"¡Si no vas al concierto de Oasis no vienen más artistas!" En cada rinconcito del ciberespacio, sea foro, blog, chat o comentario se lee la misma arenga nacionalista: mostrar al mundo que podemos llenar un estadio. Los fanáticos instan a los indecisos a comprar sus entradas porque, mientras más seamos, más se confirmaría que Lima es una gran plaza para conciertos. El círculo virtuoso que une artista, empresario y auspiciador sigue su movimiento imparable hacia la trascendencia estratégica geomusical: Lima, point hegemónico del Pacífico. Por cierto, no importa mucho si Oasis (o, para el caso, Iron Maiden o Kiss) te importe un reverendo rábano. Eso es lo de menos. Como dice la frase pre-pogo: "el que no salta, no es peruano". En fin. Quizás eso esté bien para el psicosocial de cola, pero ¿por qué el periodismo también es así? Los periodistas del espectáculo ya no saben en qué idioma decir que la llegada de Oasis, Kiss o Iron Maiden es lo más importante que nos ha pasado desde el último concierto que publicitaron de la misma manera. Pero lo peor viene después: las reseñas altisonantes. Todos son extraordinarios. Como dice otro refrán: la hospitalidad del peruano no tiene parangón.
"Magaly Solier es mía". Entre el éxito de la Teta Asustada, el Oso de Berlín y una personalidad arrolladora, muchos ya no saben distinguir entre la actriz y el personaje. O entre la actriz y la cantante. La Solier se ha vuelto tan calidoscópica en tan poco tiempo que es un desafío para todos los sobones culturales que la quieren hacer suya. Esta nota de Caretas lanza una fotografía de la Solier de hoy: una "esponja andante que no teme absorberlo todo". Es verdad que el artículo despide un cierto aire exotista, pero también lo es que Magaly Solier se está encargando en cada entrevista de demoler su simbolismo para mostrarse como un individuo con ideas, gustos y creatividades intransferiblemente suyas.
"Paren las rotativas: la TV le robó a Henry Spencer". Qué tema más sota. Un canal de TV toma un clip del vlogger Luis Carlos Burneo sin acreditarlo debidamente y de pronto toda una sección de la blogósfera local hace del tema un asunto de estado y reclama sus derechos. Pfff. ¿Cómo decirle Henry Spencer que su vídeo ya no es de él cuando está en la blogósfera? ¿Cómo explicarle que la autoría se transforma cuando pase de un medio como internet a otro como la TV? ¿Cómo decirle que su amateurismo se vuelve profesionalismo con ese desplazamiento? Roberto Bustamante, con su usual diligencia para citarme, escribió sobre el tema en un post: la compleja celebración de la cultura del copy and paste. Muy bien. America TV hizo uso del "copy & paste", solo que su aporte fue de 1%, mientras que el de HS del 99%. ¿Cómo? ¿Qué eso está mal? ¿Qué lo paja es apropiarse del 100% solo que con pedacitos que no sobrepasen el 1% o 2% del producto total no acreditado? Ah ya, entonces no hay duda: qué tales rateros. Discúlpenme por no unirme a la cruzada en su debido momento.
Mito extra no peruano: "Si NO eres friki, disfrutarás más Watchmen". La verdad es que seas friki o no (no voy a explicar el término, que ni yo mismo entiendo, pero parece ser que tiene que ver, en parte, con emocionarse con los superhéroes y saber todito de ellos, digamos, hasta cuánto calzan) no disfrutarás mucho Watchmen. Anoche la vi y hasta ahora no entiendo el afán de mostrar a cada rato el colgajo del Dr. Manhattan. Una paseadita, colgajo. Una volteada, colgajo otra vez. Y, en una escena, hasta cuatro colgajos simultáneos en armonioso balanceo vía cuadriplicación del hombre azul. Maly Akerman (Laurie Jupiter, novia del Dr. Manhattan) parecía una versión de metro ochenta -con tacos- de Natalie Portman, no solo por el lindo rostro, sino por lo pésima actriz que es. Además: musicalización para el infarto y un final tan apresurado que la destrucción del mundo no parecía un asunto tan importante después de todo. Pero no voy a ser malo: me gustó en realidad cómo hablaba el Dr. Manhattan (y me escalofrió descubrir que a veces pienso como él), The Comedian no estuvo nada mal y, sin duda, sería alucinante para otra película poder unir al fantástico Roscharch, al Batman de Nolan y al Gran Torino Eastwood en una mesa redonda donde pudieran compartir con calma la monotonía de sus ríspidas gargantas infernales. ¿Por qué hablan así? De todos modos, la película ha tenido como mérito volverme de interés la celebrada novela gráfica de Moore y a ver si me compro estos DVDs que me aliviarán el trabajo de leerla. Qué hereje.