Una y otra vez personas me cuentan sus desdichas familiares y el amor, antes que un aceitador en los vínculos -guiño político intencional- , es un obstáculo. Como lo confirma la experiencia, los miembros de una sola familia, la cercana y la extendida, casi nunca suelen pensar igual. Pero una y otra vez suelo escuchar que el amor filial es una buena razón para forzarse a hacerlo o para pasar por alto la increíble cantidad de absurdos de la que la familia es capaz. "Lo hago por mi papá", se dice. "Por mi mamá mato", también (variante esta última de la frase pundonorosa y homicida que originalmente sale de las madres cuando dicen "por mi hijo mato"). Versiones más cinematográficas y sombrías suelen declarar con voz sepulcral: "la familia es la familia".
Pero la vida privada es la vida privada y cada quien sabe lo que hace. En esos casos lo mejor es escuchar sin atreverse a opinar, no solo porque los sentimientos involucrados suelen ser delicados, sino también porque es inútil. ¿Cómo podría un simple consejo luchar contra años de amor practicado, sentido, incontrovertiblemente aceptado como bueno y correcto?
Lo fregado es cuando uno es expuesto a estas muestras de sentimentalismo en público y sobre personajes públicos. El amor filial detiene el tráfico. Nos demanda silencio, comprensión, aceptación. Incluso hasta admiración y aplausos. Quien defiende a su padre o a su madre en público sobre asuntos públicos y por ser ellos mismos personajes públicos, nos remueve las entrañas, nos pone música de violín de fondo cual compuesta por Max Bruch. *
Es así que la congresista cuyo padre está envuelto en un escándalo de corrupción nos hace inclinar la cabeza en la desdicha y decir: "sí, pues". Consideramos increíble y hasta contranatura que la congresista declare que va a colaborar con la investigación a su padre. Solo horas después nos damos cuenta de que es lo correcto. Sin embargo, a los días la naturaleza vuelve a su rumbo. Es la fuerza del amor: "(Luciana León) no ha abierto sus cuentas, ni ha permitido que le levanten la inmunidad parlamentaria. Ni siquiera ha ido a declarar a la comisión del Congreso que investiga el caso. Eso me parece que es una muy mala señal de su parte", afirma Fernando Rospigliosi.
Y ahora leo que la revista Etiqueta Negra rememora oportunamente la carta que escribió el hijo de Magaly Medina por el día de la madre el año pasado. Es una muestra literaria de alto estoicismo, de aguante, de espíritu fortalecido: "Es una ironía tener que cultivar la paciencia, esa cualidad que tus críticos dicen que tú no tienes. Si estuvieras en mis zapatos (en mi aula de universidad), seguro te enfrentarías al censor de turno, a los periodistas sin periódico, a los comunicadores de salón que llenan su ociosidad hablando de ti." (...) "Termina siendo divertido ser el descendiente de la bruja mala que un día tumbó a un tal Ferrando, quizá el que fuera el conductor más popular y querido de la televisión peruana. Tú lo tumbaste, mamá, o dijiste cosas sobre él que nadie había dicho, y después te convertirse en la amenaza de futbolistas licenciosos y platinadas monarcas de la pantalla del mediodía."
Pero quizás sería interesante, en aras de la equidad y por mostrar los dos lados de un mismo fenómeno, que los hijos de todos esos perseguidos con cámaras y puestos en ridículo, los familiares y parientes sobre quienes se atizó el escarnio público, sobre los que se mintió o se lanzó sospechas moralistonas infundadas a cambio de ráting y un sueldo de 80 mil dólares al mes, los seres queridos de aquellos acaso incapaces de solventarse un juicio, todos ellos, tuviesen la oportunidad de publicar sus cartas también. Digo, por amor a la verdad.