De caminar tanto algunas regularidades peatonales pueden observarse. La más digna de estudio es aquella que vuelve a la gente daltónica para el semáforo. El rojo y el verde forman parte de un continuum cromático, una eterna señal de "avance". Lo importante es llegar al otro lado, a paso ligero o a veces corriendo. Una sonrisa corona la meta. Se sonríe no porque se esté vivo, sino porque se pudo ser un vivo. No tiene sentido explicar o recriminar. La neurosis no se cura con dos palabras.
Los que se enorgullecen de su civismo vial como peatones y dibujan una mueca de desprecio frente al caso anterior, sin embargo, deben estar advertidos o, quizás, doblemente advertidos. Porque la luz roja no necesariamente indica, en Lima, que los autos deban detenerse. Siendo el rojo una cargosería normativista, es posible observar los vehículos seguir su rumbo a pesar de la señal por unos cinco segundos más. Por lo tanto, no mostrarse paciente y empezar a caminar como si la regla vial asegurase algún tipo de orden en el universo newtoniano, puede ser fatal. Es preferible cotejar visualmente que los autos se hayan detenido por completo. Una confirmación en guisa cuántica, donde el observador afecta lo observado, quizás sea necesaria: mirar al conductor a los ojos e implorar que no arranque nuevamente.
Sin no hay semáforos a la vista las esquinas aún siguen siendo el sitio más recomendable para el cruce, pero un peligro ensombrece este simple acto de coordinación físico-espacial: las luces direccionales. En efecto, desde hace muy buen tiempo el conductor limeño considera prescindible su uso, lo que obliga al peatón a un ejercicio psíquico de clarividencia en base a la siguiente pregunta, digna de Twitter: el auto que viene, ¿volteará o no? Es posible deducirlo por la velocidad del vehículo, pero en no pocas oportunidades el conductor considera que un giro en ángulo recto sin más aviso que el chillido de las ruedas es necesario. Para estas situaciones el peatón solo debe hacer uso de su instinto de supervivencia: correr. No se recomienda quedarse congelado. El auto jamás se detendrá.
No es necesario repetir que la palabra "Pare" pintada sobre la pista es solo eso: una palabra pintada sobre la pista. Así que quizás solo reste llamar la atención sobre una recomendación bastante frecuente en conductores, mas no en peatones: no lanzarse a las calles en estado de ebriedad o bajo los efectos de alguna droga. Sin los cinco sentidos en plena forma las veredas pueden parecer más anchas, los autos más lejanos, las luces más duraderas. Con alcohol no se hace uno dueño de la ciudad, sino invisible en ella. Es lo que los turistas aprenden, sin necesidad de alcohol, cuando pisan el encantador suelo limeño: a espantarse como gallinas en cada cruce de pista porque sencillamente no existen para los autos. Son un estorbo. Son gente.