Hoy me pasó algo curioso, aunque más bien debería decir que es una cosa frecuente, pero que por frecuente no es menos curiosa. En la tarde terminé de leer una novela y decidí tomar un pequeño descanso. Sabía que no podía ser un descanso muy largo porque debía salir. Así que me acosté con la plena conciencia de no hacerlo por más de treinta o cuarenta minutos. Pero al echarme en la cama sucedió lo que suele suceder: caí dormido y empecé a soñar.
No recuerdo el sueño. Las imágenes son en mi recuerdo inconexas, pero seguramente relacionadas a la lectura que acababa de hacer. Pero lo importante vino al final: estaba caminando en un lugar que presumo era una especie de feria, de kermesse, rodeado de personas que me miraban y acompañaban. Una de estas personas se me acerca, me dice algo que no comprendo, saca una especie de globo y lo revienta en mi nariz. En ese mismo instante me despierto con un sobresalto, tal como si saliera de una pesadilla, pero agradecido porque mi siesta -así lo descubrí al ver el reloj- no fue tan larga. Mi actividad cerebral vino con su propio despertador.
No es la primera vez que me sucede y sospecho que es un sueño común. Pero sé poco de sueños porque hace mucho que no les presto atención. Por supuesto, no les confiero ningún tipo de poder clarividente ni consulto diccionarios oníricos. Y las interpretaciones psicoanalíticas -que en algún momento, hace mucho, me parecieron decidoras- ahora creo que, con una pizca de creatividad, siempre pueden acomodarse a lo que al yo se le antoje decir. En otras palabras, creo que puedo vivir tranquilamente sin inconsciente.
Pero los sueños siempre pueden ser un punto de partida para alguna conversación interesante. Contar sueños es como hacer el resumen del capítulo de TV de una serie de la noche anterior: un buen pretexto para entrar en los meandros de la miscelánea y de lo trivial.
Por ejemplo, hace poco soñé lo siguiente: una serie de personajes que conocía, pero que ya no frecuentaba, me reclamaba casi al unísono y en simultáneo no solo haberme enredado con sus novias, parejas o esposas, sino también, habérmelas "quedado" de algún modo. Era un sueño de tinte culposo, aunque en el sueño yo retrucaba convincentemente haciéndoles ver lo que, a todas luces para mí, era un error de interpretación.
Al despertar, el episodio onírico me hizo mucha gracia. Pero antes que pensar en los siempre borrosos hechos de mi vida pasada, el sueño me recordó a los cucos. No a los monstruos que se invocan para asustar a los niños, sino a los pájaros. Como se sabe, el cuco -algunas especies, no todas- coloca sus huevos en nidos ajenos, camuflándolos bastante bien entre los huevos de otras especies. El huevo del cuco tiene la particularidad de empollar antes que los demás y, una vez que lo hace, el nuevo polluelo destruye a sus hermanos de nido, mas no de ADN. El porqué de esta "maldad" evolutiva está bastante bien explicado por los especialistas (aunque sería largo de ponerlo aquí en palabras legas).
Pero el caso es que el sueño me hizo pensar que mi personaje al dormir fue el de una especie de cuco sentimental: alguien que se mete en el nido ajeno para sacar algún provecho. ¿Habría alguna razón para este comportamiento romántico que es, en buena cuenta, antirromántico? ¿Tiene algún tipo de ventaja para el "pájaro" anfitrión, tal como sucede en la naturaleza? ¿Existe alguna buena razón para la existencia de los cucos humanos?
Seguí desvariando despierto durante algunos minutos y llegué a la conclusión de que todos los seres humanos somos cucos románticos. ¿Cómo así? Me caigo de sueño así que el desarrollo de la respuesta será para otra entrada.