Eso me preguntaba mientras terminaba de ver la brillante película de Clint Eastwood llamada "Changeling". Aqui se tradujo como "El sustituto" y ese es más o menos un sentido de la palabra. Pero revisando el diccionario de Oxford un significado más preciso se puede hallar: "un niño del que se sospecha ha sido secretamente colocado por hadas en reemplazo del verdadero hijo de los padres". Es un antiguo mito europeo.
SPOILER ALERT
El matiz es necesario porque, aunque se basa en hechos reales, la película de Eastwood no es necesariamente un relato realista. De ahí que algunos vean maniqueísmos, personajes malos muy malos, o buenos muy buenos; o también un relato moralista que al final hace justicia con todo lo torcido que se nos cuenta. La semana pasada el escritor Alonso Cueto, en su columna de Peru21, lo decía así:
Esta es una de las razones por la que la película de Clint Eastwood, El sustituto, me parece bastante peor que sus anteriores. El personaje de Angelina Jolie reúne todas las virtudes. Es buena, corajuda, persistente, incluso muy guapa. Con frecuencia, para que no queden dudas, llora mucho.
Quienes se le oponen, sin embargo, son en su conjunto canallas, mentirosos, corruptos, ambiciosos y mezquinos. Ninguno de ellos muestra ni una sola señal de debilidad, de arrepentimiento o de duda.
Sostener una película (o novela) entera en base a ese planteamiento contenta a quienes quieren ver en el mundo una guerra entre buenos y malos, en la que finalmente estos últimos son (o deben ser) derrotados. (...) ¿Es esta una misión del arte? ¿Mostrar cómo la humanidad se divide tan radicalmente?
No sé si una ficción con un planteamiento binario contenta solo a cierto tipo de personas. Pero lo interesante es ver cómo se resalta esa "guerra entre los buenos y malos" como algo inverosímil o impropio de una buena ficción. No ha sido el único. He leído otras reseñas y los que califican muy mal esta película coinciden en la idea: muy moralista, muy previsible. ¿Es así?
Mientras veía El sustituto y sus vericuetos de pesadilla otra película me vino al instante a la cabeza: El laberinto del fauno. Como se recordará, el Laberinto es una especie de historia de hadas invertida, donde la supuesta realidad está dividida en extremos de profunda maldad y gran bondad, en tanto que el mundo feérico parece ser más ambiguo, más incierto, tal como entenderíamos que es la realidad. Nunca se sabe si al final la niña muere como un ser humano cualquiera o si muriendo regresa al mundo del que provino, donde era una princesa. Es un final abierto que juega con nuestro sentido lógico de las cosas y nos manipula emocionalmente.
Del mismo modo, aunque Eastwood con Changeling no abre puertas en la pared mágicamente ni desafía abiertamente las leyes físicas, sí deja varias señales que nos hacen sospechar de que su relato de una madre que busca al hijo desaparecido a fines de los años veinte está inundado de contrastes deliberados, de máscaras, donde las apariencias engañan y en donde cada personaje parecería ser la proyección del malévolo niño sustituto. ¿Quién es quién? ¿Quién es bueno o malo? ¿Quién está a favor o en contra de ella? Christine Collins, en su aventura en los pozos más oscuros de la maldad, es una Caperucita confundida en el bosque que solo tiene una cosa que decir cuando se encuentra con un nuevo y extraño personaje: quiero a mi hijo de vuelta. Es decir, "quiero volver a casa." Lo terrible es que nunca lo puede hacer. A pesar de que sonríe cuando dice la palabra "esperanza" al final, esa esperanza es una maldición. Estará por siempre condenada a vagar como un ánima llamando cada mes a las autoridades buscando noticias de un hijo probablemente muerto. No solo el hijo real fue sustituido por el falso. El hijo real fue también sustituido por el que ella construye en su imaginación. ¿Estamos ante una ficción moralista?
Eastwood ya antes había expuesto en algunas películas el mal en estado puro. En Million Dollar Baby, la imposiblemente arrojada boxeadora se enfrenta a una ofídica contrincante que la deja inválida. En Río Místico Sean Penn es un maleante que no teme asesinar en venganza sin pruebas ni remordimiento; su esposa lo secunda, en tanto que el policía amigo lo dispensa. Con Río Místico, Changeling tiene varias conexiones: la niñez a la que se le priva violentamente de la inocencia parece ser la narrativa base del terror de Eastwood.
Angelina Jolie está estupenda. Su apariencia es la de una muñeca, con un maquillaje que le empalidece las facciones, le agranda los ojos y le resalta la boca de un carmín profundo. Sin duda, es la imagen de la virtud, de la mujer que está sola, pero que se entiende quiere ser independiente y moderna. Es muy poco elocuente y solo sonríe o llora. Las fuerzas -o pruebas- a las que está expuesta, en la ciudad donde está Hollywood -la Tierra de los Sueños- buscan que ella dude de sí misma. El jefe de la policía que le entrega sonriendo al falso hijo niega luego la evidencia y la ametralla con un discurso seudopsicoanalítico que ella no sabe si tomar en serio o no. Es su primer encuentro con lo diabólico, con aquello que desordena el mundo o atenta contra la razón. El segundo es cuando es encerrada en un manicomio. Nuevamente los rollos psicoanalíticos se usan para poner en duda lo real: se le dice que está histérica y que ella niega que el niño sea su hijo para evadir la responsabilidad. El inconsciente parecer ser otro cuento de hadas -uno que se lleva sobre las espaldas y del cual es imposible escapar- y la pesadilla se profundiza.
Pero cuando se piensa que las cosas no pueden ir peor se descubre un pozo más profundo aún: el del carnicero de niños. Este golpe es fortísimo -Eastwood no tiene pudor mostrar los hachazos del serial killer en una escena que recuerda otras sobre campos de exterminio- y, aún así, la madre debe enfrentar cara a cara al asesino en una última prueba. Su más grande soporte es un reverendo de caricatura, de voz afectada y justiciera y, curiosamente, mucho más escéptico de los poderes divinos que de los humanos, o sea, de los racionales. El asesino* es colgado -y podemos verlo retorcerse en la muerte- mientras entona "Silent Night" ("Noche de paz"). Pero la paz no llega con su muerte.
A final de los veinte e inicios de los treinta el mundo, según Eastwood, aún es poroso: nada se sabe a ciencia cierta. No hay análisis de ADN para restos exhumados, la policía sufre mucho para hallar evidencias y la justicia se basa casi exclusivamente en testimonios. El psicoanálisis campeona como el rollo que dice que el infierno está en uno mismo. Y es en esta maraña boscosa en que una madre sale casi indemne, pero condenada, con una sola verdad incontestable: que aquel niño que le dicen que es su hijo en realidad no lo es. Yo no vi moralejas: vi un cuento de terror que le hace honor a su título y a esos antiquísimos fantasmas irracionales que aún persisten entre nosotros.
Link: Ricardo Bedoya escribe sobre la película en su blog con un análisis cinematográfico de verdad.
* Eastwood decidió no contar que Gordon Northcott era hijo de su hermana y de su padre, otro caso de inocencia "interrumpida". Y la película inventa muchos sucesos que jamás ocurrieron. Ver el caso real aquí.