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martes, 23 de diciembre de 2008

Esas mentes brillantes


El domingo El Comercio publicó los resultados de su encuesta "Lo mejor del 2008". La verdad, preferiría que con estas listas de "lo mejor del año" los medios se animaran a deliberar internamente lo que ellos consideran, con toda honestidad, lo mejor de lo mejor. Digo, si una función tienen es la de ser criba inteligente de la gran cantidad de cultura y entretenimiento producidos a lo largo de 365 días y no solo canal del clamor popular. Por ejemplo, sería interesante comparar la lista de El Comercio, con la lista de La República, de Peru21, de Correo, de La Primera, etc. Al menos, habría pretexto para una animada charla pre o post navideña con la respectiva sacada de ojos. Nada como discutir qué fue lo mejor para provocar la furia hasta del más ecuánime.

Planeo rescatar en este post solo al ganador del rubro "Mejor obra teatral del 2008". El honor le correspondió a La prueba de David Auburn, bajo la dirección de Francisco Lombardi, quien también ganó la distinción al Mejor Director. Y como para cerrar con broche de oro -como diría Rulito Pinasco en imaginada ceremonia- Wendy Vásquez obtuvo la mención a la Mejor Actriz.

Vi La prueba hace unos meses, pero no me animé a escribir nada sobre ella. Lo hago muy brevemente ahora y como pretexto para otra cosa. A la distancia mantengo un buen recuerdo del trío formado por Wendy Vásquez, Vanessa Saba y el veterano y sólido Carlos Gassols. No así de Diego Lombardi, quizás el eslabón actoral más flojo en una obra de solo cuatro personajes. En La prueba -que en la visión de Lombardi tenía durante sus dos horas un cansino tono melodramático, luces cálidas y brevísimos segundos de música de piano entre actos- se muestra la historia de una muy joven estudiante (Wendy Vásquez) de matemáticas -hija de un consagrado genio fallecido en la demencia-, que pelea por sobreponerse a la reciente muerte de su padre y cargar con el peso y el peligro de su propio talento. La "prueba" del título es a un tiempo personal e intelectual: la joven debe superar los temores sobre su salud mental -¿habrá acaso heredado no solo la genialidad, sino también la locura paterna?- y mostrar que la comprobación matemática de un teorema -perseguida por años no solo por su padre, sino por otras mentes tan brillantes como la de él-, es realmente suya.

En La prueba la asociación "genialidad-demencia" es muy explícita y es lo que le da a los diálogos sus tensiones, sus momentos sorpresivos, sus explosiones muy dosificadas. La Vásquez puede pasar de vulnerable a incontrolable, de murmurante a rugiente en pocos segundos, dejando al espectador con una sola pregunta sobre la cabeza: ¿llegará a romper con su cordura? Fue un gran papel para la actriz: en su mirada esquiva, su lenguaje corporal de niña y su ceño fruncido se podía entender que la verdadera historia de su genio no estaba sobre el escenario, sino en lo que ella nos dejaba imaginar. Más espacio había en La prueba para el intenso drama familiar -la confrontación con una hermana de espíritu ejecutivo, pero sin muchas luces- que para las emociones numéricas.

Y creo que ese pequeño detalle me dejó ligeramente insatisfecho. Porque la genialidad en La prueba está tratada como una gran abstracción. La protagonista podría haber sido química, física, bióloga, arqueóloga, etc. sin que cambiese gran cosa el efecto general. Quizás asumiendo que había algo de específico en el genio matemático, en mi propia fantasía esperaba que alguien de pronto sacara un pizarrón y trazara unas cuantas ecuaciones para deslumbrarnos. Bueno, eso nunca sucedió. En vez de ello se nos dejó a los espectadores con esa vaga idea de un mundo académico en el que algo "muy importante" se estaba descubriendo, quién sabe qué. Caprichos míos.

Pero lo cierto es que, en la vida real, las matemáticas puras son un reino tan fascinante como el de, por ejemplo, la música (tengo en mente Amadeus, otra obra teatral sobre el genio que se estrenó este año en Lima). Por cierto, pocos son los privilegiados con llave de acceso, pero es sorprendente saber cuánto de los cimientos de lo que conocemos hoy descansa sobre el talento de los hombres de números. Desde el mítico Baldor de la infancia hasta los bigotes de Einstein, los matemáticos poseen un aura magnética muy especial. Los legos -más aún si nos vamos por las letras- nos conformamos con sumar y restar. Ellos nadan en un mar insospechadamente infinito.

A propósito de La prueba, entonces, posteo un documental que es casi como esa otra cara de la moneda que la obra no mostró. Es el viaje intelectual de un genio de las matemáticas que logró probar lo que por siglos se había matenido sin prueba: el último teorema de Pierre de Fermat. Seguro muchos lo han visto, pero para los que no, será aleccionador. La historia comienza con un teorema que todos hemos conocido y aplicado: el de Pitágoras.


xn+ y n = z n


Lo que dijo el famoso francés Fermat en el s.XVII fue que, para cualquier valor de n mayor que 2 (el que nosotros hemos usado por siempre), no existe solución alguna. Lo dijo, pero nunca dejó por escrito cómo llegó a esa conclusión. Eso fue lo que Andrew Wiles, profesor británico nacido en Cambridge, desentrañó en los noventa catapultándose a la fama y a las portadas de revista. Auburn se inspiró parcialmente en su proeza para escribir La Prueba -como también en la historia de John Nash, luego hecha película- pero el honor mayor, si cabe el término, que tuvo Wiles fue el haber visto su historia -aunque bajo el nombre de ficticio de "Daniel Keane"- convertirse en un musical: Fermat's Last Tango.

El documental de la BBC, Fermat's Last Theorem, se estrenó en 1996 y creo que lo más me gustó fue este detalle final: la lista de todas esas otras mentes brillantes cuyos trabajos ayudaron a Wiles a subir una montaña aparentemente imposible. Todo el tiempo estuvo parado sobre los hombros de gigantes.



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