(Por si acaso: uno mismo no se salva de las atorrantadas, pero siempre hay propósito de enmienda).
Una de esas ideas o frases atorrantes que circula últimamente es aquella del "litio, por favor" en referencia a los desatinos de Alan García. Los desatinos presidenciales pueden explicarse de muchas formas -quizás, sobre todo, porque García es un experto en volverse camaleónico con el auditorio que tenga al frente-, pero el manual del atorrante prefiere sacar en cara con automatismo desubicado ese desequilibrio que suena bien desequilibrado llamado "desorden bipolar" y, además, su supuesta receta ideal: el "litio". El "enfermo mental" necesita medicación y, sin medicacion, se vuelve un sonso o no piensa bien. Un medicado, implícitamente se sugiere, no debería ser presidente.
En fin. Para alguien que ha pasado por la medicación en algún momento de su vida -y para alguien que conoce a gente medicada- esta infeliz atorrantada de estigmatizar todo aquello que es tema de la psiquiatría o la psicología con fines politiqueros le parece justamente una de las razones por las cuales muchas personas -públicas o comunes y corrientes- prefieren inhibirse de hablar, discutir y plantear abierta y francamente con personas de confianza sus líos del ánimo. No me meteré en asuntos que corresponden al trabajo de los expertos ni en las controversias sobre la medicación o la psicoterapia. Solo diré que si la depresión o los episodios maníacos, por ejemplo, o todo aquello que sea un obstáculo anímico para la búsqueda de la felicidad, sigue cobrando víctimas se debe en parte a la payasada popular de colocarle un sello de desprestigio social a todo aquél que en algún momento requirió de ayuda profesional (o que, en estos momentos, la busca o la necesita). Pero el atorrante será y seguirá siendo atorrante: quizás no sea el litio, pero en otro momento se burlará de la vida sexual, del físico o -en un giro de atorrantismo delirante- de los lugares donde comes, bailas o compras. Para él todo será igual de despreciable si no está en su ombligo.
Así que aquí lanzo mi sencilla pastilla para los atorrantes: piensen, luego escriban.