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martes, 22 de octubre de 2019

¿Qué hacemos con Verónika Mendoza?

En realidad, no hay mucho que hacer. A veces veo a los amigos de la derecha o la centro-derecha demasiado preocupados por lo que hace o no hace Verónika Mendoza. Su alianza con Vladimir Cerrón —izquierdista cavernario, condenado por corrupción, admirador de Putin, además de xenófobo y homofóbico— pareciera que los terminó de convencer de que Mendoza es, al fin y al cabo, una política. 

Quizá la sorpresa se deba a que Vero es una líder carismática. No cae mal. A veces habla del amor. Su empatía con los más desfavorecidos, sobre todo los andinos, suena auténtica. Pero también es verdad que trastabillea cuando se le pregunta por Cuba, o Chávez, o qué tan comunista es su socialismo (le costó mucho reconocer que lo de Maduro no era tan democrático). Ha sido clara, en cambio, en denunciar el neoliberalismo y la globalización. De tener el poder suficiente cambiaría la constitución, sobre todo el capítulo económico. Para ella, todos los males peruanos provienen de la economía de libre mercado consagrada en la constitución.

Por el tema económico, muchos de los amigos de la derecha o la centro-derecha piensan que Mendoza, a pesar de ser joven, no es una buena representante de la izquierda moderna. Pero no lo creo. En economía Mendoza no se diferencia en nada de mucha de la nueva izquierda joven hispanoamericana. Además, Vero está en línea con los nuevos valores culturales de esta izquierda: respeto por las minorías, énfasis en lo identitario, importancia de la dignidad. Huelga decir que no tiene un pelo de xenofóbica ni homofóbica como su socio Vladimir Cerrón. Así que parte de la izquierda moderna es.

¿Qué tantas opciones tiene de ser presidenta? Esa es una pregunta difícil. Yo creo que no tiene ninguna. Ni en el corto ni en el mediano plazo, menos quizá por su alianza con Cerrón. Pero Venezuela, y ahora Chile, son dos elementos que hacen del tablero político peruano algo impredecible. 

La masiva migración venezolana, más allá del tema humanitario, ha sido una pésima publicidad para el socialismo del s. XXI de Maduro. Aunque los amigos venezolanos han sido bien recibidos en Perú, cada uno de ellos es la historia de una tragedia. 

Pero del otro lado está la explosión social chilena reciente, cuya narrativa ha creado y capturado la izquierda para sí: toda la conmoción se debe al agotamiento de un modelo neoliberal inhumano y explotador, se dice. El capitalismo global está en entredicho. 

Cada uno de estos fenómenos sociales es un cautionary tale de dos modelos extremos en pugna. Algunos dirán que es injusto poner en la misma balanza ambos fenómenos (yo mismo creo que es muy injusto y errado). Pero los imaginarios tienen vida propia, no siempre atados a la realidad. El Perú ha sido por casi treinta años consistentemente un país conservador, inclinado hacia la derecha económicamente, y no parece que vaya a cambiar. Sin embargo, si los amigos de la derecha o la centro-derecha no tienen buenos argumentos para seguir defendiendo el modelo, si no ofrecen nada nuevo más que seguir de frente por la misma carretera a la chilena, una radicalización de Mendoza podría traer sorpresas. Espero que no.

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