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martes, 10 de diciembre de 2019

La vida sexual de Catherine M.

La fama de La vida sexual de Catherine M. —al menos la que llegó hasta mí— es doble. En Francia, el libro generó un gran escándalo por su franqueza en la descripción de intimidades sexuales, lo cual era inédito en un libro serio de una autora seria. Sin embargo, el escándalo fue aún mayor cuando aquellos que se animaron a leerlo hasta el final descubrieron que era sumamente árido. Creo que ambas famas son justas.

Según veo en mi diario de lecturas, me ha llevado un año entero acabar el libro (suelo leer varias cosas a la vez). Un año entero para apenas 220 páginas. La culpa la tiene, en parte, Catherine Millet, la autora, y, en parte, yo. He ido lento porque quería leer con atención. Se nota rápidamente que La vida sexual de Catherine M. no es un libro de confesiones llenas de morbo, sino de autoanálisis. Además, he tardado mucho porque he leído una versión en inglés. Me costó avanzar con la traducción de Adriana Hunter. Hay una versión en castellano de Anagrama, pero no la conseguí ni la abrí en ningún momento.

Cuando el libro salió a la venta se publicitó como un libro de "memorias", lo que explica en gran medida su enorme éxito de ventas. Sin embargo, creo que es problemático etiquetarlo de esa manera. Está narrado en primera persona, pero es difícil determinar si lo que se cuenta es verdadero o imaginario. Si nos atenemos estrictamente al texto, la "Catherine M." del título no necesariamente es la misma persona que la famosa crítica de arte francesa Catherine Millet, aunque ambas compartan el mismo nombre. Este desdoblamiento tiene el propósito de ficcionalizar a la protagonista, además de ser un guiño a otra famosa obra erótica francesa, Historia de O de 1954.

Pero eso no es todo. La "M" del título posee connotaciones que pueden interpretarse en la misma dirección. Por ejemplo, en un pasaje la narradora comenta que muchas de las imágenes que relata son completamente inventadas. Además, menciona que el título del libro se le ocurrió a raíz del contraste que veía entre sus intensos orgasmos en solitario y los experimentados en grupo. La "M" de lo masturbatorio parece señalar hacia un mundo de fantasía.

Pero tal vez eso no sea relevante. La ambigüedad de lo vivido, ya sea real o ficticio, se resuelve de manera positiva en el universo psicoanalítico, que es el enfoque principal del libro. En La vida sexual de Catherine M., los eventos que suceden son menos importantes que su significado. Apoyándose en el psicoanálisis, lo que se escribe es una larga introspección en torno al sexo, que va dejando tras de sí un mapa semántico, así como una retórica. Tomando como base el magma de la experiencia sexual de la autora, se encuentran en lo narrado abundantes correspondencias, oposiciones y paralelismos. Es crítica literaria aplicada a uno mismo. En la confesión reside la esperanza de que la biografía sexual posea algún tipo de coherencia textual, quizás una teoría. Es por eso que la lectura del libro es tan árida y lenta, y que tan pronto como encontramos un hilo narrativo mínimo, somos lanzados rápidamente hacia la digresión, la asociación libre y la abstracción.

El libro está dividido en cuatro grandes capítulos titulados: “Números”, “Espacio”, “Espacios confinados” y “Detalles”. Remiten, como si fueran géneros vivenciales, a hábitos en el comportamiento sexual de la narradora. El más importante es el primero porque describe la característica principal de su personaje: lo plural. En efecto, Catherine M. es una asidua participante de sesiones de sexo colectivo, en las que se puede abandonar sin escrúpulos al deseo. A la par que su cuerpo es amado (o usado) sucesivamente por varios hombres, la objetivización le permite tomar distancia para pensar en lo que hace. Sin tal disociación no habría reflexión. Lo gráfico y minucioso de estas “notas” —así las llama ella— no configuran pornografía (aunque eso quizá dependa de la susceptibilidad de quien lea), es simplemente un discurso descriptivo.

En la sección titulada “Espacio” se describen experiencias sexuales al aire libre. Se explora con cierto detalle la oposición entre lo bucólico y lo urbano. Dado que la mayoría de las experiencias sexuales de Catherine han sido masturbatorias, la cópula en un espacio abierto le sugiere una suerte de escape y un adentrarse en el mundo. La sección "Espacios confinados” concentra la mirada. Catherine explora el sexo en lugares bajo techo, como los del lugar de trabajo, donde lo público puede mezclarse con lo privado. Además, señala que los espacios confinados tienen límites que se imponen no tanto por la moralidad sino por la superstición. Por ejemplo, tener relaciones sexuales con otra persona en la habitación que se comparte con el conviviente sería para ella una transgresión.

En la parte final del libro, titulada "Detalles", se exploran temas como la felación, la naturaleza de la exhibición a través de la escritura y la observación de la propia imagen en video. Catherine descubre que, al observarse a sí misma, es completamente inexpresiva y neutral como pareja sexual. 

Es claro que aquellos que busquen erotismo no encontrarán mucho en este libro. Lo que hay es descripciones sin pudor del sexo y sus muchas veces contradictorias resonancias, todas muy bien escritas e inteligentes, aunque también un tanto ensimismadas. Catherine no tiene en su narración a ningún lector específico en mente, ya que tanto el placer como la escritura son búsquedas radicalmente solitarias.

Aunque el libro es de 2001, es imposible sustraerse a la discusión posfeminista reciente. Habría que recordar que Catherine Millet, la autora de carne y hueso, firmó en 2018 una carta pública en Francia, junto a otros personajes importantes como Catherine Deneuve, en la que expresaba su franca oposición al feminismo moralista totalitario que estaba convirtiendo a la mujer en una víctima constante del hombre. La vida sexual de Catherine M. no entra en conflicto con esta postura. La narradora es una libertina alejada del masoquismo y el sadismo, pero nunca descarta la posibilidad de ser maltratada o violentada en medio del frenesí sexual. Jamás sufre maltrato alguno, pero el libro contiene un episodio perturbador de cuando la narradora era una niña. Catherine no justifica el evento, por supuesto, pero tampoco lo moraliza. En el recuerdo infantil, lo erótico y lo prohibido están unidos.

La vida sexual de Catherine M. no es recomendable para aquellos que busquen un erotismo ardiente, pero sí para aquellos que encuentren atractivas la reflexión minuciosa o la imaginación psicoanalítica como catalizadores de sus propias ideas. No es un libro sencillo, pero si el displacer, como dice Catherine, provoca una mayor concentración al distraer del deseo, de este tedio en particular puede surgir mucha creatividad. Hay una secuela del 2009 que no tengo intención de leer en el futuro cercano titulada Celos.

3/5


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