Ayer, una salida al cine a ver La letra escarlata de Wim Wenders (1972) con cierta expectativa en El Cinematógrafo. La experiencia fue torturante. Qué manera de echar a perder una novela. Reflexión instantánea: ¿puede una película tomarse licencias con la obra original, las que quiera? La serenidad dice que sí. Pero la rabia por una y hora y pico de sinsentidos dice que no. Wenders tuvo 25 años al filmar su Letra Escarlata en España (la locación que simuló Boston). Y parece que no comprendió ni una línea de la novela, ni siquiera argumentalmente. La rabia es siempre más fuerte que la serenidad. Y no está mal que sea así.
La relación que hay entre una película basada en una obra literaria –sus retroalimentaciones y sus tensiones-, son similares a las que existen, con mayor amplitud, entre la ficción y la realidad. Pero es una relación mucho más manejable porque, creo, una película y una novela son a la larga dos entes ordenados. La realidad no tiene orden, así que la ficción no se mete con ella en igualdad de condiciones: más bien, la violenta. Y en esa violencia hasta las personas más articuladas pierden la serenidad. O sea, la serenidad de saber que una ficción no tiene por qué guardarle fidelidad a la realidad.
Dos ejemplos estrenados no hace mucho en Lima: Fur y The Black Book. La falta de serenidad proviene las dos veces del New Yorker, pero por dos críticos distintos. Fur se basa en la vida de la fotógrafa Diane Arbus y su fascinación por los personajes extraños. La película se toma mucho tiempo en esta fascinación –que es una fascinación sin cámaras ni fotos- y narra el encuentro entre
In these goings on, there isn’t a trace of the Diane Arbus who was friends with many New York artists and intellectuals of the nineteen-fifties, who obsessively studied the work of August Sander and Walker Evans, who took classes from Berenice Abbott and Lisette Model, and who became a highly conscious, fully articulate teacher as well as a daring and even dangerous artist. This Arbus doesn’t have an idea in her head, though she sure is a fine lady. The movie is meant to be an erotically charged version of “Beauty and the Beast,” but it comes off as Mrs. Miniver Meets Chewbacca.
Es decir, a la película le faltó Historiar. ¿Es un mal argumento? Sí, pero también describe una reacción natural de la violencia de la ficción. Lo más probable es que Denby sólo haya conocido a
Ejemplo 2. The Black Book. La película está basada en hechos reales, pero está narrada como una gran aventura y sin ningún tic documentalista. Es la historia de una joven mujer judía unida a la resistencia holandesa durante la ocupación nazi. The Black Book es muy entretenida y, por más dramático que sea lo contado, divertida. Pero a Anthony Lane, crítico de cine, lo saca de quicio:
In
En una objeción que difícilmente se suele leer: el crítico le pide al director que le sea fiel al libro con el cual él –el crítico- conoce ese período de la historia. Es decir, le pide que sea un mago. Y sin embargo, su rabia está justificada: la ficción ha violentado su realidad.
Los seres humanos detestan la ficción que no guarda relación con su realidad. ¿Por qué? Es casi imposible decirlo -¿cuesta acaso demasiadas energías reordenar el mundo a cada rato?- pero lo cierto es que sucede. Después de años y años de decir que ficción e historia no se deben mezclar, hasta los más cultivados lo hacen. Pero no son metidas de pata de crítico. Al parecer, cada quien defiende sus territorios imaginarios diciendo: “tú no sabes lo que yo sé”.
(1) El director de Fur previó esta forma de interpretar su película y por eso la subtítulo An Imaginary Portrait of Diane Arbus. A pesar de ello, en este caso fue difícil que la ficción se saliera con la suya.