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martes, 4 de octubre de 2022

"Velocidad de los jardines” de Eloy Tizón

Según la presentación de la excelente editorial Páginas de Espuma, Velocidad de los jardines de Eloy Tizón (1964) es uno de los mejores libros españoles de cuentos de los últimos veinticinco años. Me dejé seducir por la publicidad y decidí lanzarme a su lectura. 

Las primeras páginas de esta reedición conmemorativa son muy prometedoras. Tizón nos presenta un magnífico prólogo autobiográfico titulado "Zoótropo", en el que relata su formación como escritor a principios de los años ochenta y sus esfuerzos por encontrar su propia voz. El zoótropo no es un animal, sino un pequeño aparato óptico que surgió cuando el cine estaba en pañales. Este aparato funciona como una metáfora de la ficción según la concepción de Tizón: un arte de la memoria, del efecto del tiempo en la subjetividad.

El prólogo resulta bastante peculiar porque está escrito en segunda persona, tanto en singular como en plural. Esta forma de escritura busca crear una suerte de prosa íntima y emotiva. En este prólogo, Tizón se pregunta si acaso lo que escribe son cuentos, "anticuentos" o "poemas en prosa", poniendo en duda el género en el que se enmarca su libro. Para el autor, lo central no está en los eventos que se narran, sino en las marcas e impresiones que deja lo narrado. La prosa madura del prólogo no es exactamente la misma que la del libro, que Tizón publicó en 1992, cuando tenía veintiocho años.

Al descartar el camino de las narraciones convencionales, el libro presenta sobre todo una sensibilidad. Tizón como narrador es profundamente nostálgico, alguien que en plena juventud se siente viejo escribiendo su "primer último libro". El relato que da título al volumen aparece al final, pero sirve como entrada al universo de Tizón. Se trata del recuerdo fragmentado de la educación secundaria de un narrador adulto a los dieciséis años. La narración pasa revista a los amigos, profesores, exámenes, cursos, manías, amores y sorpresas. Abundan las enumeraciones. Aparece una sugerencia de un hilo narrativo con la evocación de Olivia Reyes, la chica más bella del salón, pero es solo un pretexto para un exquisito despliegue de nostalgia sentimental. El lenguaje no es juvenil: es cuidado, literario, denso, muy meditado. La "velocidad" del título es una clara referencia al cruel paso del tiempo y "los jardines", sospecho, una metáfora de los huertos cerrados de una adolescencia feliz, pero sobreprotegida.

Tizón explora terrenos emocionales similares en los relatos "La vida intermitente” y "Familia, desierto, teatro, casa”. En el primero, dos adolescentes buscan el amor mientras enfrentan la muerte, mientras que en el segundo, se presenta una historia de amor entre estudiantes de secundaria que incluye guiños al relato fantástico de horror. En ambos cuentos, los narradores miran constantemente hacia atrás en el tiempo, redescubren un pasado que consideran una "vida perfecta", y convierten la adolescencia en una etapa muy significativa, a pesar de su trivialidad.

En el libro hay textos escurridizos —acaso mucho más literarios— como el homenaje a Nabokov en “Carta a Nabokov”, un relato escrito en segunda persona. Otro ejemplo es “Escenas en un picnic”, con aires decadentistas, donde un sensible adolescente se despide de su hermana, probablemente inspirado por el tema incestuoso de “El sonido y la furia” de William Faulkner. Estos textos son tan preciosistas van más allá de ser simples ejercicios de estilo, y se convierten en paradas necesarias que completan el universo literario del autor. 

"En cualquier lugar del Atlas" es el relato más convencional y conectado con la actualidad de su época. Trata sobre migrantes y refugiados en Madrid, combinando elementos del relato de detectives —los personajes principales buscan desesperadamente a una joven polaca desaparecida— con un toque de fantasía extravagante. En mi opinión, es el relato más sólidamente construido desde un punto de vista narrativo. Sin embargo, para Tizón, el mejor relato es "Villa Borghese" (tal como lo expresa en el prólogo), una historia con un clima mórbido que describe el encuentro entre un músico español y una joven madre desquiciada en el gran parque romano, como si fueran personajes de la película italiana homónima de los años cincuenta.

En Velocidad de los jardines, Tizón cultiva, sobre todo, la belleza, aun a costa de sacrificar lo narrativo en algunas ocasiones. Algunos podrían clasificarlo como un libro lírico. No estarían equivocados.


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