Siguiendo con la literatura de Uruguay, me tomó por sorpresa en mi visita a la Feria del Libro miraflorina encontrarme con el nuevo libro de Mario Vargas Llosa El viaje a la ficción: el mundo de Juan Carlos Onetti que, obviamente, compré.
Mi historia personal con Onetti empieza con una muy vieja enciclopedia literaria que leía de niño en la que, además de la información esperable sobre escuelas, movimientos y títulos sobresalientes, también aparecían fotos de algunos autores. La sección latinoamericana estaba especialmente ilustrada: un joven Vargas Llosa sonreía de oreja a oreja y un circunspecto García Márquez, si no recuerdo mal, aparecía de perfil llamando la atención sobre su bigote.
Pero la foto que más me intrigaba era la de este señor de anteojos con montura gruesa y mirada asustada, que observaba oblicuamente, casi como si no quisiera mirar, el lente del fotógrafo. Para un niño de los ochenta, los anteojos de montura gruesa -a veces llamados de carey o de pasta- siempre fueron una señal de tiempos remotos, de modas remotas, de intelectualidad mítica. Ese mismo niño no tenía la sospecha de que, años después, lo anacrónico se volvería cool y que, debido a una miopía que parece que no tiene cuándo detenerse, terminaría usándolos también por una cojera mental vanidosa o porque, según la pareja que tenía entonces, no solo víctima de la moda sino profesional de ella, no existía otro tipo de montura que le quedase más o menos bien. Pequeñas miserias de los rostros poco armoniosos.
Onetti, entonces, me proyectaba una especie de fealdad misteriosa solo por la foto. Leyendo su trayectoria el misterio crecía aun más: el apelativo Juntacadáveres se me quedó pegado en la memoria como la puerta a un mundo árido, solitario y silenciosamente desesperado. No pasó mucho tiempo hasta que me hice de un par de sus libros. El fracaso en la lectura fue estrepitoso: ¿de qué hablaba?, ¿qué era precisamente lo que quería contar? Desde entonces, el adolescente relacionó el universo onettiano con una frase-garrapata que en realidad era una sumilla perezosa: profundamente admirable, pero eternamente indisfrutable.
Vargas Llosa -cuyo libro es resultado de un curso que dictó en Georgetown University y para el cual releyó la obra de Onetti de principio a fin- empieza El viaje a la ficción con un muy extraño viaje al amanecer de la humanidad. Tal como si relatara el inicio de la película de Kubrick, 2001: Una odisea en el espacio, nos pide que retrocedamos en el tiempo al momento en que el ser humano todavía no era un ser humano, sino un homínido que gruñe, recolecta y caza como puede. Es un ser dependiente de su entorno y de lo que puede hallar en él. El gran salto hacia su desanimalización es, dice MVLL, el lenguaje. Pero lo que realmente catapulta a este antepasado hacia la civilización es su capacidad de pensar o soñar otra vida distinta a la que tiene a través de las palabras. El contador de historias, en ese pasado lejano, tiene esa misión: provocar que los que escuchen salgan de sí mismos, se insubordinen a la realidad. Esas "mentiras" son el germen de la cultura.
Para los que conocen la metaliteratura de MVLL la sentencia no es tan sorpresiva: el contador de historias es su "hablador", el antecesor de su "escribidor". Pero sí he creído detectar un giro mucho más positivo al que he solido leer en ensayos anteriores. Porque a veces pareciera que ese soñador o contador de historias, en la versión tradicional, viviera de espaldas a la realidad o en contra de ella, en una especie de dicotomía irreconciliable. A la larga es la dicotomía aparentemente irreconciliable entre literatura y política. En La verdad de las mentiras, MVLL decía lo siguiente:
Las mentiras de las novelas no son nunca gratuitas: llenan las insuficiencias de la vida. Por eso, cuando la vida parece plena y absoluta y, gracias a una fe que todo lo justifica y absorbe, los hombres se conforman con su destino, las novelas no suelen cumplir servicio alguno. Las culturas religiosas producen poesía, teatro, rara vez grandes novelas. La ficción es un arte de sociedades donde la fe experimenta alguna crisis, donde hace falta creer en algo (...)
El énfasis es del propio MVLL. Podemos interpretar la "vida plena y absoluta" como un éxito político en el que la ficción pierde su razón de ser. Pero, ¿cómo así la poesía y el teatro no son ficciones, a pesar de ser trabajos de la imaginación? En El viaje a la ficción, tengo la impresión, el papel de la ilusión y de querer "ser otro" es mucho más amplio y abarcador, quizás menos ambiguo:
Difícilmente hubieran sido posibles todas esas hazañas y descubrimientos en la materia y en el espacio, en la mente y en el cuerpo, en la geografía y en la conciencia y en la subconciencia, ni hubiéramos alcanzado, al igual que en la ciencia y la técnica, en las artes las deslumbrantes realizaciones de un Dante, un Shakespeare, un Botticelli, un Rembrandt, un Mozart o un Beethoven, si, antes de todo ello, no nos hubiéramos puesto a soñar historias a veces tan persuasivas que indujeron a ciertos lectores apasionados, como el Quijote o Madame Bovary, a querer convertirlas en realidades, y a tantos otros a actuar con ímpetu y genio para que la vida real se fuera acercando más y más a la que creamos con nuestra fantasía. (pág. 30)
En este marco de ideas, la de Onetti es una obra que como pocas describe esa necesidad humana de inventarse una "vida paralela" junto a su "vida verdadera", un escape de sus propias limitaciones. Es una obra que, por sobre los personajes fracasados y amargados que describe, aunque sin duda debido a sus mundos inventados como Santa María, "ilustra el proceso creativo y la razón de ser de la literatura".
En el capítulo final, luego de los apuntes biográficos y el análisis de los libros, MVLL hace un balance. Me interesa rescatar este pasaje porque delinea un puente imaginativo entre la ficción y la realidad, entre la literatura y la política. Es el tipo de pasaje que inspira muchas discusiones posteriores.
"...el referente de sus mundos inventados, Santa María, Lavanda o Enduro, es una realidad corroída por la desesperanza y la frustración en la que, como Brausen y Onetti, millones de seres que se sienten fracasados y derrotados en un mundo asfixiante y sin salida optan por la fuga a lo imaginario. No necesariamente hacia lo imaginario en su expresión artística, aunque en algunos casos sí, y ésa es la razón por la que América Latina, que ha errado y fracasado una y otra vez en sus opciones políticas, sociales y económicas, ha sido en cambio tan poco subdesarrollada y tan creativa en el dominio artístico: la música, la danza, la pintura, la literatura. Pero optar por lo irreal en los compromisos históricos, en las apuestas sociales, políticas y económicas, conduce a una sociedad a la pobreza económica y a la barbarie política. La mejor definición del subdesarollo tal vez sea esa: la elección de la irrealidad, el rechazo del pragmatismo en nombre de la utopía, negarse a aceptar la evidencia, perseverar en el error en nombre de sueños que rechazan el principio de realidad." (pág. 231)
Énfasis mío. Me voy a almorzar con ese pensamiento.