La preocupación por la verdad se ha incrementado notablemente en los últimos años, como si antes del surgimiento de las “fake news” la mentira no hubiese existido entre los seres humanos. Pero esto, claro, no es cierto: mentirosos y mentiras siempre han existido. Lo que sí es evidente es que las redes sociales han hecho que el ambiente informativo sea cada vez más irrespirable y que, en plataformas como Twitter, leamos más información falsa que verdadera en un día cualquiera.
Si bien no es novedad reconocer que la verdad está en crisis, sí lo es describir los detalles de esta crisis. El libro de Michiko Kakutani, La muerte de la verdad (2018) intenta precisamente eso: identificar algunas tendencias políticas y culturales que han provocado el desprecio por la noción de verdad, sobre todo en el contexto norteamericano. El libro está traducido al español, pero leí la versión original en inglés.
Durante muchos años, Kakutani fue una de las críticas literarias más importantes y temidas del New York Times. Se retiró de su puesto de comentarista literaria en 2017. La publicación de su libro tiene un gatillo muy específico: la presidencia de Donald Trump, que Kakutani considera el síntoma más grave de lo que llama el “asalto a la verdad”. En su examen de Trump, la autora señala los peores defectos del estilo del entonces presidente americano: verborrágico, bocón, propenso a poner apodos o lanzar insultos. Pero lo más nocivo era —y sigue siendo— su elástica noción de lo fáctico. Como Kakutani lo muestra, para Trump, la verdad ha dependido casi siempre de la conveniencia del momento o del enemigo político al que sus medias verdades o llanas mentiras se han dirigido. Si la democracia tiene uno de sus pilares en la verdad, Trump no solo es un simple mentiroso, sino que también representa una amenaza para la democracia.Si alguien se lo pregunta, el libro de Kakutani no está comprometido políticamente, es decir, no es un libro de izquierda. Permanece, digámoslo así, en el centro radical. Sin embargo, incluso para alguien de centro radical, la aparición del meteorito Trump en la escena política de EE.UU. debe haber sido un shock. Por lo tanto, Kakutani no es neutral. La urgencia de su estilo se acerca a la de un manifiesto, ya que intenta apretar el botón de alarma en un momento en que no había luz al final del túnel del trumpismo.
No obstante, más allá de expresar de manera clara su acusación principal, uno de los argumentos fundamentales de Kakutani es que el fenómeno Trump es parte de una larga tendencia de deterioro en el aprecio por la verdad en la cultura estadounidense. Según Kakutani, la aparente muerte de la verdad no es solo responsabilidad de la extrema derecha y el partido republicano. La verdad ha sido objeto de variados y sostenidos ataques a lo largo del tiempo. Algunos de ellos se remontan a las guerras culturales de los sesenta, o incluso, aún más atrás, al individualismo que Alexis de Tocqueville observó con ambivalencia en las primeras décadas del siglo XIX. El historiador francés consideraba que los norteamericanos eran felices viviendo en una burbuja, algo que no podía ser bueno para la democracia.
En cada capítulo de La muerte de la verdad se aborda, por tanto, una corriente cultural, característica o estrategia política que ha intentado minar la noción de verdad en los últimos tiempos. Esta exploración no discrimina entre responsables de izquierda o de derecha. Éstos vienen de todas partes. Kakutani comienza señalando el abandono de la razón en la cultura política, un valor democrático muy apreciado por alguien como Abraham Lincoln en el siglo XIX. Ejemplifica esto con la desdeñosa actitud de Trump hacia la opinión experta y su tendencia a buscar chivos expiatorios para calmar los temores del votante promedio estadounidense. Sin embargo, ¿no hubo un nivel similar de desinformación en los años previos a la guerra de EEUU contra Irak? Además, ¿no surge el desprecio masivo por los expertos de la cultura de internet, que ha convertido al mero aficionado en un ídolo al que se le otorga atención exagerada y viralidad? Por debajo de las urgencias coyunturales, Kakutani prefiere observar dinámicas más profundas.
El abandono de la razón o de lo razonable en detrimento de la verdad no es un defecto limitado a la ignorancia. Puede también revestirse de prestigio y erudición. Según Kakutani, el relativismo cultural de derecha en los Estados Unidos, que ha surgido en los comienzos del siglo XXI debido a la proliferación exponencial de medios y, con ella, de innumerables puntos de vista, tendría sus antecedentes en el relativismo cultural de izquierda de los años sesenta. En aquel entonces, durante la llamada "primera guerra cultural”, fueron las izquierdas las que cuestionaron las historias oficiales del estado y el gobierno. Estas sospechas fermentaron posteriormente en un elevado ambiente intelectual, cuando la academia norteamericana se vio atraída por enfoques filosóficos posmodernos que negaban la existencia de una realidad objetiva independiente de la percepción humana. Michel Foucault y Jacques Derrida tuvieron su momento estelar. La posmodernidad radical incluso desconfió de la actividad científica, una actitud precursora de la paranoia de los antivacunas de hoy en día. Por su parte, el deconstruccionismo de Derrida convirtió los textos, y en última instancia la realidad, en entornos inestables y carentes de significado. Se trató de un nihilismo extremo donde la verdad quedaba reducida a escombros.
La posmodernidad trajo consigo, además, una exacerbación del yo y la subjetividad. Después del pesimismo de Vietnam, surgió una cultura narcisista, rabiosa y hedonista, que disminuyó el aprecio por una verdad común. Los libros de autoayuda, donde los límites de la realidad no eran obstáculo para el éxito personal, se volvieron cada vez más populares y el individualismo a ultranza de Ayn Rand ganó paulatinamente más adeptos. En la literatura, los novelistas abandonaron las grandes narrativas que intentaban explicar su propia época y comenzaron a escribir sobre sí mismos y sus circunstancias privadas. Con el tiempo, la memoria se convirtió en el género estrella. El noruego Karl Ove Knausgård, punto culminante de la tendencia, pudo completar seis volúmenes escribiendo sobre sí mismo. Algunos autores, rescatando las lecciones del novelista William Faulkner, publicaron libros formalmente complejos donde los narradores eran poco confiables o los puntos de vista múltiples. Si la realidad es como la muestra la película Rashomon, entonces no se puede esperar que una versión de las cosas sea más verdadera que otra. Siempre habrá dos lados en toda discusión, el tuyo y el mío. Cabe aclarar que Kakutani no descarta los logros artísticos de la posmodernidad, solo los describe como parte de un espíritu de época que afecta todo. La excesiva valoración de lo subjetivo ha llevado incluso a los científicos sociales a basar la verdad en identidades de clase, raza o género. En el mundo real, el triunfo del yo es la derrota de la verdad.
Los delirios intelectuales y las exploraciones artísticas pierden importancia, sin embargo, frente al peligro que representan los enemigos de la verdad en posiciones de poder, sobre todo fuera de los Estados Unidos. Algunos poderosos sin escrúpulos recurren a diversas tácticas para demoler las verdades que puedan amenazar sus privilegios. Una de ellas es el abuso de la retórica para crear realidades alternativas en el discurso público. En el capítulo titulado "La manipulación del lenguaje", Kakutani cita extensamente al clásico escritor George Orwell para demostrar cómo los regímenes autoritarios oprimen a través del lenguaje: prefieren lo abstracto en lugar de lo concreto, crean malas metáforas y llenan los discursos de tautologías. En el surrealismo dictatorial, una palabra puede tener dos significados contradictorios. El comunista Mao Zedong creía en la existencia de un uso correcto e incorrecto del lenguaje. El vocabulario hiperbólico y exagerado caracterizaba el estilo nazi de hablar. Para la autora, no es casualidad que en la oratoria autoritaria de Trump exista una gramática anárquica y poco interés en la precisión de las palabras. El uso del lenguaje, también cabe mencionarlo en el caso de Perú, es una medida de los mandatarios.
Kakutani deja para el final la táctica más evidente de los tiranos en su guerra contra la verdad: mentir. Mentir siempre, constantemente y en grandes cantidades. Aunque solemos asociar las maquinarias contemporáneas de propaganda con Putin, la autora considera a Lenin el padrino de la posverdad y las mentiras políticas descaradas en la historia. Para Lenin, la política consistía en destruir las instituciones y a los oponentes políticos sembrando el caos y la confusión. El gaslighting aplicado a las masas —la manipulación psicológica que distorsiona los hechos y niega las evidencias— era una práctica habitual del líder ruso y es una característica de los totalitarismos. Sin embargo, la credulidad de un pueblo ante la avalancha de mentiras tiene un límite. Con el tiempo, el bombardeo de falsedades genera una fatiga colectiva que conduce al cinismo. Un ejemplo de esto es la televisión informativa rusa actual, que es simplemente un teatro de apariencias. Personas afines al régimen de Putin actúan como opositores y se presentan narrativas conflictivas en el set para simular un ambiente democrático. El objetivo es anestesiar al público.
Como se puede sospechar, las redes sociales han empeorado el panorama de la verdad. No necesitamos de tiranos. Cualquiera de nosotros está más que dispuesto a propagar cualquier noticia falsa o teoría de la conspiración en las redes solo porque esto confirma nuestras creencias. Los algoritmos refuerzan nuestra sed por sensacionalismo y notoriedad. La cultura tiene nuevos nihilismos, desde aquellos producidos por la falta de responsabilidad en las filtraciones de información de Wikileaks hasta el fascismo irónico presente en el manual de estilo de publicaciones de grupos extremistas. Hoy en día, los trolls pueden afirmar que la verdad no existe, al igual que los posmodernos. Un escenario de estas características solo puede ser sombrío para las democracias. Sin la verdad, no hay posibilidad de un debate de buena fe entre visiones opuestas sobre la realidad.
En el epílogo, Kakutani señala la necesidad de desafiar el cinismo contemporáneo y defender las instituciones democráticas, la fiscalización mutua entre poderes, la libertad de prensa y la honesta discusión entre verdades compartidas. Estas son ideas profundamente arraigadas en la tradición política estadounidense. George Washington advirtió en su momento sobre los peligros del faccionalismo, las envidias y los falsos problemas que buscaban destruir la unión del país. Su mensaje sigue siendo relevante hoy en día, no solo en Estados Unidos, sino en cualquier país que se precie de ser democrático. Frente a los ataques a la democracia, solo queda un camino: más democracia.