la mayoría, entonces sería mejor que no existieran gobierno, tecnocracia, expertos, meritocracia ni derechos humanos. Dejemos de engañar a la gente con caprichosas formas de definir la “representación".

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