Me harté de los mp3s. Un breve retorno a los vinilos me hizo comprender lo que me estaba perdiendo. Pero ese mismo retorno al pasado y al tornamesa me hizo también abrir los ojos: el supuesto sonido superior del vinilo frente al CD es solo un mito. Hay dos maneras de sustentar esta afirmación: la científica y la del testimonio personal. Esto último es lo que escribo ahora en un post kilométrico ayudándome con citas de lo primero, engordando de paso la gran cantidad de palabras que ya se han dicho al respecto, pero que vale la pena repetir porque los vendedores de sebo de culebra insisten en el tema. Mientras tanto, ayer empecé nuevamente a comprar CDs (y, si hay suerte, SACDs) luego de haber estado secuestrado en ese reino oscuro y legañoso del mp3. Pero me choqué contra la pared de los precios: carísimos. Compré tentativamente dos, en versiones remasterizadas y con ánimo investigativo: Nada personal de Soda Stéreo y L.A. Woman de The Doors, que no solo está remasterizado, sino también remezclado por Bruce Botnick -el ingeniero de sonido y productor original del grupo- y los integrantes que sobreviven. Para los que no saben exactamente cómo se graba un disco, la palabra "remix" puede sonar a herejía o pista de baile de discoteca, pero tal temor es solo una pequeña trampa de la costumbre.
Veredicto: el Nada personal (1985) suena increíblemente bien. Nunca lo escuché mejor. La versión anterior en CD era espantosa, delgada, sin fuerza y medio intrascendente. Esta edición podría convencer a los incrédulos de que Soda era después de todo un buen grupo.
L.A. Woman (1971) es hipnotizante. Como se sabe, este disco se grabó en una pequeña sala de ensayos y en muy pocos días, con un Morrison sobrio y colaborador. Tengo la impresión de que la nueva mezcla intentó recrear ese ambiente. Es posible imaginar el espacio y el lugar donde están el vocalista y los instrumentistas. Los paneos "hard left" y "hard right" -escucho siempre con audífonos- tienen esa misión (antes molestaban). El sonido parece de otro mundo porque se parece demasiado al mundo real.
Pero entre los dos CDs gasté 100 soles, lo que a pesar del placer recibido, me parece una barbaridad. Porque mi renovada adicción audiófila -no me gusta la palabra, pero sigo la convención- podría llevarme a la bancarrota. Puedo entender los reclamos de los que no pueden o quieren pagar y prefieren por eso el formato comprimido, pero si estas mismas personas reclaman la muerte del CD están pidiendo algo tan terrible como convocar a la quema de libros. Es probable que la maravilla de la tecnología digital en relación a la calidad del sonido aún no sea manejable para muchos. Pero en esta era del reinado del mp3 nunca se puede pelear poco: el CD, el SACD o el DVD-A, no pueden morir. No deben.
Esto no tiene nada que ver con la pelea entre un "original" y un "pirata". Es otra cosa: es pelear por la experiencia transformadora de la música y el sonido. Me sucede con los libros, me sucede con las películas y anoche, después de mucho tiempo, me sucedió con la música. Después de The Doors apenas si pude dormir.
Lo del vinilo como mito es una provocación. Aunque hay circunstancias excepcionales en las que un vinilo suena "mejor" que un CD, por lo general nunca es así. La "calidez" o la "naturalidad" relacionadas con el vinilo son la mayor parte de las veces impresiones tan esotéricas como creer ver a la Virgen en la caprichosa formación de un zapallo cualquiera. Pero eso vendrá en un post que espero terminar. Es un tema interesantísimo porque va al fondo mismo de nuestra percepción de la música. Porque de todos modos ayer, paseándome por las tiendas, no pude evitar coger un LP impecable de los Stones, ver su maravilloso arte gigante y, de pronto, escuchar una voz que me compelía a gastar 80 soles extra. "Se escucha mejor", insistía.