Con la variable periodística encima la cosa se pone más peliaguda aun. Porque el periodismo suele ser considerado un trabajo que "no es trabajo". El célebre "apostolado" de ciertas redacciones tiene dos sentidos que se hacen mazamorra hasta volverse una conflictiva contradicción: es esencialmente indigno como trabajo -poca paga (o ninguna), horarios imposibles, maltratos-, pero honroso, porque quien lo carga sobre los hombros lo hace por un ideal superior: el periodismo como servicio público. De ahí que quien se dedique al periodismo suela decir que lo hace porque es su "obsesión", su "pasión", su "inevitabilidad". También es curioso escuchar cómo algunos defienden sus vocaciones (porque nunca se encontrará a un periodista sin vocación) aduciendo razones de personalidad: "yo no podría aguantar horarios de oficina", dicen con una sonrisa en los labios y el secreto triunfo de ser una especie diferente.
Ay, pero cuando la quincena no llega -o llega de a pocos-, hay problemas: el periodista pierde su capa, su espada-pluma, su antifaz heroico y se vuelve un común mortal. Lo vemos en el caso de Panamericana. Pero también lo vimos hace poco con el caso del despido de AAR: mientras algunos pedían la renuncia generalizada bajo el ideal del "apostolado" (o sea, quedarse desempleados para probar un punto y seguir, quizás, en un blog) otros respondieron, con mayor calma, que lo profesional era quedarse. Bien visto, el "apostolado" vs. el "profesionalismo" son los dos grandes paradigmas sobre los que el periodismo de por acá se mueve. No provocan pocos dolores de cabeza.
En la blogósfera Marco Sifuentes ha hecho pública su búsqueda de trabajo o, al menos, los problemas que un periodista enfrenta en tiempo de crisis. Pero él viene a ser una excepción en todo el mare magnum virtual: la aplastante mayoría -este blogger se incluye- postea, escribe, rebota, informa, analiza, editorializa, comparte y discute ad honorem, sin cobrar un solo céntimo, robándole tiempo al tiempo y haciendo malabares para mantener el blog vivo. Lo curioso es que esta actividad -en algunos sectores, sin duda los más vistosos- ha reclamado también para sí la capa del "apostolado", pero añadiéndole una mutación que no sé si llamar peligrosa: el que no cobra, el que lo hace por amor, el amateur, es "más confiable". Así se puede leer en la gran cantidad de comentarios que inundan los blogs políticos que despotrican contra los medios establecidos. Pero si para la prensa tradicional las cosas pueden ser muy precarias, ¿qué cosa hace que, de pronto, la información salida de las esteras de la blogósfera se vuelva la solución?
Pues ninguna, salvo la fatal creencia del "apostolado". ¿Un mito, una tara? ¿O un asco visceral al dinero? Me inclino por lo último, percibiendo entre líneas una estela mental de aquellos viejos tiempos donde la riqueza era ofensiva. Pero en el fondo, pensar que la plata lo "mancha todo" es una creencia persistente en los círculos donde la meritocracia no existe. Y pocos sitios menos meritocrácicos hay que en la blogósfera: bajo el lema "hago lo que quiero" toda opinión o información vale lo mismo. Nadie está dispuesto a pagar -ni cobrar- por algo mejor.
La meritocracia profesionaliza y la profesionalización vuelve todo más meritocrácico. Cobrar por lo que se hace y cobrar más por lo que se hace mejor es un buen camino (más claro aún en tiempos de crisis). Lo que me pregunto es si en el periodismo tal idea es ya común. Uno pensaría que mientras la palabra "apostolado" exista -y se la considere un caldo de cultivo para presiones, injusticias y poca transparencia en la relación empleado-empleador, eso que se denuncia a gritos en la gestión pública- la respuesta es no.