No sé ni me interesa saber una definición científica del multitasking. Dentro de mi horizonte de usuario común entiendo que el multitasking halla su realización cuando se hacen varias cosas al mismo tiempo usando una máquina. Si, por ejemplo, fuese yo un diseñador o retocador de fotos, en la computadora tendría para empezar el programa adecuado abierto (Corel o Photoshop). Esa sería mi tarea principal e ineludible. Pero, además, tendría un programa abierto para acompañarme con música. Pero, además, mi casilla de correo electrónico recibiendo siempre mensajes. Pero, además, un chat para comunicarme con otros seres humanos. Y, además, un browser para ver las noticias de mi diario favorito en algún momento muerto.
Un browser multiplica las posibilidades de emprender otras actividades: ver videos, jugar solitarios, enredarse en una encuesta divertida en una red social. El multitasking acumula actividades y, en apariencia, nos hace ser más activos y productivos. Pero también acumula actividades que, a su vez, alargan la distancia entre el último task realizado y la tarea original.
El multitasking es posible porque las máquinas son cada vez más poderosas. El usuario común y corriente no suele tomar esto muy en cuenta. Es como si tuviera un helicóptero para ir a una bodega a diez cuadras. Con un helicóptero llegará a destino casi al instante, evidentemente, pero ya que posee una máquina de gran velocidad no lo pensará dos veces para visitar a un amigo a cinco kilómetros de distancia. Y luego a su madre a diez. También pensará que no estaría nada mal un paseo por la costa para ver el mar. Hay algo en la aceleración de nuestras actividades que distorsiona nuestra sensación del tiempo y nos hace creer que podemos meter en el mismo lapso más eventos sin vernos afectados (dicho sea de paso, son contados los individuos que de verdad necesitan un helicóptero)
El iPad no es una máquina poderosa. Al contrario, parece diseñada para hacer prácticamente una sola cosa a la vez. Saltar de actividad en actividad es un proceso oneroso, no a un click de distancia, sino a varios (siendo el primero el casi primitivo botón de home que nos lleva al listado de aplicaciones) con el gesto adicional de acomodar la pantalla según lo que pretendemos hacer. Todo va más lento. Lo que con la computadora era, metafóricamente hablando, un paseo neurótico por una ciudad, con la agenda llena de sitios para visitar, con el iPad el trote es más bien pueblerino, provincial. Su tour sistémico exige que nos detengamos en cada actividad con calma y plena atención. En ese tour no hay autos, todo es a pie. Pero lo que desde un punto de vista es una limitación, desde otro es un sosiego que nos devuelve los cinco sentidos y nos hace pensar mejor.
Desde que uso el iPad casi no entro al Facebook. Su aplicación es tan desastrosa que ni siquiera permite que el chat cargue. No hay quejas. Ahora leo mucho más.