(...) el par de películas que la vitalidad de Eastwood entregó durante 2008: la recién estrenada El sustituto y la inminente Gran Torino. La primera fue rechazada en todas partes, mientras que la segunda ha obtenido elogios más bien tibios. Son obras muy distintas y la primera deja todos los flancos vulnerables a las convenciones críticas. Sin embargo, ambas son extraordinarias y revelan en Eastwood una depuración y una concentración absoluta en lo que tiene toda la apariencia de ser un testamento. Como si volviéramos a Intolerancia de Griffith, las dos películas son profundamente maniqueas. Hablan de una batalla irreductible y sin tibiezas entre el bien y el mal. En la primera, ubicada en los años 20 en Los Angeles, el mal está encarnado, ante todo, en una policía corrupta y de gatillo fácil. En la segunda, en una banda de pandilleros juveniles. Pero en oposición al demonio y sus múltiples manifestaciones, Eastwood construye su propia iglesia, una religión abstracta y universal en donde las creencias de cada culto (desde los ritos de la etnia hmong hasta la lucha por la justicia) son instancias particulares. Es una visión moral inaceptable para el cinismo que informa nuestros reflejos frente al arte. Y, sobre todo, es la obra de alguien que le sigue teniendo mucho menos miedo al ridículo que sus críticos.En: Harry golpea de nuevo
* El "de que" es intencional.