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sábado, 2 de enero de 2010

El Che de Soderbergh

En la segunda parte del díptico de Sodebergh llamada "Guerrilla" el Che Guevera -internado en la selva boliviana al comando de una columna aislada del contacto exterior- empieza a ser llamado Ramón y, más adelante, Fernando. Es una sencilla estrategia que busca ocultar su identidad y no dejar pistas de su presencia en el país. Pero abandonar el nombre y el apelativo son seña de algo más: con la charada el Che va despellejándose de su identidad -entra a Bolivia con un pasaporte falso- y empieza a convertirse en una idea.

En ambas películas del díptico -"El argentino" y "Guerrilla"- no hay espacio para las minucias personales. El Che apenas habla de sí mismo. Sus diálogos son casi en su totalidad lecciones ideológicas o de humanidad, como si estuviese en el púlpito o como si cada minuto pasado con un cuadro o un campesino o un soldado fuese una buena oportunidad para pasar la bueva nueva, la de un mundo más justo, con menos explotados, justificando de paso por qué la lucha armada es el único camino para la liberación de los pueblos.

Pero a pesar del mensaje -Soderbergh se basa en los propios textos del Che- Benicio del Toro se las arregla para darle a cada frase el peso de un versículo bíblico. No interesa mucho si el espectador es un convencido o un detractor del personaje histórico: es admirable que el actor portorriqueño jamás se inflame por la fuerza de las palabras altisonantes y que mantenga en los gestos una contención al mismo tiempo pensativa e impenetrable. Si el Che es un loco subversivo que se mete a un país sin ser invitado o un revolucionario meticuloso la película no hará mucho -o nada- por resolver la cuestión. Al Che no se le da la oportunidad de estar solo. Está permanentemente disuelto en el grupo o en el colectivo, como si supiese que con cada diálogo se va construyendo el monumento de la inmortalidad de la lucha. Ni siquiera el asma -probablemente el único elemento que lo conecta con una individualidad de carne y hueso- lo vence. Más bien con ella se transforma en una especie de Vader de polaridad positiva, una aspiración lenta que le sirve para meditar respuestas, no para ladrar órdenes.

Sobre si Soderbergh le hace justicia a la historia o no -solo hay un juicio sumario y dos ejecuciones mostradas, a dos traidores de su tropa- hay ya muchísimo debate entre los entendidos. El consultor principal de Che es Jon Lee Anderson. Para el espectador casual, este personaje ficticio, empinándose en el mito, dejará un recuerdo más o menos imborrable. La muerte con el fusil al hombro está romantizada, sin duda, pero al final el fracaso es palmario, casi bordeando el delirio como cuando el Che -capturado y herido- le pide a un soldado de guardia en su prisión que lo desamarre. Pero para entonces las palabras ya no sirven de mucho.

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Aquí un post de hace más de un año sobre la película que aún no veía.

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