Cuando el semáforo cambia a rojo a veces puede verse al (o a la) policía ordenar a los autos detenerse con el silbato y las manos. Cuando cambia a verde hace exactamente lo contrario. Por qué actuaría un representante de la autoridad esa redundancia, pues no lo sé. ¿Quizás porque la autoridad simbólica del semáforo no es suficiente? Posiblemente. ¿Será una vacuna frente a un potencial foco de anomia social? También.
Con esa imagen en mente no puedo evitar pensar que lo mismo sucede en los debates electorales de dos contrincantes tal cual los conocemos. El moderador es como el policía. El cronómetro es su semáforo. Se elige un tema y luego hay cinco minutos para uno, cinco minutos para el otro. El cronómetro marca, ordena. Y el moderador canta lo que dice el aparato. ¿Resultado? Un debate que no es debate, sino la simulación de una conversación, tal cual la sería entre dos entes paporreteros. Con esa dinámica el moderador podría ser cualquiera, alguien inteligente o estúpido, alguien divertido o aburrido, alguien previsible o agudo. Es obvio: solo hay que apretar un botón, esperar cinco minutos, decir cuándo se llegó a los cinco minutos y repetir el ejercicio. Un niño puede hacer eso.
En vez de la simulación humana de un reloj de arena, entonces, sería deseable que se convocara verdaderamente a un moderador. Alguien que proponga los temas con las esperables dosis de interés y controversia, alguien que no sea tan pavo de cortar una respuesta solo porque el participante se pasó unos segundos o un minuto o dos minutos del tiempo "reglamentario", alguien que sepa medir la temperatura de las intervenciones de modo que admita la posibilidad de una réplica no estipulada por las normas, alguien que pueda imaginar una pregunta incisiva nacida al calor de lo dicho, alguien que deje que en el debate se pueda conversar hasta que, si la fiebre excede ciertos límites, pueda, por supuesto, actuar como un referí de ring de box separando a los contrincantes.
Eso es un moderador.
Lamentablemente tendremos en el debate del 27 - es de sospechar- nuevamente al maniquí, a la máquina, al voz de zombi, al aprietabotón, al bobo, al aburrido. Es por eso que dicen que un debate no influye en nada. ¿Quién quiere ver una seguidilla de clichés exclamados con voz de piquichón si no hay alguien que pique a los gallos? Es como ver al policía haciendo lo mismo que el semáforo, un remedo, una rutina que ya sabemos cómo va a terminar.
No creo que un debate más libre y espontáneo sea de temer por las candidatas que se van a enfrentar. Las dos, Flores y Villarán, parecen suficientemente convencidas de eso que se llama buena fe.
Pero encontrar al moderador que imagino sí que podría ser difícil. No se me ocurre ninguno. ¿Bayly? No frieguen. Ningún periodista a estas alturas podría ser moderador de nada. Casi todos han asumido sus bandos.
Acabo de ver un debate que me ha entusiasmado y que me motivó escribir el post. Es uno entre Richard Dawkins (ateo) y John Lennox (teólogo). ¿Y quién fue el moderador? Un juez. No es mala idea.