Ayer salí del cine como a las 9 y 30 de la noche y, en los exteriores del Marriott, una turba de gente con mucho tiempo libre y sin otro oficio que "presionar" al rival armaba escándalo. Mayormente chiquillos. El Perú está completamente eliminado de la clasificación al mundial , pero el respetable no ha hallado otra manera de canalizar su frustración que fermentando su odio al chileno. Como siempre, las arengas vienen de las portadas en el kiosko (la TV, es mi impresión, suele ser un poco más calmada).
¿A quién le interesa excitar las glándulas del patrioterismo? A la taquilla, por supuesto. Hacer creer al aficionado que está en juego algo más que un simple partido es necesario. Súmese a eso una coyuntura favorable y un menú con mucho ají está servido. Desde las diligencias en la Haya hasta las sospechas sobre un candidato a contralor por haber trabajado en Chile, pasando por los comentarios de Edwin Donayre, la fiebre peruanista amenaza con convertir su orgullo reencauchado -éxitos últimos mediante- en una mazamorra indefinida que ya colinda con el humalismo.
Así que hoy apaga tu tele. O cambia de canal. No solo ahorrarás energía eléctrica, sino también la mental.