Facebook supuestamente es para encontrar a los amigos, pero yo lo uso para todo lo que sea información impersonal.
Mientras menos sepan de mí, mejor.
No uso Twitter, quizás porque no pasé por ningún taller especializado ("aquí donde dice username, pones username; y dónde dice password, pones un password").
Sigo pensando que no sirve mucho para informarte, aunque sí para fisgonear qué informan otros.
Usualmente me rebotan tuits por chat y remato el visionado con una carcajada: "¡qué sobón!"
Conclusión: he deformado una herramienta y he abandonado otra que se oxidará sin remedio (mi nick de Twitter: @lacrita).
Pero, ¿qué de las herramientas más concretas?
Por ejemplo: mi compu es una herramientaza. Sirve para todo: escribir, photoshopear, navegar, grabar música y ver pelis.
Ha salido a cuenta: es la cuchilla suiza del mundo binario.
La uso día y noche. No puedo vivir sin ella.
Hay una sensualidad en la herramienta. Ver una significa tener ganas de usarla.
Sé que mi compu sirve para muchas otras cosas más, cosas que apenas si me he animado a investigar.
Pero sé que tales cosas no me serán útiles en el corto plazo.
Es evidente como la evidencia: de ser útiles ya las habría usado.
A veces dan ganas de usar herramientas inútiles, solo por el mero hecho de empuñarlas.
Porque usar una herramienta significa hacer algo, o sea, mantenerse ocupado.
Hacer muchas cosas al mismo tiempo: multitasking.
Lástima que el multitasking no se defina por su utilidad, sino por el hacer en sí.
Y es bajo el peso de esa definición que puedo pasar muchas horas frente a la compu, tener la sensación de estar haciendo mucho y múltiplemente, pero al final darme con la desagradable sorpresa de no haber producido nada importante.
Detesto el multitasking.
Es por tal odio que he redescubierto una herramienta que no debí abandonar nunca.
Se llama lapicero.
Su compañero se llama papel.
Dos herramientas para un solo task: escribir.
Escribir sin interrupciones neuróticas: sin parpadeos naranjas en el chat, sin reloadear El Comercio para que me informe quién se calateó esta vez.
Un flujo de palabras encauzado por el pensamiento concentrado.
Diríase que me he reencontrado con la felicidad.
Pero más bien es un beso boca a boca con la inteligencia.