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miércoles, 15 de abril de 2009

Publicherry

m. Dícese de la nota periodística que quiere pasar por noticia, pero que tiene intenciones publicitarias escondidas.

La naturaleza del publicherry es maleable: puede ser una nota larga o pequeña, puede ser una mención de refilón o una nota de portada, puede tener palabras serias o altisonantes. Es un terreno donde las fronteras entre lo relevante y la publicidad no están bien definidas. Corrección: es un terreno donde las fronteras están bien definidas -definidas por la ética, esa cosa que no sirve para nada o, como dijo nuestro filósofo más caro, que no se come-, pero que el ejercicio transpirado de un cierre o un posteo pasa por alto porque, bueno, hay que cobrar la quincena.

Cuando el publicherry se da en la política los analistas del todismo y los profesores del metomentodo hablan de "prostitución de la línea editorial". Le sucedió, por ejemplo, al caricaturista Alfredo, vapuleado por ese lado conchudo de la blogósfera, el que ve la paja en el ojo ajeno y no el tronco en el propio. Pero es probable que un caso como el de Alfredo -quien opinaba a título personal, pero cuya empresa tenía un tipo de relación comercial con el Estado- haga claro lo que no solo debería ser obligatorio en la política, sino en todos lados y a cualquier hora: los conflictos de interés, esos que potencialmente pueden dañar o torcer una opinión. En otras palabras: no puedes ser juez y parte. Y si lo eres, haz esa filiación transparente, sobre todo si lo único que buscas es reventar cuetes, actividad lambiscona completamente decente y legítima. Ser un Pecoso Ramírez no tiene nada de malo.

Pero si bien la política tiene sus mecanismos de vacunación más o menos al día*, es en la cultura donde las cosas se mueven en arenas movedizas. Hace poco escuchaba a Walter Mossberg, experimentado columnista de tecnología del Wall Street Journal, preguntarle a David Weinberg -el simpático autor que afirma que todo en esta vida es misceláneo-, sobre cómo leía él las reseñas tecnológicas aparecidas en un foro cualquiera de internet. ¿Cómo sabía si la opinión dada por un personaje sobre, por ejemplo, una cámara fotográfica no había sido pagada por la empresa productora de esa cámara? Mossberg decía que él tenía una política como columnista y que estaba a la vista de cualquier lector: cada aparato o gadget que le era enviado para una reseña era devuelto apenas el trabajo estaba terminado. No se quedaba nunca con nada. Pero no solo eso: tampoco aceptaba un descuento si es que una compañía se lo ofrecía por ser un periodista conocido e influyente. Mossberg remató con lo siguiente: "no podría actuar de otra manera porque violaría mi ética personal, pero también es importante dejar en claro que mi periódico me despediría en el acto si lo hiciera".

Well, well, well, oh, well, dijo Lennon.

De vuelta al mundo real, donde la ética es una servilleta de papel, vemos que el publicherry es la norma. Lo otro es la excepción. Ejemplos abundan, aunque sería odioso enumerar como es odioso enumerar los casos de racismo explícito en la prensa peruana. Con internet las cosas son mucho más porosas: ahora blogs se abren solo con fines publicitarios, pero sin dejar en claro que son publicitarios (he visto alguno incluso firmado con seudónimo, en el colmo de la frescura). Pero quizás lo más triste es ver a periodistas con nombre y apellido subidos en la montaña rusa del publicherry, quizás convencidos -es lo que me gustaría creer- que su entusiasmo por ciertos productos es realmente honesto. Ese no es el punto: el punto es que hay un conflicto de interés. El punto es que está mal. 

Pero lo anterior es arar en el desierto. Mi pronóstico es oscuro y gris. Internet ya volvió las fronteras realmente inexistentes y los medios "tradicionales" ya están contagiados. Pero, como diría Gisela, cuando la noche es más oscura la luz se ve con mayor claridad. La asfixia del publicherry -que es el cáncer de toda discusión e intercambio de ideas honesto- deja entonces un amplio espacio libre para que algunas voluntades periodísticas -quizás marcianas- vayan a contracorriente de lo usual. Es probable que no sean los más populares -es conocido que el internauta promedio tiene solo dos ánimos posibles y extremos: el entusiasmo idiota y la acritud más inhumana-, pero sería un servicio que se agradecería. 

Soñar no cuesta nada.

* Ayer veía a Beto Ortiz pasar revista en su programa a ciertas columnas de opinión de corte "fujimorista" y guillotinar a cada uno de los autores. Es una forma de hacer uso del concepto "conflicto de interés", aunque otros quizás vean macartismo, no lo sé.




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