Pedro Cateriano, el autor de El caso García, fue testigo privilegiado de ese proceso. Muy joven y como diputado por el Movimiento Libertad, formó parte de la comisión en la cámara baja que investigó el supuesto enriquecimiento ilícito del ex-presidente. El trabajo se inició apenas entró en funciones el parlamento en 1990. También formaron parte de la comisión Fernando Olivera, Fausto Alvarado y una acuciosa Lourdes Flores (hoy investigada por corrupción), entre otros.
Una confesión. En el 2006 voté por García convencido de que el Ollanta Humala con polo rojo estaba decidido a importar el socialismo del s. XXI a tierras peruanas. Para ese entonces el aprista era otro: no el estatizador con tanques de la banca de 1987, sino el promotor del libre mercado y el pechador de Chávez. No me arrepiento, claro, porque no creo en el voto en blanco. Sin embargo, una de las cosas que logra Pedro Cateriano con El caso García es que las consideraciones ideológicas queden en muy segundo plano. Para la corrupción no hay izquierdas ni derechas. Basta conocer los puntos ciegos de las reglas de juego del estado, sea cual sea el “modelo”.
El libro no es precisamente una crónica. No en el sentido genérico de forzar el lenguaje para incitar emociones o generar suspenso. Eso es bueno. No se pretende responder quién fue García, sino qué hizo. No hay perfiles psicológicos. Tampoco hay mayores calificativos. Al contrario, hay elogios. Elogios a su diabólica manera de defenderse hablando por largos minutos sin titubear, a contradecirse sin que se le mueva un pelo, a hacer pasar la mentira por verdad (hay un pasaje notable del libro donde se transcribe, hoja tras hoja, verbatim, la delirante y única declaración que dio a la comisión). Más que de crónica, entonces, en El caso García hay ánimo de historiografía, interés por el detalle, exposición clara de enormes cantidades de información. A veces, para los toques de color, se reconstruyen algunos diálogos. Pero son pocos.
Son dos los casos más importantes en el libro: el caso BCCI y el de los aviones Mirage. Para los que crecimos en los ochentas, ambos están a medio camino entre la realidad y la mitología. Pero Cateriano se esfuerza por separar lo fáctico de lo difuso. Tal como ahora, el humo del juicio mediático hacía sospechar de lo obvio hasta al ojo más entrenado. Es por eso que, además de desentrañar hilos políticos, Cateriano también recuerda el comportamiento de la prensa de ese entonces. Queda muy bien parado el Oiga de Paco Igartua. No muy bien Caretas o César Hildebrandt (entre otros).
Fue difícil, sin embargo, pastorear hacia el escepticismo a una opinión pública siempre convencida de la culpabilidad de García. No haré el esfuerzo inútil de resumir pormenorizadamente los casos, pero valgan unos pincelazos. En el del Bank of Credit and Commerce International (BCCI), se sospechaba que García desvió reservas peruanas del Banco Central al banco favorito de personajes como Adnan Khasoggi, Ferdinand Marcos, la familia Duvalier y Manuel Antonio Noriega. Tal era el poder de García en esos tiempos y la poca independencia del manejo monetario peruano. El BCCI terminó a la larga involucrado en masivas operaciones de blanqueo de dinero y solo así se entiende cómo un banco pudiese atreverse a darle crédito al Perú, convertido ya en un paria de la comunidad financiera por el propio García.
El caso de los Mirages es quizá más espectacular, aunque sumamente complejo. Una compra de veintiséis aviones Mirage al gobierno francés iniciada en el segundo gobierno de Fernando Belaúnde se redujo a doce por órdenes de García. La reducción no estuvo respaldada por ningún informe técnico. Y es aquí donde el caso se vuelve un acto de desaparición. ¿A dónde fueron a parar los otros catorce aviones? Por contrato, el gobierno peruano no podía revender absolutamente nada si no era con consentimiento expreso del francés. Entonces, ¿qué pasó? Según se comenta en el libro, seguir las pistas de compraventas de armamentos es casi imposible por el nivel de secretismo que existe a todo nivel. Pero la participación directa de García y de sus hombres de confianza, quienes viajaron hasta París para una extraña renegociación, levantaron todas las cejas. La intriga internacional, que hace escala en un yate de lujo acoderado en las aguas del Nilo propiedad del libanés Abderramán El Assir, célebre comerciante de armas que también había visitado Palacio, es digna de Bond.
Como se ve, El caso García, como título, es apenas sinécdoque de una multiplicidad de indicios de corrupción. No deberíamos sorprendernos al recordar, entonces, que en setiembre de 1991 la comisión terminó acusando al ex-presidente por los delitos de enriquecimiento ilícito y contra la fe pública entre los años 1978 y 1990. En esos doce años, García se desempeñó como miembro de la Asamblea Constituyente, diputado y presidente. En efecto, los extraños movimientos de dinero y propiedades de García empezaron desde los setentas.
Con todo, al gran rompecabezas de El caso García le falta una pieza: la prueba incontrovertible. Ese vacío es del que se han valido los defensores del ex-presidente para desprestigiar lo que ellos han considerado un castillo de naipes de persecución y venganza. Lo más cercano a rastros tangibles de enriquecimiento son los célebres informes financieros norteamericanos Larc y Kroll que, hasta hoy, son objeto de burla por el aprismo. Sin embargo, Cateriano presenta un buen caso de defensa de ambos, cuyos contenidos nunca fueron contradichos. La mala fama de Larc y Kroll se explica por la astucia de la costosísima representación legal que tuvo García en los Estados Unidos a inicios de los noventas, ella misma una señal obvia de unas finanzas que no cuadraban. Frente a ella, una comisión con pocos recursos siempre estuvo uno o dos pasos detrás.
Sin embargo, el reino de las pruebas siempre le perteneció a la Corte Suprema y no al Parlamento, como legalmente corresponde a estos casos de impeachment peruano. Pero ánimo para hurgar en él nunca hubo. Una vez aprobada la acusación constitucional en la cámara de senadores, el Fiscal de la Nación formalizó la denuncia ante la Corte excluyendo increíblemente los casos BCCI y Mirage. A finales de 1991, un oscuro vocal vinculado al Apra archivó el expediente con el desternillante argumento de que “la sospecha no configura delito”. García celebró.
El caso García se remata con un caso que Cateriano no investigó directamente: el escándalo de las coimas del tren eléctrico que saltó a la luz pública en 1993. Es un repaso rápido, no solo porque es un caso más simple, sino porque en comparación a lo anterior parece solo una raya más sobre el tigre. En vida, García siempre pudo eludir la justicia, pero nunca fue declarado inocente. Si eso pesará en el juicio que se haga de él en la historia futura, dependerá de cada quien. Pero tan larga carrera política marcada por sospechas invita a concluir lo mismo que dijo el diputado de Izquierda Unida Ricardo Letts en memorable intervención parlamentaria que este libro cita: “no es que García se corrompió en el poder: llegó corrupto”