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sábado, 26 de octubre de 2019

Escuchando a Los Prisioneros más de 30 años después

Ahora que “El baile de los que sobran” de Los Prisioneros ha cobrado nueva vida por las manifestaciones masivas en Santiago y otras ciudades chilenas, no me ha parecido mala idea recordar qué significó para mí la banda allá en los grises años ochentas peruanos.  

Mis recuerdos son algo desordenados. Si fuese crítico musical iría disciplinadamente en orden cronológico empezando con el primer disco La voz de los ’80. Pero en mi radar adolescente Los Prisioneros aparecieron con el himno “Por qué no se van”, hit del segundo disco llamado Pateando piedras, allá por 1986 o 1987. 

Recuerdo que “Por qué no se van” me pareció una de las mejores canciones que había escuchado en mi vida. El adolescente que era solía embobarse rápidamente con las novedades, sin duda, pero también es verdad que como hijo de los ochentas estaba familiarizado con el ránking anglosajón que masivamente se escuchaba en radios: Queen, Bowie, The Cure, Tears for Fears, Cars, etc. “Por qué no se van” era buena incluso en la comparación. Los Prisioneros no sonaban ni españoles ni argentinos. En algún momento creí que eran peruanos.

La cultura pop que cruza fronteras siempre pierde algo en la traducción. ¿Quiénes eran los que debían irse del “país” en esta canción? Recordemos que el Perú de 1987, eternamente incubado en crisis, comenzaba a resquebrajarse rumbo a su más grande debacle. Desde mi contexto, irse del país tenía sentido como una huida. Pero los Prisioneros hablaban de gente con la energía y el tiempo suficientes como para preocuparse por el cine arte, la cultura europea, las vanguardias. 

Yo era escolar, apenas había salido de la primaria. No entendía nada porque nada sabía del experimento económico chileno de inicios de los setentas. Lo que vivían los chilenos en 1987 se parecía y no se parecía al Perú. Su sociedad empezaba a hacer crack viviendo bajo dictadura, pero era de otro tipo. Bastaba ver la portada de Pateando piedras donde el trío aparece viajando en el transporte público. ¿Era un micro? No, era el metro. En Perú, los que se iban del país eran los que estaban muy mal. En Chile, los Prisioneros despedían a los que sospechosamente les iba demasiado bien.

¿Era realmente un grupo de protesta? Aquí empieza lo debatible. Porque estilísticamente los Prisioneros de Pateando piedras son ambiguos. Esta lectura es ya desde el presente observando a la distancia. La voz melodiosa de Jorge González, los ritmos y teclados a lo Depeche Mode, y las armonías más cercanas a lo beatle que al punk simplón, eran parte de la receta pop juvenil muy comercial del momento. Lo raro eran las letras, que generaban una disonancia. Un new wave suave unido a lo cáustico formaban un híbrido muy inusual. Así que Los Prisioneros fueron quizá de protesta solo a medias, definitivamente no como Los Violadores, otra banda (de Argentina) que sonaba fuerte en ese entonces y cuyo sonido era honestamente punk. Los Prisioneros preferían ir por una diagonal. González, el genio detrás, era un Lennon latinoamericano.

Por supuesto, mucha gente asume la ironía social de González como una música de protesta muy contextualizada, muy anti-pinochet (aunque no se lo mencionara nunca), lo que está muy bien. No voy a contradecirlos. “El baile de los que sobran” es sin duda lo más cercano a una canción de protesta. Pero prefiero ver en los intersticios. “Muevan las industrias” podría ser el soundtrack del programa de sustitución de importaciones de la Cepal, cierto, pero también era la pesadilla de un chiquillo solitario absorbido hacia “la máquina” entre obreros desempleados que merodean muy amenazantes por la ciudad. “Quieren dinero” es una sátira del capitalismo y a la vez describe la angustia del adolescente que no quiere crecer para no tener que competir. 

“Por qué los ricos” fue siempre mi canción favorita de ese discazo que es Pateando piedras. Parece también de protesta, pero es sobre todo una canción de desorientación y perplejidad. No hay nada programático en ella, y tan es así que la conclusión de la voz adolescente es que los ricos son tan imbéciles como los pobres y que al final quizá todo “le dé igual”. Por eso creo que el éxito de Los Prisioneros se explica mejor porque la ironía, el nihilismo y la misantropía (¿hay que recodar lo misógina que es "Una mujer que no llame la atención"?) son sentimientos muy adolescentes y urbanos. Hay más subjetividad que realismo objetivo y política, más individualidad que colectividad y utopía. Como para redondear la idea, en ese mismo disco, un clásico sin duda, hay además canciones como “Estar solo” (teen angst puro) o “Por favor” (de un romance que va mal). 

Finalmente, cabría también discutir si las canciones de Pateando piedras (una versión escolar de la frase adulta “pateando latas”) son para cambiar el sistema o un grito desesperado por ingresar en él. Yo hasta ahora no lo sé. Ni tampoco sé dónde anda el cassette que compré y escuché una y otra vez allá en los ochentas. 

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