El segundo argumento de Bayly es literario: el escritor tiene derecho a ventilar públicamente su vida. "Lo hizo Vargas Llosa", dijo, refiriéndose a su modelo fundamental, La tía Julia y el escribidor. Pero, ¿fue eso lo que hizo Vargas Llosa?
En una breve entrevista entre José Miguel Oviedo y Vargas Llosa publicada en Las guerras de este mundo (2008), el escritor repasa la creación de la novela. La historia originalmente iba a ser sobre Pedro Camacho, el delirante autor de radioteatros. Pero a mitad de camino, Vargas Llosa se asustó: el texto comenzaba a resultar inverosímil y consideró necesario insertar un contrapunto que conectara el todo a la realidad, a lo objetivo. Lo contrario al delirio de Camacho solo podía ser un testimonio personal: eligió su matrimonio con Julia Urquidi. Pero mientras lo escribía, también se percató de que el ritmo narrativo de la novela lo obligaba a corregir la verdad, a modificarla. Vargas se convierte en Varguitas -en la última novela de Bayly el protagonista es Baylys- y la historia personal entra al terreno de la ficción, inservible para el chisme y solo útil como insumo para la persuasión literaria (y también para las meditaciones del escritor sobre su propio oficio). El resultado es brillante y Julia Urquidi no protestó.
Pero luego cambió de parecer. El amarillismo periodístico transformó el texto literario en historia en clave. Y la Urquidi sintió la presión: se distancia de Vargas Llosa y publica el libro Lo que Varguitas no dijo (1983). Un dato curioso es que, según J.J. Armas Marcelo, existe otro testimonio de Julia Urquidi escrito por Enrique Cerdán Tato, novelista español, que jamás vio la luz editorial. La ex esposa de Vargas Llosa decidió cancelar ese proyecto y publicar el texto que se conoce. Siempre vi Lo que Varguitas no dijo en la biblioteca de la PUCP, pero jamás lo saqué ni lo leí.
¿Qué se cree y qué no se cree? En el caso de Bayly es imposible decirlo, ansioso como está en usar confesiones como mentiras literarias y mentiras literarias como confesiones. Es lo más cerca que ha estado cualquier escritor de ser Pedro Camacho: viviendo a salto de mata entre la realidad y la ficción, cambiando de registro sin previo aviso, borrando los contornos, coqueteando con la locura. Es el autor que está siendo devorado de a pocos por su propio personaje. ¿Pero acaso deben las personas de carne y hueso debatir con un personaje? Creo que no, a no ser que querramos terminar como Julia Urquidi, o sea, peleando con fantasmas.