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sábado, 31 de octubre de 2009

Vampiros

Los expertos vampirólogos ven en True Blood y Twilight dos extremos de la sexualidad humana: el desenfreno y la contención. Más interesante resulta la segunda porque la primera es casi un lugar común: gran parte de la publicidad y la propaganda aplauden el desenfreno. Pero Edward Cullen prefiere al inicio no acercarse a Bella. La olfatea, la sopesa, la mide a distancia y es solo después de algo de presión que puede confesar que es un vampiro, que ella le provoca un deseo inmenso -a devorarla, porque los vampiros son antropófagos-, pero que no le hará daño. Esa represión le resulta a Bella mortalmente atractiva, al punto de no saber si quiere o no convertirse en una muerta en vida, en una inmortal. ¿Vale la pena ser un vampiro por amor?

Si la mordedura contagiosa del vampiro es una metáfora de la cópula, hay algo en ésta entonces que transforma a los amantes en algo distinto a lo que fueron en un inicio. El sexo no sería solo un intercambio de sustancias. Mezclaría o unificaría personalidades. No es poco común saber de parejas que, con el tiempo, empiezan contagiarse costumbres, aficiones o defectos. El eros romántico -a imagen y semejanza del vampírico- otorga la ilusión de la metamorfosis más radical de todas y quizás la más narcisista: ser uno mismo el objeto de amor. Así las cosas, el adagio "los contrarios se atraen" parece un suspiro resignado. Quizás por eso el vampiro sea tan popular: es un mito que nos conecta directamente con el amor romántico y sexual, pero que sobre todo nos advierte de sus abismos. Los fisiológicos apuntan hacia las enfermedades venéreas. Pero los hay espirituales: abandonarse uno mismo por la ilusión de ser el objeto de amor solo puede conducir a la soledad, a un eterno vagar entre las personas como un muerto en vida, a la promiscuidad sin ton ni son que renueva, con cada encuentro, con cada mordisco, la fantasía de ese amor transformativo.

Pero los vampiros no existen. Y el sexo que transforma tampoco. Lo siguiente sería decir que el amor tampoco existe, pero muchos no estarían de acuerdo con esa sentencia, pues afirman haberlo sentido ahí en el pecho. ¿Pero si el amor no existe, qué son entonces todas esas cosas buenas que logramos sentir por los demás? La renuencia de Edward a morder a Bella es -a pesar de toda la parafernalia fantástica de Stephenie Meyer-  un reconocimiento muy realista de la histeria fantasiosa del amor romántico. Los ojos de Bella piden posesión carnal sin retorno, pero Edward responde con un sentimiento mucho más sólido y trascendente: consideración. Respeto, solidaridad y consideración que reemplazan la posesión, el dominio y el abandono de uno.

Si el vampirismo es una metáfora del amor romántico en su versión más histérica, más esotéricamente imposible, ¿con cuántos vampiros o vampiras se han cruzado en la vida? A sacar las cuentas.

Feliz Halloween, entonces, sobre todo cuando despierten y descubran quién se encuentra a su lado.

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Links

  • Antes de Bram Stoker, en 1819 John William Polidori escribió The Vampyre.
  • De la fascinante Paris je t'aime el segmento de Vincenzo Natali con Elijah Wood. 



Para mí los vampiros pop empezaron con Salem's Lot (1979). En YouTube está toda en 19 partes.

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