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domingo, 28 de septiembre de 2008

Ziggy Stardust

Yo descubrí a Bowie algo tarde. Me refiero, al Bowie de verdad, no al del one-hit wonder que ya conocía de niño en traje blanco mientras cantaba sobre el amor moderno en 1983. Ziggy Stardust (nombre en versión abreviada, 1972) fue el álbum de la revelación y el que me hizo entender que David Jones (luego Bowie, via El Alamo) nunca fue uno solo, sino varios. Los desdoblamientos en el rock no suelen ser muy convincentes: a los Beatles nadie les creyó que también podían ser otra banda que homenajeaba a los corazones solitarios; Pink podía ser el alter ego de Roger Waters en The Wall, pero Pink Floyd nunca fue una banda que personalizara su música, que siempre parecía provenir de una entidad inhumana; los de Kiss quizás convencieron solo a los niños de espíritu. (1)

Ziggy Stardust, en cambio, fue un triunfo musical y de caracterización. Aún hoy viendo el DVD del último concierto de Bowie como Ziggy es difícil no dejarse arrastrar por el aura del personaje: excesivo, dramático, chillón, extrovertido, pero también sensible, íntimo y fundamentalmente romántico. Ziggy podía estar orbitando Marte en una nave y con la misma facilidad aterrizar en tu habitación para susurrarte su mensaje (liberar mentes y salvar a la Tierra de la destrucción final). Tenía las cualidades que se le confieren a ciertos dioses: inconmensurable, pero portátil.

Aquí posteo el álbum completo. Aunque la mayoría de clips son solo de audio, hay un par de highlights en vídeo: "Five Years" (primer track) es una versión para la BBC donde, según creo, solo la voz de Bowie está en vivo; "Moonage Daydream" es sí una versión completamente en vivo extraída del concierto de despedida de 1973 y donde Mick Ronson -guitarrista, arreglista y el segundo gran responsable del sonido de Ziggy- se luce con un solo cósmico. "Lady Stardust", dedicada a Marc Bolan, influencia directa del glam rock de Bowie, me sigue desarmando.

Todd Haynes intentó hacer un personaje del personaje con su película Velvet Goldmine (1998). Rebautizó a Ziggy como Maxwell Demon, pero lastimosamente Bowie no permitió que se usara su música. Cómo Haynes logró hacer de todos modos una buena película sin usar el soundtrack esencial del glam-rock inglés permanece todavía un misterio. (2)




(1) U2 tuvo una gran deuda con Bowie cuando presentó a The Fly y MacPhisto como personajes muy convincentes en su gira Zoo Tv. Con todo, ser camaleónicos no es algo nuevo para los irlandeses: de post-punkers se volvieron cowboys, y de cowboys pasaron a ser artys decadentes en una Europa después de la caída del muro. Bono anuncia una última transformación radical para inicios del 2009 con el nuevo álbum de su grupo.

(2) Bueno, no mucho: se usaron canciones de Marc Bolan y Roxy Music (cuyo primer disco es extraordinario). Thom Yorke reemplazó la voz de Bryan Ferry en las nuevas versiones.

sábado, 27 de septiembre de 2008

Para una breve historia de la envidia


Si algo define los conflictos intra-blogs son los profundos sentimientos de envidia: el blogger de aquí le dice al blogger de allá que solo habla de él porque quiere más clicks, mientras que el bloguerazo le dice al bloguerito que mejor deje de hablar (criticando, esto es) y se dedique a hacer, como él, a quien la fama parece no haber perturbado. No ha quedado muy explícita la diferencia entre el hacer y el decir -aunque Octavio Paz haya mostrado en unos versos que quizás sean lo mismo-, pero el punto es más o menos claro: en tanto se escriba ignorando al Otro menos posibilidades de caer en la envidia -y en la reprobación despreciativa- habrá. 

El tema me interesa y no es para menos: yo soy un envidioso público y así quedó más o menos establecido en un artículo en la revista intelectual Quehacer (no. 158). La hipótesis me resultó de lo más interesante, pero hasta ahora espero la segunda parte del texto, aquél donde intuyo están los argumentos. Pero tal engreimiento solo proviene de mí, porque miembros de mi familia aceptaron sin más las conclusiones del artículo seducidos por la reputación de la publicación. "Jamás publicarían algo así si no fuese cierto", me dijo un pariente y la verdad apenas si pude refutarle. No está de más decir que los honores los compartí con dos personas más. Siempre hay sitio en el podio de los profundos defectos humanos. Y la envidia es un arca grande donde se agazapa hasta el más esforzado virtuoso. Bloggers, blogueritos y bloguerazos tampoco son inmunes. 

Pero, ¿por dónde empezar para una breve historia de la envidia? Haciéndome esta pregunta divagué por algunos minutos en mis ratos libres de esta última semana (antes de la enfermedad). Empecemos: para cualquier defecto humano en Occidente el primer guía es siempre Dante: en su infierno se achicharran (es un decir, no tomar al pie de la letra) todos los torcidos de espíritu de la historia del mundo. Y, en efecto, en el tercer círculo están los envidiosos, donde en ediciones futuristas animadas por la estética de la web 2.0 quizás veamos a algún blogger.

Pero si el florentino lo dijo es más que probable que su fuente sea la Biblia. Antes que el poeta fue sin duda Dios mismo quien condenó la envidia y hacia él tienen que ir nuestras miradas en busca del origen de ese terrible sentimiento. 

Aquí empiezan mis primeras aprensiones: ¿es posible que un ateo como yo pueda confiar en Dios para una eficaz definición de la envidia? Más aún: ¿es posible confiar en la reprobación de la envidia por parte de la divinidad? No es por nada, pero la Biblia se ha equivocado antes. Por ejemplo, ha reprobado la homosexualidad. ¿Qué con la envidia?

Antes de llegar a la envidia me gustaría pasar por la ira -emoción que produzco en cantidades industriales- para poder tener algo de perspectiva. En un blog se valoró no hace mucho la ira como un muy útil termómetro para detectar lo que está mal de lo que está bien y, con esa información, actuar en consecuencia. La ira, bajo esta nueva luz, ya no sería un grave defecto, sino una magnífica inspiradora de nuestros juicios éticos. En este mismo blog se señaló algo similar citando a la filósofa Martha Nussbaum –quien se apoya en evidencias de la ciencia y el funcionamiento del cerebro-, diferenciando la ira del asco, emoción esta última ligada a las irracionales ilusiones humanas de querer escapar de su animalidad. Pero, curiosamente, si volvemos a Dante, veremos a los iracundos rostizándose en el infierno, mientras que a los asquientos no. ¿Por qué la ira es pecaminosa cuando en realidad nos sirve para detectar las injusticias que nos rodean? ¿No deberían estar los iracundos en el Paraíso, pues por ellos se pudo revertir lo que antes estuvo mal? ¿Y no deberían más bien los asquientos –cuyos juicios y etiquetas son las más de las veces perniciosos porque se proyectan sobre grupos humanos a quienes sí se pretende animalizar- estar quejándose en el infierno?¿Qué de la ira de Jesús en el Templo convertido en mercado? ¿Dios se equivocó?

Es probable. Mala fama entonces de la ira como pecado capital cuando deberíamos estarle agradecidos. Con una amiga lo discutí hace poco: ella argumentaba que había que dejar atrás la cólera y la indignación contra las personas que nos hicieron algún daño y dar paso al "perdón", la puerta de entrada emocional hacia la "paz". Yo decía, obviamente, como colérico que soy, lo contrario,: perdón nunca, mis odios son eternos, imprescriptibles, intensos, feroces y me hacen recordar no solo el daño que hizo una persona, sino también sus orígenes y razones. La cólera me situaba en la puesta en escena de la injusticia ocurrida en el pasado: ahí repasaba las acciones, las decisiones, las metidas de pata, el daño infligido. En ese teatro imaginario analizaba, lanzaba hipótesis, formulaba salidas alternas. Si mi cólera desaparecía me sentiría desorientado para tomar futuras decisiones. ¿Cómo aprender del mundo y sobre los demás sin ella? En este punto de la discusión creo que empecé a gesticular. Mi amiga, por cierto, me miró con pena.

Si me hubiera seguido escuchando quizás le hubiese dicho que todo el proceso es interno y que no tiene nada que ver con gritos desembozados, patadas, golpes en la pared, venganzas físicas, tomas de comisarías o bloqueos de carretera. Nunca hay que desconectarnos de la razón, ni de las razones, ni de los logros de la civilización: hay que siempre pensar antes de actuar. Pero ella ya había cambiado de tema.

Volviendo al post. ¿Es posible entonces rescatar la envidia de la misma manera que la ira ha sido rescatada (al menos, para efectos de este post)? La pregunta solo está motivada por la desconfianza religiosa: si Él colocó la envidia en su breve lista de prohibiciones -a partir de la cual, y con el tiempo, han proliferado otras prohibiciones más- eso ya me produce ciertas sospechas. Dios se equivoca con bastante regularidad. ¿Qué dice entonces la Biblia sobre la envidia? Para responder repasemos la autoridad del catecismo.

Dentro de la lista de los Diez Mandamientos –código moral que todo católico debe tener siempre presente- podemos hallar la envidia en el décimo bajo la orden de “No codiciarás los bienes ajenos”. Según el catecismo, este mandamiento está a su vez conectado al noveno que “versa sobre la concupiscencia de la carne”. Uniendo los dos se explica mejor el pecado. Envidiar es tener apetito por lo que no se posee cuando tal apetito no es medido por la razón.

El pecado se desarolla luego un poco más: se habla sobre la codicia de los bienes terrenos. Se nos explica que Dios no pena la codicia natural, siempre y cuando se obtengan cosas del prójimo por vías justas. Pero hay oficios, al parecer, que tienen el peligro latente del pecado: los comerciantes que lucran con la miseria de los otros; los médicos que desean más enfermos; los abogados que quieren más y más casos en sus oficinas. Son casos especialmente vulnerables, según los ejemplos. 

Finalmente hace su ingreso la envidia –pecado capital- propiamente en escena y se la describe como el sentimiento que apuntala la codicia: la parábola citada es la de un hombre rico que, aun cuando tenía muchas ovejas, robó la única que poseía un pastor, todo por la envidia de verlo tratarla como a una hija. La envidia nos conduce entonces a la peores fechorías, a armarnos unos contra los otros, a devorarnos como fieras; la envidia nos entristece al ser testigos de la felicidad del prójimo, nos hace desear el mal al otro y nos vuelve felices ante su desgracia (cf. Schadenfreude). 

Para ampliar aún más, se cita la autoridad de San Agustín, quien relaciona la envidia con la maledicencia –esta relación me interesa- y la calumnia. La envidia, se nos aclara, procede con frecuencia del orgullo. Para combatirla, hay que tener benevolencia, vivir en humildad. Actuar de acuerdo al plan divino implica, por tanto, aplaudir el progreso de nuestros hermanos. 

La lectura del catecismo me suele causar mucho placer porque posee una lógica interna de un extraño rigor y porque su relación de citas y su interpretación siempre es muy pertinente. Y también porque no es otra cosa que un texto de crítica textual. Pero con su interpretación de la envidia me hago varias preguntas. Porque, ¿qué es lo que en suma se condena? ¿Por qué habría una religión de decirle a sus discípulos que no envidien al hombre rico? ¿Por qué habría también de decir que el pobre de una sola oveja es motivo de envidia, o sea, casi de celebración? ¿Por qué San Agustín se desprende del plano concreto del mundo –envidiar cosas- al plano abstracto del pensamiento? ¿Por qué el santo condena la envidia de palabra –o sea, de ideas- y la incluye en la gran generalización llamada maledicencia?

Todas preguntas que un envidioso se debe hacer con todo derecho, por supuesto, porque salvar el alma no es una empresa cualquiera. Para mí la respuesta va por este lado: en el loable intento de colocar comprensibles cercas protectoras en los perímetros de los pastizales donde retozan sus corderos, al Altísimo se le pasa un poco la mano con la cinta métrica. Porque condenando la codicia desmedida por las cosas y por las cosas poseídas por los otros condena, además del feo pecado que los transforma en lobos, el impulso natural del hombre por competir, por avanzar, por ir más lejos, por tener, por acumular, por ambicionar. Y nada se ambiciona solo por el placer de hacerlo: se ambiciona en relación al otro, se quiere ir más lejos en relación al otro, se quiere tener más que el otro. La envidia es la catapulta que nos comanda a hacer y actuar con la meta de sobrepasar al otro. Y este orgulloso viaje de proyectil es fundamentalmente individual.

La envidia apasionada es un motor increíble para ir detrás de las cosas: vestidos, calzado, casas, autos, discos, libros, etc. Pero no solo eso. También para ir detrás de ideas. Porque si de la búsqueda del conocimiento se trata, la envidia nos ayuda también –en eso que se describió como el regocijo envidioso de la desgracia ajena- a detectar el error en el otro, a husmearlo de pies a cabeza, a señalarle lo que ha hecho mal. Su error –su desgracia, su infelicidad- es nuestra alegría, la alegría de haber corregido una falta, un bache, un hueco. En la historia mundial del conocimiento, una pequeña envidia pública es fácil de condenar y menospreciar; pero muchas –miles, millones, billones- envidias acumuladas, secretas o públicas, en el hormiguero de la competencia entre los hombres por saber más, por conocer más, por llegar más rápido (que el otro), es casi un elogio al progreso humano. ¿Por qué entonces considerar la envidia un pecado?

Como con la ira, nadie habla de romper el sistema legal. La codicia como robo es ilegal y para eso específicamente, además, hay un mandamiento. ¿Pero por qué condenar el sentimiento motivador, el ánimo previo? ¿Por qué un pobre que envidia al rico no debería hacer todo lo posible por salir de su pobreza? ¿Por qué un rico que envidia al pobre no debería ejercitar su humildad? ¿Por qué el científico debería retraerse de señalar la delirante teoría fallida del colega?¿No son maravillosas, acaso, esas ganas de desplazarse por el espacio, de curiosear y explorar con los tanques llenos de combustible envidioso? ¿La envidia no dibuja cada día un nuevo mapamundi? La verdad, tengo la grave sospecha de que condenar la envidia es proponer justamente lo contrario: la inmovilidad, el acatamiento, la resignación; obligarnos a ella es extirparnos el sentido de la rebelión: es admitir que nuestros destinos están esculpidos en piedra. 

Llamé la atención sobre la “maledicencia” de San Agustín porque, aunque haya maledicentes de verdad y algunos actos verbales estén penados por ley, esta palabra es también una salida fácil cuando alguien lee algo que no le gusta. En política se escucha a cada rato (cf. “perro del hortelano”). La maledicencia, entonces, puede ser tranquilamente la crítica certera caída en terrible desprestigio. Y es natural que para combatirla la Autoridad –cristiana o cualquier otra de pensamiento vertical- pida a cambio humildad, benevolencia y alegría por el otro. ¿Qué sería entonces lo contrario de la maledicencia para enrumbarnos por el camino de la virtud? Pues yo diría que la adulación. ¿Existe algún mandamiento que proponga la adulación como virtud?

Por supuesto, es el primero: ‘Adorarás al señor tu Dios, y le servirás’.

Amar a Dios sobre todo: sobre la razón, sobre los argumentos y la lógica, no importa si te pidió matar a tu hijo o si él mismo manda morir al suyo. No importa si se equivocó, si la Tierra no es más el centro del universo o los dinosaurios jamás subieron al Arca. La adulación, la adoración, es la conducta de los hombres que quieren su ticket directo al cielo. ¡Cómo no adular al dueño de sus destinos! Extraña lista de mandamientos que consagra la adulación, pero condena la maledicencia nacida de la envidia o, en su versión secularizada, la crítica. ¿Qué proponen entonces aquellos que acusan de envidia al otro? Adular, por supuesto. Adula y la gloria será tuya. No por nada dicen que el Perú es un país de una profunda fe.

Ahora, también es posible que esté enteramente equivocado. En ese caso, nos vemos en el infierno. O en este blog, que es lo mismo.



miércoles, 24 de septiembre de 2008

Portadas comparadas: Philip Roth vs. MVLL



(2006)




(2007)




(2008)






(2000)


(2003)



(2006)




Portadas de las tres últimas novelas de Philip Roth  y de Mario Vargas Llosa -a quien he empezado a releer con fruición, si es que alguna vez se lo dejó de leer. Dos pesos pesados. Sin fotos las del primero; las del segundo con dos fotos y un cuadro*. Pocos colores, pero sólidos en el primer caso; explosión cromática en el segundo. Y quizás lo importante: la tipografía. En Roth es lo central y cubre casi todo el rectángulo -asfixiado en el caso de Exit Ghost -; en MVLL es idéntica, repetida y rutinaria (sucede con él y con los demás autores de Alfaguara). Mi interpretación: en uno novela y autor se perciben por sobre la editorial. En el otro es al contrario: autor y título son una parte del paisaje. 

* Me corrijo por apurado: fresco. Ver una muestra del trabajo de Ambrogio Lorenzetti.

*

Una buena razón para no actualizar un blog es estar enfermo. Otra buena razón es no tener nada que decir. En este caso ha sido lo primero. Nada como la enfermedad para saberse atrapado en un cuerpo (y confirmar que no hay otra cosa más que eso). Flaqueza del ánimo, humor agrio y, de refilón, casi como espejismos, pensamientos delirantes en medio de la fiebre, léase, la redacción mental de posts. Absurdo. Recordé en el dolor haber leído no hace mucho, al hilo y muy sano, El pianista de Márai y de Philip Roth -que acaba de lanzar Indignation- Elegía (no comprendí bien por qué en castellano eligieron traducir así Everyman) y Exit Ghost en una especie de inmersión profunda en la enfermedad y el dolor ficcionalizados (aunque los personajes de Márai y Roth están en las antípodas en su capacidad de resistencia a esos trances terminales). Salí verdaderamente mareado y angustiado por anticipado de los rigores horrorosos de la vejez. Solo confío en la maravillosa plasticidad del cerebro para acomodarse a lo que se viene. Ya estoy mejor, creo. Había terminado de escribir un largo post titulado "Para una breve historia de la envidia", pero me parece que no lo publicaré. Demasiado ofensivo para una blogósfera que aún se lanza pica-pica. O peor, que es celebrada por las viejas generaciones de ponytail y ritmos a go-gó. Algo no anda bien. Más, pronto.

viernes, 12 de septiembre de 2008

Solo creo en mí


No, aún no he llegado al ombliguismo mayor, ese que relativiza todo el universo y dice que la verdadera democracia es aquella donde todas las opiniones valen y ninguna es correcta. El título del post alude a una línea de la canción "God" que aparece en el disco John Lennon/Plastic Ono Band, el primer disco oficial solista de John Lennon de 1970. Empezando una costumbre y sacándole el máximo jugo musical al YouTube seguiré posteando playlists de álbumes que me gustan y que, además, son clásicos más o menos consensuados, todos escogidos bajo el lema "más música y menos fútbol". Así que las sorpresas quizás no sean muchas, por lo que si tú, visitante, pasa por aquí y ya lo has escuchado todo, pues entenderás que los posts no van dirigidos a ti, salvo como una llamada de la nostalgia.

Volví a ver el muy buen documental Imagine (1988) por casualidad el fin de semana pasado y de ahí me reconecté con John Lennon. Ergo, este post. De todo lo que se muestra creo que lo mejor, o lo que más me gusta, es cuando un chico hipposo de mirada perdida y barba crecida ingresa a los terrenos de Tittenhurst Park -el gigantesco hogar de John Lennon en Inglaterra entre 1969-1971- para buscar a su ídolo. Éste le da el encuentro algo sobresaltado en una puerta lateral. El diálogo entre los dos es el mismo que se daría entre un creyente enajenado y un dios que transformándose en hombre secamente le dice: "dios no existe". Mientras el chico alucinado ve mensajes ocultos en todas las letras y jura que el beatle le está hablando a él, Lennon con voz aterrizada le responde (parafraseo de memoria): "pero si solo hablo de mí y a lo más de Yoko". "Pero todo encaja", responde el chico. "Todo encaja si quieres que encaje", dice Lennon impaciente. Esta escena representa el fin de una utopía y un buen bautizo de realismo para los setentas. Creo que la blogósfera necesita un Lennon que diga otra vez: the dream is over.

El Plastic Ono Band tiene y no tiene el sonido beatle. Lennon deja de lado algo del preciosismo melódico lleno de ganchos del pop que tuvo el honor de inventar en la década pasada para dejar que un ánimo bluesero y bastante austero llene todos los tracks, la mejor manera de que las letras tomen protagonismo (y de las mejores que jamás escribió): desde la durísima "Mother" hasta "I found out"; pasando por "Working Class Hero" y "Isolation", y rematando con "God" donde se cantan las célebres palabras:

I don't believe in Beatles
I just believe in me
Yoko and me
And that's reality

Es el disco del descreimiento, a pesar de "Love", un momento de convicción erótica. Pero el momento es breve, porque el final solo muestra el anhelo frustrado de una canción infantil que dice: "mi mami está muerta". Qué disco.

Aquí va, con la batería de Ringo Starr y la co-producción de Phil Spector.



Las letras aquí.

jueves, 11 de septiembre de 2008

S.O.S. por Bayly


Patricia Salinas hoy escribe en Caretas una especie de señal de alerta terapéutica. Parece el primer paso hacia una intervención colectiva. ¿El paciente? Jaime Bayly que, a decir de la periodista, ha perdido la brújula, la silla, quizás el saco. El episodio de su renuncia al aire en un canal de Miami de hace un par de días fue parte del grupo de síntomas. Pero también lo han sido sus últimos programas en Frecuencia Latina -trato de verlos siempre en vivo o en YouTube- que lamentablemente no van bien en el rating y que han contado con invitados que son la versión humana de la espuma que queda y se arroja después de beber un vaso de cerveza en grupo: el Mero Loco, Susy Díaz, Namin Timoyco, Tongo, el Chato Grados, Abencia Meza, etc. Pero quizás el síntoma mayor sean sus textos periodísticos. Dice la Salinas:

En sus últimos artículos ha contado sus frustraciones, sus enfermedades, sus peleas con su amante argentino y hasta su extraña relación con sus hijas, la mayor de las cuales, por ejemplo, le habría pedido un viaje a Europa por sus quince años, pero sin él, porque él sería un estorbo y que cuando le dijo que no podría estar presente en su fiesta, ella respondió sin alterarse: “Mucho mejor que te vayas de viaje. La fiesta saldrá bravaza si tú no estás. Lo mejor es que dejes todo pagado y te vayas”.


La columna de Patricia Salinas va en serio. Se titula "Disparándose al pie" y se ilustra con un dibujo de Carlos Castellanos donde Bayly aparece disparándose a la sien, no sé si por error o porque a la larga Bayly terminará acribillándose, metafóricamente claro está. Aún así, el escritor sí ha publicado frases que aluden a la autoaniquilación. Sigue la columna:

 ... la confesión en otra de sus columnas que habla de su afición a los barbitúricos y dice explícitamente: “Encuentro cierta belleza mórbida en el hecho de tragar las pastillas y no saber si será la última noche”, nos preocupa. ¿No sería mejor hacer una pausa? Y es que la televisión, a veces, puede ejercer una presión imposible de soportar. 
Bayly es un personaje complicado. Descontrolado o no, es, para mí, siempre divertido. Pero también entiendo que su gran poética vital -como en la de sus libros- es hacer añicos sus anécdotas personales, canibalizarlas, mostrarlas con la condición de tergiversarlas, de hacer pasar la verdad por mentira y vice-versa. Desde que Vargas Llosa volviese contagiosa la idea de que las mentiras literarias incuban una verdad, el juego de espejos de no saber qué va en serio y qué no tiene en Bayly a un actor casi insuperable en la TV. A mí me desconcierta. Lo disfruto, pero a la larga me es extraño. Y lo mismo va para sus columnas en Correo. Quizás lo pueda explicar mejor haciendo uso -y abuso, porque lo modificaré- de aquel epígrafe de Salvador Elizondo (1) que Vargas Llosa coloca en La tía Julia y el escribidor, fantástica novela donde la autobiografía se usa para provocar espejismos:

Escribo. Escribo que miento. Mentalmente me veo escribir que miento y también puedo verme que miento. Me recuerdo mintiendo ya y también viéndome que miento. Y me veo recordando que me veo mentir y me recuerdo viéndome recordar que mentía y escribo viéndome mentir que recuerdo haberme visto mentir que me veía escribir que recordaba haberme visto escribir que mentía y que escribía que escribo que mentía. También puedo imaginarme mintiendo que ya había escrito que me imaginaría mintiendo que había escrito que me imaginaba mintiendo que me veo mentir que escribo.


¿Así se ve el mundo desde la óptica baylyana? No lo sé, pero si algo de paz espiritual es de todos modos necesaria, posteo este vídeo que a mí me suele poner bien.





(1) Aquí la cita original.

¡Ganamos! (empatamos 1-1 como locales)


Quizás los que no consiguen sus objetivos sean más realistas que los que hacen fiesta por todo. En este caso los realistas son los periodistas argentinos que dicen, con justa razón:

El empate de Perú ante la Argentina, ya en tiempo de descuento , fue suficiente para que los medios de ese país reflejaran el resultado del encuentro como un verdadero triunfo.

Lo anterior es de La Nación. Compárese con Peru21: "No siempre, pero a veces todo es distinto cuando en la cancha hay once guerreros, los dientes apretados, la mirada fiera", en una nota llamada "Cholos de acero y corazón".

La religión del fútbol para mí es risible. El Perú sigue penúltimo y el precio del pollo aún sigue alto. No importa: las aguas se abrieron y maná cae del cielo. Presiento una miniserie de Michelle Alexander donde Fano se persigna y sueña con un gol a último minuto la noche anterior. Zavalita se equivocó: cojudo no era el vals peruano, sino el lirismo del periodismo deportivo. Del celebrado "Trome":

Que no vuelva nadie. Que nadie haga cambiar de idea a 'Chemo' del Solar. Este es el equipo de la gente, esta es la selección del pueblo. Con amor, con coraje, con el último aliento, con el alma de Pachacútec, de Miguel Grau, de Francisco Bolognesi, Perú levantó un partido perdido y consiguió un 1-1 ante Argentina, que no servirá mucho en la tabla, pero que llena el alma.

El alma pequeña, será.

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