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viernes, 18 de septiembre de 2009

La turba en campaña

El mundo de las campañas 2.0 es así: a algún iluminado se le ocurre una idea y se la comenta por chat a su yunta, quien lo celebra; éste a su vez se lo comenta a otro y, así, quizás en sesión tripartita y con risitas entrecortadas, entre todos se convencen de que el brillante chispazo puede ser una bola de nieve que convoque a decenas, centenas o miles de internautas. ¿El objetivo? Que la masa digital llame la atención de la prensa, consiga un titular, rebotes, más adeptos y, quién sabe, coronar el éxito con un cambio en el mundo real. El creativo suele ser entrevistado, tiene diez segundos de fama y el periodista concluirá su nota subrayando la cada vez más creciente importancia de las redes sociales en el mundo. "Sí pues", dice el público general, "la red lo es todo: 2.0 o muerte".

Y así se sucedieron algunas campañas 2.0: "Adopta un Congresista", la campaña pro Augusto Alvarez Rodrich a su salida de Peru21, la "Bandera a media asta" (que ya no recuerdo para qué era), Todos con Godoy (soporífera manifestación tribal de cierto sector periodístico) y hasta una Tuitertón pro los niños de Puno. Ya depende del lector hacer el balance: ¿cuál de todas ellas fue exitosa en producir un cambio? Quizás solo en sentido real la Tuitertón: hubo una recaudación tangible. Pero, ¿las demás? Aunque no hubo cambios -basta ver que la última entrada del blog "Adopta un Congresista" es de febrero de este año y terminó siendo un silo de bromas cada una peor que la otra- sí tuvieron éxito en otra cosa: en ser efectivas plataformas de publicidad para sus miembros más notorios. De nuevo, el esquema piramidal usando a la turba para beneficio de la elite.

Pero he ahí una habilidad que no todos tienen. Convocar y movilizar turbas 2.0 no es fácil. Hay algo de conocimiento, de brujería, de viveza y de suerte para que las cosas marchen como se sueñan. Suerte sin duda fue lo que le faltó a Franco Uribe, estudiante de sociología que convocó a través de Facebook una movilización contra Manuel Burga, presidente de la Federación Peruana de Fútbol. Así lo contaba Peru.com días antes de la marcha:

La cuenta en Facebook hasta el momento es un éxito, ya que ha logrado juntar a cerca de cinco mil peruano [sic], que reclaman cambios drásticos en nuestro balompié. Por si fuera poco, el joven promotor de la campaña también ha entrado en conversaciones con algunos jugadores de la Agremiación de Futbolistas, quienes también apoyarían la causa.

La causa concitó la atención también de Peru21 y El Comercio. Pero llegó el día y no sucedió nada. O muy poco: 30 personas. ¿Qué pasó, que pisó? Lo más probable es que la mayoría tuviese algo más importante que hacer ese día.

Pero más allá del fracaso, el episodio deja algunas lecciones. La más obvia: una cosa es el éxito en la red y otra el éxito en el mundo real. La segunda es más sutil: ¿cuál de los dos éxitos es relevante para la prensa? Más aún: ¿cuál de los dos éxitos es relevante para la publicidad? Y una más: ¿es suficiente 5,000 inscritos virtuales para sospechar que hay algo en el ambiente, una demanda insatisfecha, o unos -como dirían los politólogos- potenciales focos de conflicto que puedan asustar a un congresista, a un presidente de Federación o hasta al mismo Presidente?

Quizás el efecto sea más psicológico que otra cosa, un bluff en la mesa de póker. Cinco mil inscritos en una campaña virtual es como la maqueta, pero no el edificio; es decir, la promesa, pero no el efectivo cumplimiento de la palabra empeñada. ¿Hay espacio de maniobrabilidad y de negociación con palabras empeñadas a través de un mouse? Lo hay. Transformar la notoriedad de las campañas virtuales -desde las virales hasta las cívicas- en beneficios reales es una historia que todavía está por escribirse. Pero es una historia que hasta el momento le pertenece a la publicidad, no a la política. Tenga o no éxito una campaña en el mundo real, el éxito virtual -inflado a su vez por los medios tradicionales- no es un bolsón desdeñable ni poco aprovechable.

Hay un tema más, quizás más obvio, pero no menos importante: la justicia intrínseca a las campañas. ¿Era necesario el maleteo a los congresistas? ¿Tenía sentido protestar por el despido de un periodista? ¿Es Godoy el nuevo Hildebrandt? ¿Es Burga culpable de que Pizarro no meta gol? Quizás en una mesa redonda con personas inteligentes se lleguen a conclusiones muy distintas a aquéllas de las campañas. Pero el objetivo de éstas no es una mesa redonda. Es el contrario: servir de plataforma para tribunales del pueblo, interjecciones y adhesiones de sobremesa y leyendas urbanas. Una campaña moviliza emotividad, el tipo de emotividad que un publicista valoraría mucho. 

La última campaña notoria -rebotada por El Comercio- es una de Facebook a favor de Eva Bracamonte y Liliana Castro Manarelli, personajes envueltos en un misterioso crimen. La controversia que las rodea hace más claro que una campaña 2.0 es un terreno resbaloso, ambiguo, que favorece el mito -el tan mentado "jucio mediático"- y desdeña las razones. Pero si algo enseña esta campaña particular es que su dinámica ya está democratizada. Ya no es solo un grupo quien las produce: ahora todos tienen una razón -cívica o no- para hacer campaña.

Leyendo las noticias sobre el problema con la locación de la próxima Feria de Libro en Miraflores se me ocurrió que la historia sería un pretexto perfecto para campaña 2.0: agarrar de piñata al alcalde Masías, convocar adherentes, obtener rebotes en prensa y forzar el uso del Parque Kennedy para la Feria. Pero de nuevo las preguntas afloran: si la municipalidad teme a la turba 2.0 el objetivo se habrá cumplido. Pero si no: ¿quién entonces se beneficiaría por una campaña así? 

Actualizacion 19 de setiembre. Al parecer 30 es el número mágico. Según nota de El Comercio: "Plantón por Eva Bracamonte y Liliana Castro no congregó a más de 30 personas". Mi recomendación para futuras campañas 2.0 es la siguiente: desistan de llevarlas a la realidad. Es más vistoso decir que tienes 1,000, 2,000 o 3,000 inscritos en Facebook que hacer roche en la calle. Total, es casi como si fuese un apoyo real. 

 


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