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sábado, 15 de agosto de 2009

Reino Gratén Pt. 1


Historia de un proyecto musical frustrado, pero con luz al final del túnel para otros más

Hace unos años -en la era pre-blog- cuando estaba metido muy activamente en un proyecto musical, fue inevitable caer en la discusión de la difusión y la comercialización del material terminado. ¿Cómo realizarlas? La situación en el Perú era poco inspiradora. Las radios que tenían el poder de crear un hit pop eran apenas unas cuantas y era muy difícil llegar a ellas. No había disqueras (o había solo IEMPSA) y la piratería hacía ridícula la idea de ganar o al menos recuperar algo por venta de discos. Todos los caminos estaban tapados.

Pero internet era y es lo que Thom Yorke ha calificado este año como "la más increíble red de difusión jamás inventada". Entonces la solución a mí me pareció simple: olvidémonos de los canales habituales, terminemos el disco, tengamos solo una versión virtual de él, levantemos una página una web y subamos las canciones en formato mp3 para posterior downloadeo totalmente gratis. Lo importante era que todos tengan acceso a la música y que sea el respetable quién decida su suerte.

En teoría todo sonaba bien, pero uno olvida que en internet las reglas del mundo real también se aplican. ¿Cómo empezar entonces la difusión de la página web? El mundo que viví entonces -año 2000- era el mundo sin redes sociales, sin Facebook y no tengo idea si algo similar a YouTube o MySpace -que empezaron después- era una posibilidad, pero nunca entró en la ecuación. Una página web, se decía entonces, combatía por la atención de un usuario en un mundo de millones de millones de páginas web, lo que hacía de sus posibilidades de éxito casi nulas. Además, no todo el mundo andaba conectado en el Perú en ese entonces como ahora. 

Con este gran primer pero sobre la mesa, la siguiente opción entonces fue dirigirse a lo que antes se llamaban "portales", páginas web con una gran inversión detrás, de gran tráfico y que básicamente reunían en sus links información y entretenimiento de todo tipo (el modelo Peru.com). Pero aquí nos encontramos con una situación similar a las radios: entrar era difícil. Y finalmente todo se resolvía con un pago -como cualquier servidor, pero más caro aún-, asunto que quedaba totalmente fuera del presupuesto.

Con el pop -al igual que con la arquitectura, actividad con la que creo guarda más relación que con el Arte- el dinero es un factor clave. Sin él todo el edificio construido alrededor de discusiones sobre composición, mezcla, onda y creatividad se derrumba como un castillo de naipes. Sin nadie que invierta, sin un mecenas detrás, sin un buen fajo de billetes caído del cielo por una herencia, es imposible trabajar. Aunque eso es evidente en las fases de difusión y comercialización, también es enteramente aplicable a la producción en sí. 

En la historia que se cuenta parte del disco se grabó en un estudio y parte de la mezcla también se hizo ahí. Pero las cuentas empezaron a dispararse. La siguiente opción entonces fue, gracias también a la era digital, hacerlo todo bajo la filosofía del DIY (Do It Yourself) con una computadora. Se armó un estudio casero en un cuarto de 2m x 1.5m con inversión mínima y, para tapar las falencias de resolución y fidelidad, se intentó ensuciar lo más posible el sonido de las canciones, de modo que cayera a pelo en un contexto musical donde lo lo-fi todavía era atractivo. Uno de los grandes problemas era la voz, elemento central en toda canción: sin un micrófono de gran performance y sin un ambiente adecuado era una pesadilla capturarla. Ecualizar al estilo "megáfono" fue la única solución viable, es decir, inventar una voz que proviniera de las brumas o de las sombras. Conceptualmente se tenía la certeza de que el sonido es también una ilusión: si con las imágenes se puede crear un dinosaurio que no está ahí, con el sonido también se puede embaucar al oyente dando la impresión de que lo eficiente que está ahí en realidad nació de la total precariedad.

Pero lo pop no es lo-fi. El pop es lustroso, brillante, prístino, impecable y gigante. Quizás esta contradicción fue lo que a la larga convirtió un puñado de buenas canciones vistosas y poperamente exhibicionistas -al menos, a mí parecer- en un evento sin mayor repercusión, a pesar de que la suerte fue mejor de la esperada: se logró entrar a MTV Latino (las radios aquí dijeron no).  

Esta historia, al menos en relación a la música, no tiene un final muy feliz que digamos. La biografía personal del popmeister de cuya cabeza salieron las canciones decidió que el proyecto feneciera y ahí quedó otro caso de disco peruano con difusión cercana a cero, como su precio al consumidor: como si nunca hubiese existido.

Pero hay moralejas y luces al final del túnel. Y, también, una terquedad a prueba de balas, una que hace que el popmeister vuelva de su propio olvido e insista en seguir siendo ciudadano del Reino Gratén de la web. ¿Se habrán aprendido las lecciones del pasado?

Esta historia va en tiempo real. Continuará...







 


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