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jueves, 27 de noviembre de 2008

Etiqueta blogger


Justo ahora que muchos piensan que escribir en periódicos ya fue y que no queda más que Blogger (hasta que Blogger cierre o nos cierre o decida qué hacer con tanta libertad de expresión), justo ahora, digo, me parece pertinente darle vueltas a la idea de qué significa publicar en internet. Haré una rápida y personal mesa redonda conmigo mismo. 

Me inspira el último post de Esther Vargas, en el que se pregunta a dónde se fue lo escrito por un periodista de Etiqueta Negra sobre el caso de Peru21 (meditación filosófica sobre la cual también se comentó en este blog). La Vargas pide que alguien le ayude a ubicar el texto en cuestión y al toque me dije: "hey, ¡yo lo tengo!" (1), pero acto seguido un tic de pudor seudoético me hizo esconder el mouse que hubiera abierto el archivo. Me puse a pensar mientras me rascaba el cogote y miraba al techo, que es como suelo pensar, y me dije: ¿no estaré violando algún tipo de regla o derecho de autor? ¿No será poco etiquetoso -léase, "mala leche"- republicar lo que se despublicó quién sabe por qué razones?

El caso no es nuevo. Me parece que antes sucedió con un texto sobre el que Iván Thays pidió expresamente -porque él era el autor- no sea circulado por otros blogs. Fue un texto que publicó y luego despublicó en uno de esos debates que el tiempo se encarga de calmar. Pero un precedente se estableció: es posible solicitar que no se republique, rebote, o se haga copy-paste lo que se publicó. Retroceder el tiempo, al parecer, es posible en internet.

No estoy muy de acuerdo (y a partir de aquí dejo de hablar del ejemplo del párrafo anterior y me referiré a mí mismo). Es verdad que metemos la pata una y mil veces con lo que escribimos. Es verdad que con la cabeza caliente salen posts de esos medio desquiciados y eléctricos que, luego de releídos, nos producen un profundo dolor en la boca del estómago. Pero creo que -aunque es nuestro derecho despublicarlos, borrarlos o hacer como si nunca hubiesen existido- algo se rompe dentro de la etiqueta -el código de conducta, no la revista- blogger. Hay algo que contradice mi sentido común si por la facilidad de las herramientas de la web 2.0 puedo yo deshacer mi propia mazamorra que salió más ácida, aguada o espesa de lo acostumbrado. Mi sentido común me dice: alguien ya lo leyó y me debo a ese alguien para cualquier discusión futura.

¿He querido borrar posts? Pues claro, como a todos nos ha pasado. A veces corrijo errores ortográficos o aclaro líneas que en la relectura tienen la fluidez de estilo de un chiquillo de quinto grado. A veces he querido reescribir todo o simplemente olvidarlo. Es normal: es el problema de la rapidez. Pero también es el problema del rollo web 2.0: no tenemos editor: the gatekeeper, diría Keen, is gone.

Tengo un truco sencillo para evadir los roches mayores en el posteo: envío los textos medio polémicos -si es que alguna polémica suscita este blog- a alguien de confianza (que no es mi madre). Digamos que es un lector con cierta experiencia al que sobre todo se le pide que detecte vacíos, arbitrariedades, lagunas, afirmaciones sin sustentar, oscuridades, chistes que no se entienden, etc. No se le pide que polemice conmigo: simplemente que me diga si lo que digo se sostiene. Todo comentario es bienvenido y casi siempre el texto mejora.

El proceso dura unos minutos (vamos, que tampoco es una tesis) y hago click en "publicar" con la confianza de la tarea hecha. El resto es materia y comidilla de los lectores.

Creo que a muchos politibloggers les vendría bien ese proceso en dos sencillos pasos. Es como cruzar la pista: primero mira a derecha e izquierda y luego cruza. Porque leyendo algunos posts sobre la candente actualidad peruana uno ve terribles accidentes, carreras felices hacia la muerte por atropello, ticos humanos en zig-zag envanecidos con su ansias medio suicidas de usar la opinión como una pistola en la sien (en la propia). Digo, releer no cuesta nada. Menos cuesta pedirle a otro que te lea, sobre todo si pides la cabeza de un ministro o la del Presidente del Mundo. 

A Esther Vargas le respondería: lástima, no puedo pasarle el texto que solicita. Es cierto que despublicar algo por internet es como si mandara una columna para un cierre de edición pero que, al descubrir horas después y en la noche que dije una gran estupidez, me despertara tempranito al día siguiente con la plena convicción de que podré evitar que los ejemplares se distribuyan, se compren o se miren. Sería absurdo por imposible. Pero en internet sí que se puede.

Es cierto: el caché de google está ahí. Pero usarlo es como fisgonear. Concluyo: aquí no se republicará nada por el momento, aunque tampoco se despublicará. Y seguiré feliz en mi mesa redonda pasando al siguiente tema: ¿por qué diablos me salen estos posts tan largos?


(1) Lo guardé hace unos días -extraído del caché- después de percatarme también que desapareció.

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