La vi y, aunque terminé con un ligero dolor de cabeza y los ojos sensibles, la ilusión el 3D por momentos era sorprendente. Pero no siempre y no con todas las escenas. Esos momentos de duda hacen que uno termine por conceder que el 2D es suficiente ilusión después de todo. A la tecnología del 3D le falta ajustar algunas tuercas: tener una pantalla más clara (probablemente asuntos del Cineplanet) y evadir ese raro efecto óptico que vuelve risibles algunas perspectivas. También es curioso que las pantallas 2D dentro de la ficción se perciban como 3D para el espectador.
¿Por qué insisto tanto en el 3D? Porque Avatar es todo acerca de la tecnología. La historia de la defensa del planeta Pandora a cargo de sus criaturas nativas frente a la amenaza de terrícolas-alienígenas es tan inocente, tan bienintencionada y conocida que funciona como mero vehículo para el 3D.
La película se propone a sí misma como un espectáculo novísimo, como lo fue la primera proyección de los Lumiere, el stop-motion de King Kong (1933), la voz en El cantante de jazz, el technicolor de Blanca Nieves, las naves de Star Wars y, finalmente, y la inspiración mayor de Cameron, el esquizo Gollum de El señor de los anillos. No por nada la gente aplaudió anoche al final de la proyección: seguramente así se aplaudió en Lima cuando el cine llegó por primera vez. Pero introducir una novedad de casi tres horas es todo un riesgo. La historia no podía ser entonces avant-garde.
Pero sí sorprende que sea conservadora y hasta un retroceso para lo que Cameron antes había imaginado. Cameron había imaginado en Terminator I y II cómo la máquina simulaba al humano -y lo superaba- a la par que un humano -Sarah Connor- se maquinizaba hallando en la ametralladora una extensión de su propio brazo. En The Abyss -hasta el momento la mejor película del canadiense y su mejor idea- criaturas alienígenas tenían ya conquistado el fondo marino terrestre controlando los mecanismos secretos de la naturaleza y transformándolos en biotecnología. Titanic es, en su historia central, la fábula de la vanidad humana derrotada por los elementos naturales; pero su coda es una renovada fe en la máquina y en que ni el agua ni el frío detienen al hombre en su curiosidad por saber y conocer.
En Avatar, en cambio, pareciera que volvemos al primer casillero, uno donde el humano es un ser ambicioso que merece ser castigado -¿por quién? ¿por la diosa de Pandora?- por querer aprovecharse de la naturaleza. Y eso a pesar de la premisa tan sugerente del "avatar", es decir, de la proyección de una psiquis humana en un cuerpo no humano.
Tal breakthrough tecnológico (y una estupenda metáfora de las posibilidades del hombre como una especie exploradora y creativa) pierde interés con el transcurrir de los minutos y completamente hacia el final. Porque la guerra entre los nativos y los humanos concluye con una humillante derrota para los últimos. Los malos pierden sin atenuantes. Si Cameron ve a los Na'vi como parte de la naturaleza (en ese sentido, "antihumanos"), uno debería preguntarse si que acaso son capaces de crear una cultura -o de ser algo distinto de ellos mismos- o si son simplemente "monos azules" como dice el representante de la corporación. En efecto, para Cameron parece que lo fueran también, seres azules en una comunidad inmutable, en un entorno perfecto en ideal "balance".
Sospecho que todo es deliberado. Una historia de postal, amigable y familiar hecha para no distraer a la gente del verdadero protagonista de la película: el 3D. Si Cameron evade todas las sutilezas del encuentro entre dos razas y busca ser tan profundo como Kung Fu Panda es para no poner en riesgo una estupenda diversión de $310 millones de dólares. Felizmente para la Fox, pocos negarán que "Avatar" lo es: las tres horas pasaron volando.