El caso Jimmy Kimmel es realmente de nicho, porque por aquí en Perú solo cuatro gatos siguen a los conductores del late night americano. Pero podría ser ilustrativo de los tiempos que corren.
Como saben, el comediante Kimmel fue despedido de ABC (Disney) porque, en su programa nocturno, afirmó que el asesino del influencer político Charlie Kirk provenía de las derechas de MAGA, cuando lo cierto —todas las evidencias apuntan a ello— es lo contrario. El asesino tenía, y sigue teniendo, una agenda política de izquierdas. Las afirmaciones de Kimmel provocaron una enorme ola de críticas desde las derechas gringas.
La pregunta de fondo es si el error de Kimmel fue de buena fe o si deliberadamente desinformó en señal abierta a su público, alimentando así la maquinaria de propaganda de las izquierdas. Según el New York Times, el comediante tenía planeado abordar las críticas que le llovieron, pero no pudo porque antes fue despedido. Como creo que Kimmel está enchufado a las noticias todo el día, me cuesta creer que no supiera por dónde iban los sentimientos ideológicos del asesino de Kirk. Si un comunicador miente deliberadamente a su audiencia, claramente hay dolo en la acción y merece un despido.
Ahora bien, también según el New York Times, Disney se habría curado en salud con el despido, pues la administración Trump estaba dispuesta a presionar a la compañía. No es novedad que Trump, desde hace tiempo, deseaba a Kimmel fuera de la TV por ser uno de sus mayores críticos (dicho sea de paso, Stephen Colbert, otro crítico de Trump, anunció no hace mucho que su programa en CBS solo durará unos meses más). Increíblemente, en lugar del cancelado Kimmel, ABC programará ahora un homenaje a Charlie Kirk. De locos.
Por supuesto, las izquierdas gringas están reclamando que el trumpismo en el poder está pisoteando la libertad de expresión. Denuncian una cultura de la cancelación desde las trincheras MAGA que, aunque probable, no deja de ser un reclamo hipócrita después de que estas mismas izquierdas se han refocilado por años en la cultura de la cancelación woke.
Con todo, el caso es complejo, porque también es verdad que la televisión abierta corporativa cada vez tiene menos espectadores. A Kimmel y a Colbert solo los ven veteranos o viejitos carcamanes que sienten cierta nostalgia por aquellas épocas verdaderamente masivas del late night de Johnny Carson o Jay Leno. Peor aún, estos avejentados espectadores lo son únicamente del lado izquierdo de las cosas, porque este late night en particular ya no es solo comedia blanca neutral y apolítica (como era la de Carson), sino que se ha convertido en un vehículo de opinión partidaria.
Hoy, la gente, sobre todo la más joven, anda enchufada a los podcasts y al streaming de YouTube o TikTok. Es más, el propio Charlie Kirk era síntoma de esa nueva demografía del entretenimiento. Gracias a sus habilidades de comunicador en redes y a sus giras en escenarios reales, Kirk logró inspirar a una nueva derecha joven que posibilitó la reelección de Trump.
Como bien dicen las derechas liberales más centradas, en EE. UU. la expresión es libre, pero nadie está libre de sus consecuencias. Sí, te pueden despedir por tus opiniones (por ejemplo, por celebrar un asesinato siendo profesor de primaria), pero no vas a ir preso por ello.
Ese es el juego en el que está la influencer periodística Candace Owens, quien, amparándose en una idea extrema de la libertad de expresión, jura y rejura en sus propios canales en redes (la mujer tiene millones de seguidores y es una maquinita de hacer dinero) que Brigitte Macron nació hombre. Owens está siendo demandada por difamación por el propio Emmanuel Macron (el presidente de Francia, nada menos), y no vemos a las izquierdas hiperventilándose por ver a una periodista perseguida judicialmente. Es que todos tienen claro que eres libre de pensar lo que quieras, pero no eres libre de mentir. Gran diferencia. Aplica a Owens y aplica a Kimmel.