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jueves, 27 de marzo de 2008

El método Etiqueta Negra y el historiar en serie (anti-crónica)


"Era una refrescante mañana de verano en una casa de playa cuando el blogger cogió inadvertidamente un ejemplar de Etiqueta Negra -aquel dedicado a los deportes- y empezó a hojearlo por primera vez, ciclópeamente arrullado por las olas que reventaban, los lobos marinos que mugían, las gaviotas que chillaban y el ruido de la licuadora que hacía un necesario y reparador jugo de papaya. Los huevos y el tocino se asomaban también por la nariz. Pero los ojos ya se adelantaban al pequeño festín que el paladar saborearía más adelante: entre las hojas de su ejemplar las historias se sucedían unas tras otras en un magnífico abanico de sorpresas y revelaciones. Ahí estaba la historia del heroico Cienciano, la del perdedor más famoso del mundo de la natación, la del ajedrecista metafísico encerrado en la física de los trebejos. Como un hambriento abandonado a su suerte en una isla llena de frutos preciosos, el blogger devoró cada una de las crónicas -hipnotizado, admirado, secuestrado- aunque sin prestarle mucha atención al hecho de que varias de esas historias ya las conocía de otro lado. Pero cuando lo hizo, de ningún modo aquel detalle se convirtió en una objeción. Todo lo contrario. El blogger se maravilló de cómo una historia podía cambiar tanto si se encontraba el adjetivo justo o el circunloquio adecuado. Si un hecho fuese un objeto, la belleza de las palabras era como la luz que lo transformaba y que un fotógrafo atento y avispado podría testimoniar para la eternidad. No uno, sino muchos objetos; no una, sino muchas crónicas: no importa la historia, importa el historiar. El blogger nunca se sintió tan nutrido por la magia del verbo como lo fue en esa mañana... "


Hasta aquí mi mejor esfuerzo para hacer periodismo literario. En realidad, lo único que quería contar era lo siguiente. Hace unos años leí por primera vez Etiqueta Negra. Fue la No. 11, el número dedicado a los deportes. Y una de las historias (corrijo, crónicas) que leí con atención -en mi seudocrónica del párrafo anterior exageré un poco porque no devoré toda la revista- fue la que escribió el cronista Juan Manuel Robles. Se titulaba "Cien piscinas para Moussambani" y era sobre el nadador Eric Moussambani, paradójico ídolo de Guinea Ecuatorial que se hizo célebre perdiendo en las Olimpiadas de Sydney. Era una historia simpática y graciosa, aunque caí demolido por tanto rodeo literario (léase verboso). No recuerdo qué desayuno tomé esa mañana -seguramente fue un tamal- pero desde entonces y ante el empacho verbal mi hambre por Etiqueta Negra decayó hasta hacerse inapetencia pura. La verdad, nunca más volví a abrir otro número de la revista y me volví inmune a su celebridad y a su prestigio, a veces sintiéndome mal por ese desdén. Etiqueta no era para mí y yo, seguramente, no para ella, por más distraído que fuese.

Pero tan distraído no soy. Mi memoria es mala, pero curiosamente afilada para detalles absurdos y sin importancia. Y es así que hace dos días, de total casualidad y animado por una amiga admiradora del cronista, googleo el nombre de Julio Villanueva Chang, artífice de Etiqueta Negra y, sin duda, su director cuando ese número 11 dedicado a los deportes salió a la luz pública. Google me lleva a Letras Libres y en Letras Libres veo que aparece un artículo suyo publicado en febrero del 2008, o sea, muy recientemente. Se titula "Fábula del perdedor perfecto". Leí las primeras líneas y al instante me pegó un relámpago porque, como dije, mi memoria es absurda: en ese artículo se contaba otra vez la historia de Eric Moussambani, la que Robles publicó unos años antes.

Ya sé qué están pensando: "carajo, ¿otro caso de plagio?" Confieso que eso mismo me dije, pero me parecía demasiado ridículo que algo así ocurriese, sobre todo con dos cronistas que trabajaron en el mismo medio y bajo el género que ambos por igual han promocionado y que tanta aceptación ha tenido entre los lectores más selectos. Lo que descubrí posteriormente me ha llevado a conclusiones más complejas y menos pedestres que el simple acto del copiar y pegar. Espero poder explicarme bien en lo que sigue y como punto de partida para este rollo me gustaría que prestasen nuevamente atención a la frase que ya dije: "ahí se contaba otra vez la historia".

Vuelvo a mi anécdota. Una vez sufrido el relámpago de la memoria tenía que confirmar si tal golpe era correcto o no. Felizmente, como se puede ver arriba, una parte del texto de Juan Manuel Robles está online. Apareció en el 2004. Mucho más riguroso hubiese sido que lo consiguiera completo, lo sé, pero ese detalle no es tan necesario, porque incluso en ese fragmento es posible establecer las diferencias y, sobre todo, las similitudes con el texto de Julio Villanueva Chang que, recordemos, es posterior en cuatro años.

Vayamos de frente al grano. Leí atentamente ambos textos y encontré nueve similitudes. En algunos casos, la similitud es casi textual. Esto será tedioso, pero aquí están:

1) Villanueva 2008:

En Sydney su marca fue de un minuto con 52 segundos, el peor registro de natación en la historia de las olimpiadas, treinta segundos más que la marca de Arnold Guttmann para la misma distancia en las Olimpiadas de Atenas, pero las del siglo XIX.

Robles 2004:

El tiempo de Moussambani fue de 1’52” y eso –un suspiro en la existencia– es la peor marca de la historia de las Olimpiadas, treinta segundos por encima del húngaro Arnold Guttmann en las olimpiadas de Atenas del siglo XIX

2) Villanueva 2008:

De inmediato tuvo un club de fans por internet, modeló enterizos de piel de tiburón diseñados para nadadores más veloces y en una subasta alguien pagó más de 2,500 dólares por sus gafas acuáticas.

Robles 2004 (en tres momentos distintos del texto):

Y todos querían también sus memorables lentes submarinos por los que alguien pagó 2.551 dólares en una subasta

La marca de ropa deportiva Speedo le regaló un enterizo azul de piel de tiburón con el que Moussambani se dio chapuzones de fama.


la página web del Eric Moussambani Fan Club, una de las tantas que se erigieron en su nombre en esa piscina de kilobytes que es Internet.


3) Villanueva 2008:

Luego se mudó a España, donde se consiguió un entrenador y logró rebajar a un minuto su marca en los cien metros libres.

Robles 2004:

Viajó a Barcelona, y allí utilizó su fama para conseguir entrenador y piscina. Moussambani ha rebajado su marca más de treinta segundos.

4) Villanueva 2008:

Hasta llegar a las olimpiadas, nunca había visto una pileta de cincuenta metros como el Aquatic Centre de Sydney.

Robles 2004:

Nunca había visto una piscina de cincuenta metros hasta el día en que pisó el gigantesco Aqua Centre de Sidney.

5) Villanueva 2008:

La leyenda decía que apenas había aprendido a nadar meses antes en las aguas de un río infestado de cocodrilos, que de lunes a viernes se entrenaba en una piscina de veinte metros de un lujoso hotel de la capital del país africano y que los fines de semana le quedaba el río donde se jugaba la vida.

Robles 2004:

La leyenda no tardó en divulgarse: Eric Moussambani, hijo negro de Guinea Ecuatorial, se había entrenado en un río repleto de cocodrilos, y sólo pudo sumergirse en una piscina cuando por fin conoció un hotel de lujo de Malabo, en Guinea.

6) Esta cita es interesante, porque no es una copia de datos, sino de ideas. Villanueva pone en entredicho la cultura del éxito y acto seguido menciona el deporte de élite como una actividad de químicos y laboratorios.

Villanueva 2008:

Moussambani y Koplowitz son de algún modo una celebración del atraso, pero también del esfuerzo y la suerte determinantes en contra de esa ideología de la victoria, tan cara a los laboratorios químicos de alta competencia.


Robles en el 2004 había seguido la misma secuencia de pensamiento, pero con más florituras:

Las Olimpiadas –la calle, el mundo– huelen a esa farsa meritocrática que quiere hacerte creer que vivimos en una democracia del mérito, que el destino no existe (o es un detalle) y que el oro es el resultado aritmético de la dedicación. Sé de un entrenador estadounidense que ha dicho que los atletas de elite del primer mundo deberían ser considerados «freaks genéticos». Cuando Eric Moussambani compitió, algunos dijeron que jóvenes como él hacían las Olimpiadas más humanas. La frase es absurda en sí misma, pero tiene cierta profundidad. ¿Acaso son los juegos olímpicos la más humana de las competencias? Para el doctor Llosa, estos parecen cada vez más un torneo de especímenes salidos de un laboratorio.

7) Villanueva 2008:

A su regreso, en su ruta para completar los cien, la cámara acuática lo exhibe en sus braceos, a veces en forma circular como nadan los perros, y con una desesperación por conservar su cabeza afuera.

Robles 2004:

Eric Moussambani nadó con la cabeza afuera, ejecutando una rara coreografía de brazadas de perrito y pataleos de rana.

8) Villanueva 2008:

Un día después de su hazaña, cambió su anticuado bañador celeste playero por un traje de baño de piel de tiburón. En una guerra casi instantánea entre firmas comerciales que peleaban por patrocinarlo, la marca de ropa deportiva Speedo se lo regaló. “Ahora me siento realmente rápido”, dijo.

Robles 2004:

La marca de ropa deportiva Speedo le regaló un enterizo azul de piel de tiburón con el que Moussambani se dio chapuzones de fama. «Ahora me siento realmente rápido», dijo el negro sacando pecho en su recién estrenado cuerpo azul.

9)
Villanueva 2008:

El Daily Mirror de Inglaterra le concedió una medalla de oro en nombre de todos sus lectores.

Robles 2004:

La prensa elogió su peculiar estilo y el DAILY MIRROR de Inglaterra le otorgó una medalla de oro en nombre de todos sus lectores.

OK. Ya establecimos las similitudes. No puedo asegurar que haya más porque, como dije, no tengo a la mano el texto completo de Robles. Pero sobre las diferencias es importante decir que el texto de Villanueva Chang no solo se limita a Moussambani, sino que también habla de la maratonista Zoe Koplowitz y un poco también del fenómeno del atletismo caído en desgracia Marion Jones. Digamos que en la piscina del texto, lo de Moussambani de Robles está subsumido en el Moussambani de Villanueva Chang. Su reivindicación de la derrota tiene una mirada más en perspectiva y con la ventaja de los años transcurridos.

Ahora vayamos a la especulación. ¿Ante qué clase de caso nos encontramos? ¿Hay plagio? A ojo de buen cubero, sin duda. Un texto apareció primero; el otro después. Y no hay forma -como diría alguna amiga mía- de que Villanueva Chang desconociera el texto de Robles, ya que se publicó en la misma revista que él editaba. Hay líneas casi idénticas y datos que se repiten. Ambos vienen firmados y sin consignar ninguna fuente (1). Desde este punto de vista, Robles es el plagiado.

Segunda pregunta: ¿hay una manera de explicar racionalmente este plagio de modo que no sea considerado un plagio? Afirmativo: todo se explica si AMBOS autores recurrieron a las mismas fuentes y si Villanueva Chang sufrió una amnesia radical y selectiva. Aquí tenemos que hacer un salto de fe: algunas líneas son casi iguales y sólo se diferencian por cuestiones estilísticas. Los malpensados y escépticos suelen creer que estas "diferencias" son más bien marcas de una alevosía mucho mayor en el acto plagiario. Pero trataré de no ir por ese camino. Solo diré que si Robles y Villanueva recurrieron a las mismas fuentes, esas fuentes nos son desconocidas y ellos no las consignan. Pero casi podemos verlas entre las sombras si unimos ambos textos como si formaran un palimpsesto. Lean las citas: ahí, escondida por el poder de la retórica, está la fuente que se pierde en la trituradora periodística del contar y recontar la misma historia. Desde este punto de vista -y considerando que ambos frasean de similar manera su texto- Robles y Villanueva, ambos, son plagiarios.

Tercera pregunta y de corte retórico. ¿No es la palabra "plagio" demasiado fuerte? ¿No tiene el periodismo literario este salvoconducto que le permite devorar de muchos lados, de deglutir, regurgitar y luego arrojar palabras con el toque personal del cronista/escritor? Si leen bien, los guiños racistas de Robles no aparecen para nada en el relato de Villanueva Chang. Podemos decir que ese es su toque personal. Pero ¿podemos estar seguros de eso?

En efecto, no se puede estar seguro de eso. Solo hemos visto como funciona la dinámica del periodismo literario comparando dos textos. ¿Dónde están los demás? ¿Hay más? No se sabe y es inútil rastrearlos, porque no los encontraremos. Yo hallé esto de pura casualidad. Pero lo que sí me queda claro es que una de las mañas de este periodismo en particular es canibalizar, retazear, acomodar, embellecer, empaquetar y luego, zuas, publicar sin citar a nadie. Por supuesto, esta no es una gran novedad. Pero sí me parece revelador constatar cómo funciona la maquinaria. El periodismo literario -en algunos casos, no en todos, pero duden mucho cuando una crónica no se refiera a un tema cercano o local al cronista- no busca la literatura con fines estéticos. Esa palabra queda demasiado grande: la usa solo con fines cosméticos.

Hace unos meses Fernando Vivas escribió acerca del plagio. Era a propósito de Alfredo Bryce y denunció a su vez un plagio propio. Fue un pequeño dato que apareció en un texto de la revista Gatopardo que luego fue explicado con las dispensas correspondientes. En esa columna Vivas dijo:
necesitamos correctivos urgentes. Sugiero algunos: 1) Incluir en los códigos de ética el explícito mandato de no plagiar, pues siempre queda implícito. 2) Sancionar severamente a los plagiarios, si no hay atenuantes con el despido o rescisión de contrato. 3) Que los editores obliguen a citar las fuentes de frases y datos prestados, desterrando esa fea costumbre de la crónica periodística que consiste en omitirlos para no 'ensuciar' el texto con digresiones. ¡Miseria del mal llamado periodismo literario!
Subrayo lo último.

En la misma Letras Libres hace tres años Villanueva Chang escribía sobre el oficio del cronista con entusiasmo arrollador, enfatizando no la originalidad de la información, sino la mirada sobre la información:

La objetividad es más para un Premio Nobel de Física que para un cronista. En esta época ya no es posible transmitir conocimiento con sólo dictar información: lo que descubra un autor por sí mismo tiene la ventaja de fijarse más en su memoria y en la de sus lectores. Para ello, un cronista responsable tiene un pacto tácito con un lector: le cuenta una historia construida desde un punto de vista múltiple, incluyendo en mayor o en menor medida el suyo, y el lector supone que va a leer una historia que no es objetiva pero que intenta ser honesta. Si se toma libertades, el lector espera —tácitamente— que el cronista se lo advierta.


Lamentablemente no vi ninguna advertencia en su texto de Moussambani. Pero, además, tiene esta otra línea que es como el versículo que sustenta la religión de la crónica:

Más que un relato entretenido y bien escrito, un cronista ensaya una visión de su época a través de la experiencia extraordinaria de un individuo.

Hay una larga distancia entre los deseos y los métodos. ¿El fin justifica los medios? No compro ese sebo de culebra.

Y quizás esa es una de las razones por las cuales no leo Etiqueta Negra, inscribiéndome probablemente en una minoría no muy selecta de lectoría local y siguiendo una intuición más que una comprobación (hasta ahora). Porque no comparto su fiebre por las historias y porque creo que es una versión vacuamente embellecida del infomercial de TV o del vendedor que una tarde cualquiera toca la puerta de casa: me ofrece cosas que no necesito. O, peor, ofrece lo que se puede conseguir más rápido y más fácil en otro lado -¿el periódico en la noticia AP habitual?-, pero envuelto en un vistoso empaque, tal si fuera una botella de agua Evian. ¿Valor agregado? Yo diría que en su máquinaria bien engrasada del historiar, el periodismo literario -como se ha entendido aquí- está ofreciendo muchas historias que están de más o que están ahí para llenar una edición. Como lo frasearía Pedro Salinas y lo digo robándome solamente el estilo: de la literatura su canal Sony, o sea.



(1) Robles solo cita al New York Times para un dato sobre el equipo de natación americano. Villanueva Chang, muy interesantemente, solo cita el cuento de Eloy Serrano llamado "Estilo libre", basado en la hazaña de Moussambani.

ACTUALIZACIÓN 29-03-08

Según veo en el Utero de Marita el artículo de Juan Manuel Robles que aparece online es el texto COMPLETO tal cual aparece en la revista. Por lo tanto, obviar mi línea: "
una parte del texto de Juan Manuel Robles está online" y todas las referencias a lo incompleto del texto de Robles. 

ACTUALIZACIÓN 23-01-09

Diez meses después Juan Manuel Robles me dirige, en el blog de Francisco Canaza, Apuntes Peruanos, el siguiente comentario que reproduzco por completo:

Juan Manuel Robles dijo: 
23-01-2009 5:28 pm

Estimado Luis. Soy Juan Manuel Robles. Quise responder sobre este tema hace tiempo, pero cuando lo lanzaste en tu blog yo estaba en La Habana, en un encuentro de escritores y cuando volví ya me olvidé del tema. Ahora que colocas el tema de nuevo y viendo que realmente crees que pasó algo que no pasó (y compartes esa creencia entre tus lectores), tengo que decir lo que te hubiera dicho en ese momento.

Dado que el artículo más antiguo fue el mío, revisé con atención el texto que publicó Julio Villanueva, que tú colgaste. Mi conclusión fue muy simple y rápida como para darle importancia al asunto: no hay en lo que mostraste una sola línea que sea plagiada de mi texto. Si alguien me plagia te aseguro que lo demando sea quien sea, o, mínimo, le mando una carta notarial. Yo no creo en la palomillada. Pero en este caso no hay nada de eso. No ha habido ninguna clase de apropiación de lo que escribí.

No tiene ningún sentido comparar este caso con el de El Embrujo, una composición que estaba siendo usada por un grupo chileno sin autorización. A mí nadie me ha plagiado. El día que alguien lo haga, te aseguro que le haré caer todo el peso de la ley.

Espero que haber aclarado este tema. Saludos.

Juan Manuel.

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